Mara Acosta

Mara Acosta 🎭 Escribo en bata, con gatos que juzgan y una vela encendida. No es terapia. No es coaching. No es un hobby. Es lo que queda cuando todo lo demás se cae.

Hay momentos en los que no quieres ver, ni oír, ni hablar.Te plantas como esas figuritas calladas, cada una haciendo lo ...
08/09/2025

Hay momentos en los que no quieres ver, ni oír, ni hablar.
Te plantas como esas figuritas calladas, cada una haciendo lo suyo para no enterarse de nada.
Y al fondo, una bailarina diminuta te observa. No dice nada. No se mueve. Espera.
Sabe que estás en otra danza. Una sin música. Una que se baila sentada.
Y entonces, un aroma te atraviesa. No sabes de dónde viene, pero algo se suelta.
Tus manos empiezan a moverse. Primero por instinto. Luego por costumbre.
Y...quién sabe... puede que la bailarina coja un fósforo, encienda las velas, y... bailemos una sevillana
🙌 ⭐️

La vela estaba allí, apagada, con un nombre escrito como si fuera una broma privada: Migajas.No brillaba, no llamaba la ...
03/09/2025

La vela estaba allí, apagada, con un nombre escrito como si fuera una broma privada: Migajas.
No brillaba, no llamaba la atención… y aun así parecía demasiado consciente de su lugar.
Quizá esperaba a que alguien la encendiera.
O, peor todavía, a que alguien se acercara lo bastante para descubrir que a veces lo poco no es poco, sino la grieta por donde empieza todo.

LOS GATOS NO DAN CONSENTIMIENTO—¿Aceptas nuestras cookies?—¿De chocolate? —preguntó Zumo, con una ceja en alto y la leng...
24/07/2025

LOS GATOS NO DAN CONSENTIMIENTO

—¿Aceptas nuestras cookies?

—¿De chocolate? —preguntó Zumo, con una ceja en alto y la lengua fuera.

—No. De las otras. Las que se meten en tu casa sin pedir permiso y te siguen hasta en el baño, y luego te ofrecen un anuncio de papel higiénico —contestó Luto, con las pupilas en modo francotirador.

Miga había rastreado el portátil de la mujer. Entre gifs de gatos y correos sin abrir, había un aviso en letras pequeñas (y lenguaje turbio) que decía más o menos esto:

“Si no pagas, nos das tu alma. Si pagas, solo nos llevamos tus huellas. Tú eliges.”

Sombra lo leyó en voz alta con tono de notario distópico.

—Es oficial. Facebook quiere que elijas entre ser mercancía o cliente. Democracia estilo Silicon Valley.

Meta ha decidido blanquear su espionaje ofreciendo una elección muy moderna:

Pagar con todos tus datos, o pagar con dinero (y seguir usando tus datos, aunque no te pongan publicidad).

Y si no… coge la puerta y vete.

Vamos… una manipulación en toda regla. De esas que te dicen que eliges libremente… mientras sostienen la navaja debajo de la mesa.

Como si eso fuera libertad.

Como si alguien con cuatro gatos y una vida en reconstrucción quisiera pagar “a partir de 7,99€” al mes para que no le rastreen la tristeza (aunque lo hagan igual).

Zumo bostezó.

—O sea, o vendes tus datos... o vendes tus órganos.

—Tampoco exageres —dijo Luto—. De momento solo te perfilan, te vigilan, te mapean emocionalmente y te usan para entrenar inteligencias artificiales que luego te ofrecerán cosas que no necesitas mientras creen que saben quién eres. Nada grave.
Miga, que había aprendido a leer interfaces desde que descubrió el botón de “saltar anuncio”, tradujo el mensaje con precisión felina:

—Si no pagas, te vigilan para venderte cosas.

—Y si pagas… también te vigilan, pero no te ponen anuncios —añadió Sombra, desde el regazo de la mujer—. Eso sí: tu actividad, tu ubicación, tu forma de moverte y hasta tus pausas siguen alimentando sus modelos.

