11/05/2025
¿Te imaginas cómo sería el mundo si todas las mujeres que lo habitan pudiesen tener partos donde se sientan seguras, acompañadas y respetadas? ¿Partos en los que se respete su autonomía, su opinión y su capacidad de decisión? ¿Partos y nacimientos en los que se respete el ritmo de sus procesos? Sin prisas, sin imposición, sin invasión… ¿Nacimientos en entornos respetuosos, conscientes y sin intervenciones innecesarias e invasivas? ¿Bebés que nacen y se encuentran con el calor de la piel de sus madres, reconociendo su olor y la vibración de su voz y pudiendo regular, en el contacto piel con piel con ella, toda su fisiología? Entornos amables y diseñados para dar la bienvenida a este mundo a un nuevo ser, cuya realidad hasta hace nada era amortiguada por las aguas que lo envolvían.
Hace 12 años, cuando se despertó en mi un impulso irrefrenable acerca de lo que implicaba el nacimiento y los vínculos en la construcción de nuestro mundo interno, empecé a ver vídeos de partos. Recuerdo horrorizarme al ver vídeos donde se separaba a las madres de sus bebés, el sonido atroz de sus llantos, bebés que no entendían dónde se encontraban y por qué no estaban junto a lo único que podían reconocer en este mundo: el cuerpo de sus madres. Vídeos donde se cortaba precozmente el cordón umbilical, en los que se practicaban episiotomias rutinarias y sistemáticas, mujeres en posición de lipotimia y sin capacidad de movimiento, partos en los que el bebé era separado abruptamente del cuerpo húmedo y caliente de su madre para someterle a procedimientos innecesarios y muchos de los cuales no tenían ningún sentido en ese momento. Recuerdo soñar y reflexionar mucho sobre ello y concluir que tenía que haber otra manera de venir al mundo.
Descubrí otro tipo de nacimientos, vídeos donde se podía ver todo lo contrario. Mujeres presentes, acompañadas y respetadas, bebés que venían a este mundo sin prisa, respetando sus propios ritmos, que eran acompañados hacia el cuerpo de sus madres y que reptaban para encontrarse con su pecho. Bebés que se calmaban en el contacto piel con piel con sus madres y cuyas miradas se encontraban y rebosaban amor y placer.
Me sumergí así en inicio de mi recorrido por la psicología perinatal y empecé a leer de manera autodidacta a Michel Odent, cuya frase que comparto se quedó fuertemente grabada en mi. También a Fréderick Leboyer, Casilda Rodrigañez, Daniel Stern, Laura Gutman, Nils Bergman… Descubrí a Ibone Olza e Isabel Fernández y comenzó su formación en el ámbito perinatal en lo que en aquel momento era Terra Mater y más tarde se convertiría en el Instituto de Salud Mental Perinatal. Se abrió así para mi todo un mundo de posibilidades, descubrimientos y aprendizajes entorno al ámbito perinatal que me tenían cada vez más fascinada y desde entonces, adquirí un compromiso, que convertí en mi profesión, hacia la salud mental materna y de la infancia.
Creí, continúo creyendo y tengo la esperanza de que, tal y como dijo Odent, cuando podamos ser conscientes de que el proceso del nacimiento es crucial para el desarrollo de nuestra capacidad de amar, se producirá una revolución acerca de nuestra visión de la violencia.
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