Instituto de Desarrollo Integral

Instituto de Desarrollo Integral Psicología de la Autorealización

25/01/2025
22/10/2024

¡Que todos los seres sean felices!

COMENTARIO MEDITACIONES MARCO AURELIO 15

15.- «No pierdas más tiempo discutiendo sobre lo que debería ser un buen hombre. Ser uno». Y también el emperador nos indica: «Comenzar es la mitad del trabajo, comienza nuevamente con la mitad restante, y habrás terminado».
Los alumnos comienzan las fases de desarrollo personal y anímico que emprendemos desde un cierto interés, promueven las ganas de aprender, se encantan, aprecian en superficie un segmento del trabajo, diseñan ideas propias sobre el camino… pero muchos abandonan cuando no se cultivan adecuadamente y su amor propio les empuja a desdeñar, cuando el aprendizaje implica de forma inequívoca una labor que su Yo no termina por reconocer. De esta manera, aunque crean entender, desconocen el sentido real de la enseñanza. El tránsito que emprendemos en las siete fases de desarrollo requiere sin lugar a dudas DIGERIR. Mas el ser humano común está acostumbrado a ser un simple espectador de lo que ocurre, desde un quietismo mental que no ayuda a una verdadera aplicación y a una adecuada transformación. «Quietismo mental» significa que las ideas preconcebidas pesan, pesa el hábito inconsciente donde se declara el Yo y, de esta forma, la persona se afianza en la condición, sin estar dispuesta a abrirse a otras posibilidades.
La falta de permeabilidad mental hace que la mayoría de sujetos, al identificarse excesivamente con sus propios esquemas psicológicos, reaccionen de forma compulsiva ante lo distinto. No se termina por apreciar o evaluar la sugerencia, ya que sonará discordante simplemente porque provoca al Yo. La psique de la persona común está educada para acoger lo que se ha convertido en baluarte para su personaje y a rechazar de plano lo que lo pone en evidencia. Esto no sólo impregna el talante, la postura personal, sino que, en multitud de ocasiones, incorpora al campo vital una cierta vulnerabilidad. El campo emocional se perturba a través de la afectación. Cuanto más débil es la persona, más activará su amor propi
o, más se impresionará, más solivianto experimentará ante lo que su «Ego» no está dispuesto a tolerar o bien asumir.
Son muchos los alumnos que huyen cuando algún matiz de la enseñanza los fustiga. Mas son pocos los que pueden reconocer que esa conmoción, que sacude al amor propio y les inquieta, es precisamente el acicate preciso que requiere su identidad para avanzar en el camino. La humildad se hace imprescindible para llegar a hacer práctico el sentido de las conferencias que impartimos en nuestro Instituto.
La enseñanza es un rocío que ha de calar en el interior del alumno, imprescindible para no quedarse en la teoría y poder superar las pruebas fundamentales que nos propone la vida. Así pues, la mayoría no terminan por hacer vivo el conocimiento en su diario vivir y en sus campos energéticos. Como los estribos del Yo se hacen contundentes, el lenguaje del alma humana no se aprecia y la psique claudica a un trasiego racional repleto de clichés aprendidos que, como autómatas, se usan sin una debida conciencia.
La mayoría de personas buscan enseñanzas que entretienen, que mitigan sus huecos insatisfechos, mas no desarrollan una continuidad de propósitos que los lleve a liberar su alma de las condiciones que la empobrecen. Lo que en verdad encanta es el juego. El entretenimiento lúdico se hace efectivo para ese niño o adolescente que aún precisa liberar su campo emocional a través de una estimulación adecuada. Este tipo de encuentros donde se recrea el Yo suelen ser acogidos con regocijo, como, asimismo, aquéllos que proponen explayar las ideas y los propios argumentos. El «Ego», en multitud de ocasiones, necesita cautivarse mediante la expresión mecánica y el desahogo. Diríamos que cuanta más indefensión personal más urgencia expresiva. Esto que indico no es que nos parezca mal, ya que entiendo que tiene su sentido según el proceso personal que se recorra, pero he de advertir que podemos acercarnos a otro trabajo más profundo y, diría, espiritual.