—O sea, que aunque pagues, sigues siendo parte del experimento —resumió Luto—. Solo cambias de categoría: ya no eres producto, eres cliente… pero igual te estudian.
Zumo miró la pantalla con cara de revelación apocalíptica.

—¡Estamos atrapados en un zoo de algoritmos!

En la terraza, Mara observaba cómo un pájaro dudaba entre picar alpiste o denunciar al algoritmo. Tenía el mismo dilema.

No se trataba de paranoia. Se trataba de dignidad narrativa.
Porque una cosa era contar historias. Y otra muy distinta era regalarle esa historia a una corporación con sede en ninguna parte, dispuesta a comercializar hasta la tristeza.

Los gatos la rodearon en asamblea.

—¿Y si dejamos de escribir aquí? —propuso Sombra.

—¿Y si migramos a nuestra propia cueva digital, sin que nos midan el tiempo que parpadeamos? —dijo Miga, con una galleta en la boca y una mirada de independencia absoluta.

—¿Y si les decimos, con todas las letras, que nos negamos a formar parte de esto?

Y así fue.
La mujer cerró el portátil con gesto lento.
Había llegado el momento.
Esto no iba de nostalgia.
No era drama ni exilio.
Era lucidez.
Y la lucidez, a veces, implica irse sin hacer ruido.

Este será el último relato publicado en esta red.
Si quieres seguir leyendo historias con alma, con gatos, con caos, crítica lúcida y humor afilado:
a partir de ahora nos encontrarás en la web.

🌐 www.mareadesabiduria.com

👉 La web ya está abierta al mundo.

Está en construcción, como nosotros.
Iremos subiendo los textos poco a poco, así que les pedimos un poco de paciencia.
No hay prisa, pero sí dirección.
Con amor, pero sin consentimiento algorítmico.

—Mara Acosta y El Comité Felino.

LA MUJER QUE BAJÓ DEL MURO PARA CONSEGUIR MONEDASEse día, la mujer se puso los zapatos menos ruidosos.No por discreción,...
17/07/2025

LA MUJER QUE BAJÓ DEL MURO PARA CONSEGUIR MONEDAS

Ese día, la mujer se puso los zapatos menos ruidosos.
No por discreción, sino por respeto al ritual.
—Hoy bajamos —dijo al Comité.
Los gatos levantaron la cabeza al unísono, como si ya lo supieran.
No era una huida.
Tampoco una caída.
Era logística.
El muro estaba bien para pensar, pero no servía para conseguir comida, ni alquilar tiempo, ni comprar aceite de sésamo.
Así que bajaron.
Caminaron por la ladera del sentido común, donde los pensamientos empezaban a pixelarse.
Cada paso era una decisión. Cada gesto, una traducción.
Zumo se disfrazó de gato doméstico.
Sombra guardó silencio y tomó notas mentales.
Miga se pegó a la pierna de la mujer, incómoda con la densidad emocional del ambiente.
Luto se puso gafas de sol, como si eso pudiera protegerlo de la mediocridad.
Al llegar al circo, el aire olía a self-branding y pan precocido.
Había gente vendiendo motivación en sobres.
Otros cambiaban identidad por seguidores.
Un puesto ofrecía afirmaciones positivas impresas en merchandising biodegradable.
“Sé tu mejor versión”, decía una taza.
La mujer pensó: ¿y si mi mejor versión es esta que no quiere sonreír?
Se acercó al tenderete del trueque.
—¿Qué ofreces? —preguntó el comerciante, sin levantar la mirada de su tablet.
—Narrativa, ironía, disonancia cognitiva… y cera vegetal.
El tipo la miró por fin.
—Hmm. Lo tuyo es poco vendible, pero tiene público raro. Te doy trece monedas.
—Veinte.
—Quince y media.
—Hecho.
Zumo lamió una bolsa de tela.
Miga grabó un vídeo con el caption:
“Mi yo negociando autenticidad en el mercado de las máscaras 🐾💸 ”
Sombra anotó: “volatilidad emocional en baja intensidad. Buen momento para retirarse.”
Con las monedas en el bolsillo, la mujer miró el escenario principal.
Seguían los mismos números: el contorsionista del multitasking, el mago que hacía desaparecer el burnout con una sonrisa, la equilibrista del “todo fluye”.
—¿Nos quedamos un rato? —preguntó Zumo.
—No hoy —dijo la mujer—. Hoy solo vinimos a sobrevivir.
Y con eso, emprendieron la subida de vuelta.
Con el alivio de saber que arriba seguía estando el muro.
🐾
—Mara y el Comité Felino
Expertos en bajar sin quedarse.

