04/06/2025
MANERAS DE VIVIR, FORMAS DE MORIR
El turismo de aventura es un modo de viajar que básicamente consiste en realizar actividades desafiantes y emocionantes en parajes naturales. Generalmente este tipo de “aventura” incluye la práctica de deportes de riesgo, realizar actividades extremas a la búsqueda de los revitalizadores efectos de la adrenalina. Pueden, o no, requerir por parte de los viajeros de ciertas habilidades personales y alguna preparación física. Se caracteriza por la exploración de lugares remotos, la conexión con la naturaleza y la búsqueda de experiencias auténticas y enriquecedora.
En un lugar del mundo, una familia dispone de algunos días “libres” y se plantea hacer algo diferente a lo habitual. Salir de la rutina, fortalecer la relación de pareja y estrechar lazos con los hijos suelen ser algunas de las excusas y/o motivaciones más habituales que están detrás de este tipo de proyectos personales.
Han oído hablar algo del turismo de aventura y quieren saber más. Son muchos los amigos que les han hablado de él y se lo han recomendado. Al parecer es algo parecido a viajar a lugares remotos y conectar con la naturaleza en busca de experiencias auténticas y enriquecedoras para el cuerpo y el espíritu. Un aliciente extra es el peligro y la incertidumbre.
Tras informarse adecuadamente en varias agencias de viaje estudian distintas propuestas que incluyen paquetes variados con opciones de todo tipo. El dinero no es un problema, o se tiene en la cuenta o pueden acceder a él mediante un crédito a interés fijo y asequible. El precio varía mucho en función del lugar elegido, de la logística, las coberturas del seguro, el número y la edad de los participantes, los niños unas veces llevan suplemento y otras son parte de la oferta.
Después de varias llamadas, consultas y conversaciones acuerdan realizar el viaje a un determinado lugar, por supuesto en otro país, contratando unos servicios concretos que incluyen guía, traductor, seguro de cancelación, seguro médico, seguro de accidente, alojamiento en estancias con agua caliente y aire acondicionado, tres comidas diarias (bebidas incluidas) etc., etc.…
Emprenden el viaje sabiendo la fecha exacta de la ida y por supuesto la vuelta. Van perfectamente equipados con ropa para cada actividad a realizar y para las condiciones climáticas que encontrarán, la agencia les ha informado y ellos lo han contrastado posteriormente con el señor Google. También llevan dinero en metálico, una tarjeta de crédito perfectamente valida en los lugares a visitar y por supuesto un amplio botiquín con antibióticos, analgésicos, antitérmicos, antidiarreicos, antihistamínicos, antimosquitos, anti mareos, etc., etc.
Cabe suponer, no solo, que días después volvieron, sino que regresaron contentos, excitados, con muchas fotos, algún que otro souvenir e innumerables “aventuras” que contar. No en vano se trataba de turismo de aventuras. A su llegada, en el aeropuerto, les esperaba algún que otro familiar y/o amigo que sabía exactamente el día de la llegada porque el contacto entre ellos nunca se interrumpió, los móviles eran de calidad e internet siempre funcionaba.
En otro lugar del mundo, una familia dispone de algunos días, pocos, antes de morir de hambre o enfermedad y se plantean hacer algo diferente a lo habitual, no para salir de la rutina, fortalecer la relación de pareja o conocer mejor a los hijos, sino para que los niños no mueran y no morir ellos.
Han oído hablar de lugares en donde se vive mejor, en donde sobra la comida, en donde hay agua fría y caliente, en donde hay hospitales y escuelas y sobre todo en donde hay trabajo y te pagan por él.
Son algunos, no muchos, los amigos que les han hablado de esos lugares y les han recomendado intentar acceder a ellos. No lo llaman turismo de aventura ni dicen que sea algo parecido a viajar a lugares remotos y conectar con la naturaleza en busca de experiencias auténticas y enriquecedoras para el cuerpo y el espíritu, lo llaman un viaje infernal, peligroso y sin vuelta atrás.
Tras informarse inadecuadamente durante las largas horas de espera en las interminables colas, para conseguir algo de agua y comida, a las puertas de alguna oenegé caritativa y religiosa, deciden plantearse iniciar el viaje. Venden lo poco que les queda, piden prestado a usureros, avalados por la esclavitud de algún familiar que se queda, y con los pocos billetes conseguidos, cuatro harapos y mucha ilusión se dirigen a una agencia de viajes situada a cientos de kilómetros, en mitad de la nada. Como el precio que les piden por viajar en un viejo camión sobrepasa sus pocas “divisas”, continúan viaje a pie y cruzan algunos países al tiempo que van perdiendo peso, y salud, pero no ilusiones ni miedo. Por fin llegan al mar. Habían oído hablar de él pero no lo conocían, es bonito e impresionante pero no se puede caminar sobre él y tampoco saben nadar. Para llegar a su destino, que esta al otro lado, necesitan un medio de navegación y con el poco dinero que les queda consiguen un rincón estrecho al final de algo que parece flotar y continúan el viaje.
Alla en su aldea, no han tenido noticias de los viajeros, no tienen móvil ni internet, pero como nunca regresaron creen que consiguieron llegar a Europa y que viven bien, que tienen un techo y comen todos los días gracias al dinero conseguido con el esfuerzo de su trabajo. No saben que el cabeza de familia, así como la madre y la hermana pequeña, murieron en busca de aventuras y el otro hijo, un chaval de 15 años llora en silencio en un centro de acogida mientras busca la forma de escapar de allí antes de ser deportado.