Sucede que en cada una de las conferencias que impartimos se pretende un trabajo práctico a emprender en el camino. No sólo a través de la reflexión, de la debida investigación que nos lleva a comprender el sentido de nuestra propia realidad como individuos, sino gracias a una interiorización que va sucediendo paulatinamente.
No obstante, el compromiso que implica una verdadera muerte psicológica y una liberación del impulso instintivo, no se llega a valorar. Y lo que me parece significativo es comprobar que algunos alumnos rechazan nuestro cometido tachándolo de teórico, no porque en verdad lo sea, sino más bien porque la práctica que comporta requiere un esfuerzo suplementario que no logran entender. En cada conferencia se propone un inventario personal sobre lo expuesto y, asimismo, las conclusiones de observación consciente que atañen a su diario vivir. Al proponer detallar ese trabajo personal, la mayor parte de alumnos divaga, porque no han definido en su libreta de trabajo la adecuada asimilación de la enseñanza. Así pues, cuando pasa el tiempo y se pregunta sobre un concepto concreto de una conferencia anterior, o bien sobre un cometido que se supone actualizado, no se está al corriente. Sucede porque no se ha integrado ni profundizado sobre él.
Y yo me pregunto: ¿no nos señala esta ambigüedad, la inclinación a adoptar clichés aprendidos que mecánicamente repetimos, el estado difuso con el que la mayor parte de sujetos afrontan la vida? A la postre, se cansan, no incorporan la atención consciente ni la meditación a su diario vivir y terminan por apreciar la enseñanza como inerte. De esta manera, no distinguen las sutilezas del camino ni las octavas superiores que ha de estimular al propio entendimiento.
Un desarrollo en verdad efectivo requiere aprender a establecer el puente entre lo personal y aquello que atañe al alma. Una enseñanza que no conduce a los alumnos a trascender el gesto personal, los señuelos identificativos donde se recrea el personaje, se queda en la superficie. No consigue limpiar de forma adecuada el espejismo que somete la propia identidad. En consecuencia, cuando accedemos a fases más elevadas que requieren interiorización, abstracción mental y síntesis, ni se comprenden ni se valoran.
La experiencia del Ser se conquista mediante la abstracción mental y la contemplación. Mas para lograr esa inspiración, el desarrollo de la intuición que dilate la psique, se precisa un método preciso con el que desprendernos de los paradigmas que empañan la percepción. También nos dice Marco Aurelio: «El secreto de toda victoria radica en la organización de lo no evidente». Yo diría lo que es controvertible y se encuentra velado para la mente ordinaria.
En mi anterior tratado «La balanza dorada, estudio de las leyes que nos gobiernan», en relación a la Ley de la puerta luminosa o del salto, digo lo siguiente: «Las condiciones concretas a las que se ve sometida la estructura psíquica y emocional del sujeto requieren dos procesos de desarrollo: por un lado, el impulso de voluntad que es individual y que guardará relación con el nivel de conciencia que el individuo tenga; mas por el otro, el impulso que su Ser le proporciona mediante SALTOS cualitativos que las propias experiencias de la vida suscitan. Esto es como decir que el impulso del Ser interior requiere previamente que la persona coopere desde su libre albedrío con el plan evolutivo que se le propone, a través de los ensayos de vida en los cuales ha de ejercitar su voluntad de acción».
Nos acerca también el emperador otro bello axioma: «El eco de lo que hacemos ahora, resuena en la eternidad». El hacer consciente requiere implicación. Si te has comprometido de verdad con lo que, se supone, es primordial para tu vida, no dudarás en superar los escollos que implica. La mayoría de dificultades las patrocina el «Ego». El «Ego» entrena la actitud, pone en evidencia el eco de la voluntad, en ocasiones, errática e inconsciente. Me pregunto: ¿cómo vibra mi empeño, la tenacidad y consecuencia con la que recorro el camino?

