18/10/2024
Desde una perspectiva humanista, el Síndrome de Estocolmo puede entenderse como una compleja respuesta emocional y psicológica que surge en situaciones extremas, como el secuestro o el abuso, donde la supervivencia se convierte en la prioridad. Este fenómeno involucra la formación de un vínculo paradójico entre la víctima y el agresor, donde la primera puede llegar a desarrollar sentimientos positivos, como empatía, lealtad o incluso amor, hacia su captor o maltratador.
El enfoque humanista resalta que cada ser humano tiene una tendencia innata hacia la autorrealización y el crecimiento personal, pero esta tendencia puede verse comprometida en situaciones de estrés intenso y prolongado. En estos contextos, la persona puede adaptarse emocionalmente como mecanismo de supervivencia. Desde esta perspectiva, el Síndrome de Estocolmo no se ve como una patología en sí misma, sino como una respuesta adaptativa ante una amenaza percibida. La víctima, en lugar de enfocarse en el dolor o el miedo, se conecta con el captor buscando seguridad o una forma de mantener el control en una situación en la que se siente impotente.
En situaciones de secuestro o abuso, la persona pierde el control sobre su propia vida y decisiones, enfrentándose a una vulnerabilidad extrema. En este punto, su necesidad de protección y conexión, rasgos humanos fundamentales, se activan de manera desproporcionada. Desde la óptica humanista, se reconoce que las personas tienen una profunda necesidad de relacionarse, aun cuando las circunstancias de esa relación sean distorsionadas por el miedo o la coacción. Así, la empatía hacia el captor puede interpretarse como una estrategia inconsciente para reducir el miedo, asegurar el bienestar inmediato y garantizar la supervivencia a través de una "alianza" con quien.
Otra clave desde el enfoque humanista es la percepción subjetiva de la experiencia. Para la persona afectada, las acciones del captor pueden ser interpretadas de manera más positiva si éstas parecen aliviar el sufrimiento o el riesgo de daño. Pequeños actos de "bondad" o gestos que disminuyen la amenaza pueden verse magnificados emocionalmente, generando confusión en los sentimientos de la víctima, quien, en su búsqueda por encontrar sentido en una situación tan deshumanizante, puede aferrarse a cualquier señal de humanidad del captor.
Además, desde el punto de vista del desarrollo emocional, la empatía que puede surgir hacia el agresor también se enmarca en la necesidad de comprender y humanizar la situación. El deseo de encontrar lógica o sentido en la experiencia, combinado con una necesidad de minimizar el dolor emocional, puede llevar a la víctima a racionalizar o justificar las acciones del captor, como una forma de reducir la disonancia interna.
Es importante destacar que, desde una perspectiva humanista, la persona afectada no es vista como "débil" o "patológica", sino como alguien que ha recurrido a mecanismos de defensa y adaptación para sobrellevar una experiencia traumática. Al final, lo que subyace es una profunda necesidad de conexión humana, incluso en circunstancias donde las dinámicas de poder son profundamente desiguales.
Por último, el enfoque humanista también enfatiza la importancia de la autocompasión y el reconocimiento de la dignidad propia de la persona que ha sufrido este tipo de experiencia. En el proceso de recuperación, es fundamental que la víctima pueda entenderse a sí misma no como culpable o irracional, sino como alguien que ha atravesado una experiencia extraordinariamente dolorosa y que, a pesar de ello, sigue poseyendo la capacidad de crecer, sanar y reconectarse. consigo misma y con los demás. Esto refuerza el respeto por la experiencia subjetiva de cada individuo y su potencial para la resiliencia, el crecimiento y la autorrealización, aún después de un trauma tan profundo.