21/11/2025
Reuben George Williams tenía 98 años cuando entró por primera vez a una biblioteca.
Vestía camisa de cuadros, pantalón planchado y una sonrisa tímida.
Se apoyaba en su bastón como quien se apoya también en la esperanza.
—Vengo a aprender a leer —dijo.
La bibliotecaria, confundida, lo miró con cautela.
Pensó que se trataba de un chiste.
Pero Reuben insistió.
—Nunca lo hice. Nunca me lo permitieron.
Y antes de irme… quiero leer mi nombre. Y escribirlo también.
Reuben había nacido en 1924, en una plantación de algodón.
No pisó una escuela.
Trabajó desde los cinco años.
Durante décadas, fue mozo, barrendero, mecánico, jardinero.
Nunca aprendió a leer ni escribir.
No porque no quisiera, sino porque nadie lo enseñó.
Ni se lo ofrecieron.
—Yo era solo manos para el trabajo —le dijo una vez a una voluntaria—. Pero siempre quise ser también palabras.
A los 96, perdió a su esposa.
Un día, revisando sus cosas, encontró una caja con cartas que ella le había escrito durante años.
Nunca se las había leído.
Solo las había guardado, en silencio, creyendo que algún día las entendería.
Ese día llegó dos años después.
Comenzó con el abecedario.
Luego los sonidos.
Los sílabas.
Los libros infantiles.
Los niños que iban a la biblioteca se sentaban con él a practicar.
Le señalaban letras, lo animaban, le festejaban cada palabra.
—¡Leí “árbol”! —gritó una tarde.
Y los niños aplaudieron como si hubiera ganado un premio Nobel.
Su historia se hizo viral cuando una joven bibliotecaria subió una foto de Reuben leyendo su primera frase entera:
“Mi nombre es Reuben George Williams.”
La imagen dio la vuelta al mundo.
Y a él le llegaron cartas desde más de 30 países.
Un periodista le preguntó:
—¿Por qué ahora, señor Williams?
Él respondió:
—Porque nadie debería morir sin haber leído su propio nombre con sus propios ojos.
Cuando cumplió 99, organizó su primer club de lectura para adultos mayores analfabetos.
Se reunían los jueves en el parque.
Leían juntos, con voz temblorosa pero valiente.
—Leer es decirle al mundo: “Estoy aquí”. Y ahora puedo gritarlo.
En su cumpleaños número 100, la biblioteca de Memphis imprimió su autobiografía, dictada por él y escrita letra a letra con ayuda de voluntarios.
La tituló:
“Nunca es tarde para abrir los ojos.”
Falleció en la noche del 4 de septiembre de 2024.
En su mesa de noche había una carta de su esposa…
y una lupa sobre la palabra “amor”.
Hoy, su historia es parte de los programas de alfabetización tardía en todo Estados Unidos.
Y en la biblioteca donde todo comenzó, una sala lleva su nombre.