LA MUJER QUE SE SUBIÓ AL MURO Y SE ENCONTRÓ CON EL CIRCO.Salió a dar un paseo, necesitaba un poco de aire. Solo aire. La...
16/07/2025

LA MUJER QUE SE SUBIÓ AL MURO Y SE ENCONTRÓ CON EL CIRCO.

Salió a dar un paseo, necesitaba un poco de aire. Solo aire. La mujer caminaba con el comité: Sombra (el estratega), Zumo (el que se distrae con una mosca), Miga (la sensitiva) y Luto (el poeta existencial con complejo de murciélago).
Calle arriba, algo rompió la monotonía.

🎶 “Había una vez un circo… que alegraba siempre el corazón…” 🎶

—¿Eso es lo que creo que es? —preguntó la mujer, medio entrecerrando los ojos.

Miga se detuvo en seco. Su pelaje blanco se erizó como si hubiera tocado un enchufe emocional.

—Chicos… aquí hay movida.

Sombra olfateó el aire. Zumo lamió una farola. Luto miró al cielo con su habitual desdén hacia todo.

—Se huele a performance —dijo.

Al fondo, un muro viejo separaba la calle del espectáculo. Subieron como quien sube a un pedestal invisible. Y desde ahí lo vieron todo:

Carpas. Luces. Gente disfrazada de sí misma. Una pista central llena de adultos jugando a ser importantes. Payasos sin risa, equilibristas tambaleándose sobre frases tipo “todo bien, gracias” y “no es nada, ya pasará”.

—¿Pero esto qué es? —dijo la mujer.

—El circo de lo normal —respondió Sombra—. Hoy hacen doble función: una para encajar y otra para aparentar.

Zumo se asomó con un prismático (que nadie sabe de dónde sacó):

—¡Mira! Ahí va uno disfrazado de “éxito”, pero le asoma la ansiedad por el tobillo.

En la esquina del escenario, alguien vendía narices de payaso con diferentes slogans:

"Sonríe aunque te pudras", “Todo es actitud”, “No hagas drama, haz reels”.

Un mimo intentaba encajar en una caja de expectativas. El público aplaudía sin saber por qué.

—Esto no es un espectáculo —dijo Luto, —es un tutorial de cómo fingir que estás bien.

Miga grabó un vídeo:

“Mi yo observando el mundo desde la azotea de la disociación 🐾🎪 ”

Un cartel giratorio anunciaba:

“Hoy en el gran circo:
· El contorsionista de agendas imposibles
· La equilibrista del ‘no tengo tiempo’
· El mago que hace desaparecer el dolor con filtros”

La mujer suspiró.

—¿Y si nunca bajamos?

—¿Y perdernos esto? —dijo Zumo—. Ni loco.

Los cinco se quedaron ahí. Viendo a la sociedad girar sobre sí misma como un hamster en leggings motivacionales.
Desde arriba, no dolía tanto. Desde arriba, al menos, se veía claro: no era un circo de alegría, sino uno de apariencias. Uno donde todos actuaban, y nadie aplaudía de verdad.
Y por eso, Mara y su comité se quedaron sentados en el muro.
Por si alguien más quiere subir.

