10/11/2025
RELATO CORTO- ( Ana Segura Maqueda- Copyright )
¡ MAMÁ, QUE VIENE EL TREN !
Me contaron de un pueblecito, perdido en las montañas del norte, donde había una estación de tren, y parece ser, que allí, se sentaban los mas ancianos de la aldea para recordar viejos tiempos y soñar con la época en la que el río cercano a la estación iba repleto de agua limpia y transparente.
El tren, nunca paraba allí, pero para la gente, era un aliciente, al caer la tarde, sentarse en un banco de la estación- que nunca supieron porqué la habían construido-para verlo pasar, siempre a la misma hora, las seis de la tarde.
Había un niño, de una de las familias más pobres del pueblo, que siempre estaba allí a esa hora. Llevaba puesto un pantalón corto un poco raído y una camisa muy blanca, ya que, contaban, la madre era la lavandera oficial del pueblo y a pesar de tener diez hijos, siempre se empeñaba en que fueran lo más limpios y aseados posible. Algunas de las familias más pudientes del pueblo, le regalaban ropa para sus hijos y a cambio, ella lavaba sus trajes. Le daban también una cantidad de dinero que ella utilizaba para alimentar a sus hijos y para permitirle a su robusto marido que pasase las tardes y noches en el único bar que había en el pueblo, bebiendo vino y jugando a las cartas con otros tantos de igual catadura moral.
La madre, pasaba casi todo el día lavando en el río. Desde allí, podía ver a su hijo, Juanito, que daba brincos de alegría y que se empeñaba en levantar un pañuelito muy blanco, agitándolo con toda su fuerza, intentando ser visto por la gente que sentada en los banquillos de los vagones del tren, miraban por la ventanilla y a veces respondía a su saludo. El grito de Juanito se oía como un eco en la estación .¡ Mamá; que viene el tren…! La madre, desde donde estaba, giraba la cabeza y esbozaba una sonrisa que dedicaba a su pequeño.
Una tarde, Juanito, quiso aproximarse más y agitar su pañuelito blanco casi detrás de los cristales de las ventanillas para así, ser visto y ver mejor a las personas que correspondían a su saludo con un gesto, un leve movimiento de mano o una sonrisa.
Desafortunadamente, tanto se acercó que… el tren se lo l