(Fragmento del libro «Meditaciones desveladas» de Antonio Carranza)
Web.- idiconciencia.es /
Email.- antonio@idiconciencia.es

LA LÁMPARA DE DIÓGENESCompartimos aquí un tratado que pertenece a la colección SER Y SABER. Parte de la consideración de...
13/09/2024

LA LÁMPARA DE DIÓGENES
Compartimos aquí un tratado que pertenece a la colección SER Y SABER. Parte de la consideración de que nuestra vida tiene un firme propósito de desarrollo personal y anímico. Todos los seres ensayan experiencias concretas en este mundo con el firme propósito de la evolución. Para aquellos que tan sólo atienden al lenguaje de lo personal, la interpretación de los procesos vitales por los que pasan se verá condicionada por los pálpitos emotivos, por las meras circunstancias. Así el sujeto sucumbe a la mente sensorial y los pálpitos y deseos se convierten en el orbe que define sus vidas. Aquí las carencias anímicas se acrecientan, ya que el reclamo y la necesidad marcarán considerablemente el destino.
Este ensayo va más allá de lo personal, pues se convierte en una guía precisa de los procesos de la auto-realización. Asimismo, trataremos los denominados «misterios» en muy distintas tradiciones de desarrollo espiritual, tales como las escuelas egipcias y la misma masonería. Y develaremos las denominadas «tres montañas» que la maestría contempla, tránsito del que nos hablaba el mismo Hermes Trismegisto, el tres veces renacido en el camino de la liberación.

(Podréis colaborar con nuestra Obra Social solicitando este tratado del profesor Antonio Carranza.
P.V.P.- 15 € en formato físico. P.V.P.- 10 € en formato PDF digital.)
Ver libros publicados de esta colección en Departamento Editorial
Web.- idiconciencia.es / Email.- antonio@idiconciencia.es

13/09/2024

¡Que todos los seres sean felices!

COMENTARIO MEDITACIONES MARCO AURELIO 14 IDI

14.- «La vida no es ni buena ni mala, sino sólo un lugar para el bien y el mal». La primera parte del aforismo nos indica que todas las experiencias son útiles para los procesos que determina la naturaleza. Si un águila ha de devorar a un conejo, por mucho que nos compadezcamos del pobre animal, si una cebra ha de sufrir durante horas el trance depredador de un cocodrilo, ocurre formando parte del equilibrio que ha de experimentar cualquier aspecto de la existencia. Es una disposición natural que también atañe a los seres humanos, cuando algo propio debe ser sacrificado en beneficio de una adecuada proporción.
No obstante, el talante inconsciente de una persona suele calificar lo que le pasa y acontece a su alrededor en función de su diseño mental. Evalúa al margen de esa disposición. Solemos entender la vida como «buena» cuando nos proporciona lo que queremos, y la tachamos como nuestra enemiga cuando sufrimos o no nos proporciona aquello que consideramos como apropiado. Digo la vida en relación a los acontecimientos o a las personas con las que nos relacionamos. En consecuencia, el sujeto común se encuentra sometido al criterio subjetivo que alienta su inconsciente. Como le sucederá al marco social, dado que, asimismo, el inconsciente colectivo patrocina formalmente lo que se supone que es bueno o malo. Nos movemos en un amplio diagrama de códigos de valor, la mayoría de las veces advenedizos e inconsecuentes.
Esta inclinación mecánica que de continuo ensayamos nos sume en un incesante altercado psíquico y emocional. Sucede porque no somos educados para deducir lo conveniente de cada situación, el concreto entrenamiento que nos procura. Lo que entendemos como malo, no sólo lo rechazamos categóricamente, sino que sufrimos un cierto malestar interior cuando ocurre. En multitud de ocasiones, eso que supuestamente es malo termina por ser lo más conveniente para nuestro desarrollo personal y viceversa: lo que entendemos como bueno, en algunos casos, no terminará por ser beneficioso.
El individuo, cuanto más evolucionado, más distingue este balance subjetivo entre el bien y el mal. El denominado Árbol de la ciencia del bien y del mal es una representación simbólica referida en multitud de culturas. Nos señala una pérdida para la humanidad, un derrumbe en la dualidad mental que terminará por convertirse en testimonio de todos nuestros altercados. El mito refiere cómo perdimos esa situación magnífica en donde la Unidad, en tiempos remotos, tejía en la mente una asunción cabal con todo lo que acontecía. (Ver nuestro anterior tratado «El humus humano, viaje mítico hacia la Totalidad»). Podríamos decir que hemos sucumbido a una continua dualidad, incorporada en la psique desde tiempos remotos. Ella será la que dictamine, decrete y sentencie de forma arbitraria lo que nos pasa. Así pues, no estamos educados para asumir de forma adecuada la realidad ni, tampoco, para apreciar el sentido preciso que cada circunstancia nos brinda.
Sin embargo, Marco Aurelio concluye su aforismo dándonos a entender que, en este campo de pruebas, los seres humanos disponemos de una capacidad intelectual para distinguir aquello que va en favor de nuestra evolución de aquello que la condiciona. Podrá ir de la mano de un pálpito interior, de la capacidad intuitiva que discierne y, a ciencia cierta, comprende. Por tanto, si de forma automática se enciende en la psique el semáforo rojo de la reacción, rechazaremos, protestaremos, juzgaremos sin conciencia y, también de forma mecánica, tenderemos a justificar el talante y el propio criterio.
Yo sugiero a mis alumnos que ante una situación que aparece como adversa en nuestra cotidianidad se den la oportunidad de respirarla previamente antes de juzgarla o reaccionar contra ella. Respirar un acontecimiento fortuito nos puede llevar a admitirlo con una mayor lucidez y, también, a comprender el porqué nos llega a la vida. De esta manera podríamos percibir claramente aquello que es inconveniente y, como una gasa usada, dejarlo ir de nosotros sin aspavientos intelectivos ni malestar.
El sujeto común está educado para negar inconscientemente todo lo que se opone a lo que su Yo ha convertido en paradigma; y la vida, que contiene en sí misma un diapasón sensible con el que favorecer el entrenamiento, se encarga de proporcionarnos los eficaces señuelos en los que la persona cae una y otra vez sin darse cuenta. El dilema aparece cuando el bien y mal se convierten en semáforos verdes o rojos con los que la mente de continuo reacciona, y así, la curva emocional se ve sacudida por un vaivén incesante que excita el campo del dolor.
Cuanto más mecánico e inconsciente es el sujeto, mayor será la controversia. Cuantas más carencias acumule su alma, más pataleará y sufrirá.