Mara y el Comité Felino
🐾 Observando el circo desde los márgenes desde tiempos inmemoriales.

LA MUJER QUE SOLO QUERÍA UNA BATIDORA (Y TERMINÓ EN UNA DISTOPÍA FELINA)La mujer se había cansado de batir el chantilly ...
13/07/2025

LA MUJER QUE SOLO QUERÍA UNA BATIDORA (Y TERMINÓ EN UNA DISTOPÍA FELINA)

La mujer se había cansado de batir el chantilly a mano. Literalmente. Tenía contracturas en los brazos, en la espalda y sospechosamente... en el pelo. Así que tomó una decisión valiente y moderna: ir a comprarse una batidora eléctrica.

—No pienso dejar que te vayas sola —dijo Sombra, subido al bolso como si fuera su Uber personal.

—Pues si tú vas, yo también —dijo Miga, desde el armario—. A mí no me dejan sola otra vez, que luego me entra la ansiedad y empiezo a lamer plásticos.

Zumo no dijo nada, solo la miró con esa cara que mezcla interrogación existencial y olor a pienso sin abrir.

Y Luto… Luto la miró con expresión de “ay mi madre, la que va a montar ahora” y sentenció:

—Yo paso. Este mundo está muy raro. Y yo no tengo energía para distopías de sábado por la mañana.

Así que la mujer y sus tres gatos (que no tenían carnet de conducir pero sí un gran sentido de la desobediencia) se fueron de compras.

Al llegar a la tienda, la realidad le dio una bofetada posmoderna: no había ni un solo humano.

Solo robots parlantes, estanterías que decían “hola” y una pantalla gigante que le preguntó si quería ayuda o si solo estaba mirando.

Ella empezó a buscar la batidora por su cuenta, mientras los gatos hacían lo suyo.

Zumo discutía con una freidora de aire que intentaba convencerle de que podía cocinar sin grasa. Él, ofendidísimo, le gritaba que eso era antinatural y que no confiaba en nadie que dijera “crujiente” sin haber pasado por aceite hirviendo.
Miga se hizo amiga de un robot de limpieza con forma de donut con luces LED. Lo llamó “Leidy”, lo acarició y se tumbó encima como si fuera su nuevo amante.

Sombra no se separaba de la mujer. Caminaba a su lado con cara de guardaespaldas emocional y cada vez que una tostadora decía “puedo prepararte el desayuno”, le soltaba un bufido.

Las máquinas comenzaron a comportarse de forma extraña. Una cafetera les ofreció una masterclass, un microondas habló de su infancia y una licuadora quiso leerle los chakras.

La mujer cogió la batidora y salió de allí como quien huye de una rave tecnológica.

Llegó a casa, dejó a los gatos desparramados por el sofá y se sentó con su nueva adquisición.

La miró, respiró hondo y dijo:

—Llevo tanto tiempo en pausa, que ya no sé si esto es la vida real o una actualización que salió mal.

—Mara Acosta y el comité felino (sobreviviendo a lo absurdo con estilo propio.)

🍉 SANDÍA ENCENDIDANo es magia. Es una vela.Pero cuando te sube el sofoco y te quieres arrancar la piel, esto ayuda.Aroma...
10/07/2025

🍉 SANDÍA ENCENDIDA

No es magia. Es una vela.
Pero cuando te sube el sofoco y te quieres arrancar la piel, esto ayuda.
Aroma fresco, real, como meter la cara en la nevera.
Perfecta para menopausias, veranos crueles o habitaciones que no ventilan ni a golpes.

No promete paz espiritual.
Promete que, por un rato, huele a sandía.

LA MUJER QUE INTENTÓ NO SENTIR LO DE LOS DEMÁS (PERO LE SALIÓ MAL, PORQUE NO ERA UN CACTUS)La mujer llevaba semanas escu...
09/07/2025

LA MUJER QUE INTENTÓ NO SENTIR LO DE LOS DEMÁS (PERO LE SALIÓ MAL, PORQUE NO ERA UN CACTUS)

La mujer llevaba semanas escuchando el mismo mantra reciclado en distintos envoltorios:

“No te hagas cargo del dolor de los demás.”
“Piensa en ti. Lo importante eres tú.”
“Si es incómodo, suéltalo.”
“La empatía es agotadora, pon límites.”
Y ella… lo intentó. De verdad.
Puso velas, puso límites, puso incienso y hasta puso cara de “me estoy priorizando”.
Pero había un problema: no era una piedra.
Ni una influencer emocional con el corazón encapsulado en cuarzo rosa.
Era una mujer con antenas.
De esas que sienten el dolor ajeno como si fuera un olor. O un zumbido.
Aunque venga disfrazado de silencio.

Y claro, en esta sociedad que ha elevado el “mira por ti” a categoría de dogma, la mujer empezó a sentirse como un error de fábrica.

Porque no sabía desentenderse.
Porque se le atragantaba la indiferencia.
Porque no le salía ignorar el temblor en la voz ajena solo porque el algoritmo decía que “eso es energía que no te corresponde”.

Lo peor no era sentir.
Lo peor era ver cómo lo de sentir se había vuelto sospechoso.
Un síntoma. Una debilidad. Una amenaza para la productividad emocional.

“¿Tienes miedo? Medita.”
“¿Estás triste? Tómate un anestésico emocional.”
“¿Te duele alguien? Es que no has sanado lo suficiente.”

La mujer miró a su alrededor.
Una sociedad entera, bien peinada, bien medicada, bien entrenada en no mirar a nadie demasiado de cerca.
Todos brillando con luz propia, pero sin chispazo entre ellos.
Todos liberados, pero profundamente solos.
Todos muy ocupados en sí mismos como para ofrecer hombros que no sean alquilables por hora.

Zumo, que estaba leyendo La insoportable levedad del ego, suspiró desde el respaldo del sofá:
—Han confundido el amor propio con la fuga del mundo.
—Ahora nadie se deja afectar. Todos se "gestionan".
—No es comunidad, es coaching.
—Y tú, pobre humana sensible, te crees defectuosa por no haber logrado insensibilizarte.

La mujer entendió que no quería salvarse sola.
Que no quería habitar un mundo donde cada uno se lame sus heridas en rincones asépticos, mientras los demás hacen como que todo va bien.
Que no quería convertirse en alguien blindado, invulnerable y emocionalmente eficiente.

Porque de tanto protegernos, nos hemos vuelto inaccesibles.
Y de tanto priorizarnos, hemos perdido el nosotros.

Así que volvió a sentir.
Y a escuchar.
Y aunque dolía, al menos era real.
Porque prefería un corazón lleno de grietas compartidas que uno blindado y decorativo.

Y entonces los gatos aplaudieron.
Literalmente.
(Miga aprendió a hacerlo solo para este final.)

-Mara Acosta, superviviente del apocalipsis emocional disfrazado de autocuidado.
(Y aún con ganas de abrazar sin checklist.)

El Comité ha detectado un exceso de cuarzo rosa y déficit de hombros disponibles. ¿Tú qué prefieres: vibrar alto o que alguien te escuche mientras lloras con la cara hinchada?

LA MUJER QUE NO TRIUNFABA (PERO SABÍA CUÁNDO CAMBIAR LA ARENA DEL GATO Y CUÁNDO HUIR DE UNA PERSONA EN CHÁNDAL MOTIVACIO...
07/07/2025

LA MUJER QUE NO TRIUNFABA (PERO SABÍA CUÁNDO CAMBIAR LA ARENA DEL GATO Y CUÁNDO HUIR DE UNA PERSONA EN CHÁNDAL MOTIVACIONAL)

La mujer ya no quería triunfar. No por rebeldía. Ni por trauma –o puede que si–.
Sino porque estaba ocupada sobreviviendo a su tostadora con espíritu suicida, a la factura de la luz con vocación de atraco y a un comité felino que cada mañana celebraba una asamblea ilegal sobre su pecho, sin pedirle permiso ni a la Constitución ni al ritmo circadiano. El éxito, sinceramente, le daba urticaria.