(Fragmento del libro «Meditaciones desveladas» de Antonio Carranza) P.V.P.- 10 € formato PDF.
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Email.- antonio@idiconciencia.es

07/09/2024

¡Que todos los seres sean felices!

COMENTARIO MEDITACIONES MARCO AURELIO 13

13.- «Lo que es realmente hermoso no necesita más nada». La razón puede ayudarnos a explicar el orden, el sentido que queremos darle a las cosas y aquellos fundamentos donde se apoya lo cotidiano, mas el lenguaje emotivo no precisa del pensamiento para expresarse. Cuando los griegos nos aseguraban que «la belleza es la adecuada conformidad de las partes entre sí y con relación al todo», ya usaban un criterio, un sistema de relación que, sin duda, les alejaba de la simple sensación, de lo inmediato.
La apreciación de lo bello, del gozo, es un impacto anímico que nos acerca a lo esencial. La expresión latina «Simplex sigillum veri» —«la simplicidad es el sello de la verdad»— aparece inscrita en grandes caracteres en el auditorio de física de la Universidad de Göttingen. Mas aquí podríamos diferenciar dos aspectos de eso que denominamos «verdad»: el primero cuando lo verdadero se remite a lo espontáneo y esencial, manifiesto en la simplicidad de las cosas. Llega a apreciarse por una vía anímica que no sólo eleva la emoción, sino que la incorpora a lo que ES, sin alegatos ni argumento alguno. Pero el segundo, el que precisa el sujeto común, necesita del artilugio de la idea. Así la verdad se determina, se busca a través del entendimiento y, sin remedio, se aleja de lo simple e intuitivo.
Cada cual tendrá su verdad según haya diseñado su «país psicológico particular», y según haya ido experimentando una serie de sensaciones vitales que conformarán el criterio y su particular percepción de la realidad. De esta manera, el ser humano común no podrá considerar el destello de lo natural y simple, porque el pensamiento lo sumirá, de continuo, en una angosta complicación. Se emocionará con lo que es agradable y hermoso, sí, más desde el encantamiento singular que empaña su mente.
Diremos que lo hermoso es apreciado de forma muy diferente por unos y por otros. Cada persona se emociona según sea su sensibilidad, su desarrollo anímico. Dos individuos pueden coincidir en asegurar que una pintura es bella, mas cada cual la advertirá según se agite su fuero interno. Con este razonamiento nos alejamos sin remedio del simple pálpito. Y yo diría que, inmersos en el raciocinio, nos desviamos del acto simple. Merma la conciencia, en la necesidad de considerar e interpretar todo lo que nos pasa; y enredados en este hábito no nos daremos cuenta de forma cabal de cómo vibra la llama que alienta la vida. El silencio nos acerca a la singularidad de lo bello. Sin embargo, cuando una zona ambigua de nosotros aspira a apresar lo que es excelente, nos alejamos sin conciencia de su esencialidad. Pretender es ansiar.
Como la espuma de una ola baña la arena de la playa, ha de llegarnos lo sublime; mansamente. Nos dice también el emperador: «La dulzura, cuando es sincera, es una fuerza invencible». ¿Afabilidad, cordialidad, ternura…? Principios anímicos que suceden según el desarrollo de la sensibilidad. La nobleza que subyace en las proporciones es lo que enaltece a los sentidos; no obstante, sin sensibilidad este centelleo no puede apreciarse. Los números, el sonido y el color determinan esa gloria, como generosidad universal destinada a determinar el arco entre lo mezquino y lo sublime. La belleza en el orden y equilibrio de las matemáticas, en el sentido musical que estimula a la vida, sumida en la combinación de gamas y frecuencias que nos brinda el color; serán manifestaciones de lo que los hinduistas denominan «las Gunas», agentes universales susceptibles de ayudarnos a encontrar lo excelso en cada uno de nosotros.
En mi tratado «El humus humano», indico lo siguiente: «Todos los ciclos naturales estarán movidos por la emoción, el movimiento y la inercia que de continuo hacen que fluya y se compense la vida; y estos tres aspectos de regulación cósmica van a establecer todas y cada una de las leyes con las que el Universo economiza su orden. Será para la tradición hindú el desequilibrio primero del Iliaster (Omeyocán nahua) en donde las Gunas inician la aurora del Universo… la antigua tradición hindú considera al mundo como un santuario que sostienen las tres Gunas, o lo que ellos consideraban los tres principios de la vida».
Señalo más adelante: «La cultura védica señala a los tattwas como las distintas posibilidades del éter que, en sus diversas proporciones, ajustan los procesos de la naturaleza. De esta manera cada hormona, cada gen y cromosoma ya es una expresión orgánica en donde puede manifestarse la vibración del Éter universal; como los elementos de la naturaleza —tierra, aire, fuego y agua— guardarán en su continua alternancia la chispa latente que dispone el Universo para la creación».
La belleza es inherente a la vida porque la naturaleza se compone a través de principios de orden y proporción. Cuanto más la psique humana requiera precisar la vibración de esta órbita, concretarla para el mundo formal en el que se vive, más nos alejaremos de la fuerza a la que Marco Aurelio se refiere. Todo aquello que es sublime, al ser superlativo, requiere abstracción. El sujeto común pretende especificar, delimitar lo que experimenta, darle nombre y certificar la cualidad. Así la armonía universal se nos escapa entre suspiros, y el lenguaje del alma no llega a ser comprendido. Toda cualidad, para ser auténtica, precisa tacto y sensibilidad.
Nos parece legítimo que un artista busque en su expresión este brillo sensitivo que lo acerque a la belleza y a la fuerza de esa dulzura vital. Sin embargo, cuando es la mente la que interpreta y pretende descifrar lo creado, cuando el Yo vanidoso refocila en la obra expresada, nos desviamos sin conciencia del timbre universal del que hablamos. Estamos hablando de Dios, o sea, de lo divino que subyace en nosotros. Son los brincos mentales del que busca con afán lo que nos aleja de Dios. No sólo a través del deleite, sino, sobre todo, de la certificación egoica que incorporamos a lo vivido y expresado.
También nos aconseja Marco Aurelio: «Medita en la belleza de la vida. Observa las estrellas y mírate corriendo con ellas. Piensa constantemente en los cambios de los elementos entre sí, porque tales pensamientos limpian el polvo de la vida terrenal». La serenidad de la contemplación nos puede sumir en el resplandor que alumbra el universo. El gran discernimiento no sucede desde el ordinario pensamiento, pues requiere nociones extraordinarias con las que la mente llegue a elevarse sobre ese polvo mediocre y sucio que empaña la realidad. Cuando las ideas son vulgares, machaconas, destinadas a proteger a un Yo carente, huérfano de fuerza interior, el sujeto no ve; su ceguera lo lleva a vagar sin conciencia en el oscuro vacío.

(Fragmento del libro «Meditaciones desveladas» de Antonio Carranza)
Envío PDF: 10 €. (Colaboraréis con los gastos de nuestra Obra Social IDI. Gracias)
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