Triunfar le sonaba a tener que hacer yoga en una azotea con desconocidos que pronuncian “namasté” como si fuera un arma blanca.
Ella prefería su salón, su manta, y un gato encima del diafragma bloqueando el sistema respiratorio.

A veces se planteaba hacer las cosas bien. De verdad.
Ducharse antes del mediodía, responder correos, fingir entusiasmo.
Pero luego abría Instagram, veía a una señora hacer un smoothie de col rizada mientras hablaba de empoderamiento, y se le pasaba.

El comité lo tenía claro:
—La humana está en modo “preservar la dignidad sin caer en la trampa del entusiasmo”. —diagnosticó Miga, desde dentro del cajón de los calcetines.
—Eso es código naranja. —sentenció Sombra.
— Yo propongo dejarla en observación. Está rarita, pero estable.—aportó Zumo, desde el lavabo, con una garra dentro del vaso de su cepillo de dientes.

Ella los ignoraba.

Había aprendido que mantener la cordura en este mundo, exigía cierta desconexión selectiva. Desconectar del algoritmo. De la productividad compulsiva. De las personas que te dicen “ánimo guapa” y te recomiendan un libro de autoayuda que empieza con “Todo pasa por algo.

No hacía grandes cosas.
Solo evitaba convertirse en una marca personal con bio aspiracional y fondo blanco.
Y eso ya era una hazaña en estos tiempos.

Un día recibió una invitación para un evento de networking con brunch sin gluten.
Dijo que sí. Para no parecer borde.

Luego fingió su muerte. Dos veces.

La primera fue por correo electrónico. La segunda, más elaborada, incluyó una esquela en Comic Sans y un mensaje cifrado desde la cuenta de su gato.

Algunas personas del grupo fueron a su funeral. Pero allí no había cuerpo.
Solo una vela encendida, una nota que decía “estoy bien, no insistan”

Y un cartel:

SE RUEGA NO RESUCITAR A LA FUERZA.

Desde entonces no la volvieron a invitar.
Y ella, honestamente, lo considera uno de sus mayores logros vitales.

Lo importante no era triunfar, ni fluir, ni vibrar alto sin gluten.
Lo importante era seguir siendo humana.
Con contradicciones, pelos en la barbilla y ataques de ternura sin algoritmo –Lo otro era postureo con filtros y síndrome de PowerPoint emocional–.

Y también saber cuándo cambiar la arena del gato. Porque si no, te lo recuerdan.
A lo bestia. Y siempre encima del sofá.

Porque triunfar es tendencia.
Pero seguir siendo persona, eso sí que es ir a contracorriente.

– Mara Acosta (sin marca personal, pero con garras propias)

☕ VELA “CAFÉ CON NATA Y ASUNTOS SIN CERRAR”(cuento para seres que fingen estar bien mientras baten emociones a mano)Esta...
06/07/2025

☕ VELA “CAFÉ CON NATA Y ASUNTOS SIN CERRAR”

(cuento para seres que fingen estar bien mientras baten emociones a mano)

Esta vela nació de un café que nunca me tomé.
Iba a ser con alguien. Pero ese alguien decidió que tenía mejores cosas que hacer. Como desaparecer. O dejarme en visto. O fingir que el mensaje no le llegó aunque salía doble check.
El caso es que me quedé con las ganas.
Así que me preparé un café emocional, bien cargado.
Primero mezclé todas las veces que dije “no pasa nada” cuando claramente pasaba.
Luego le añadí un chorrito de “te juro que lo tengo superado” batido con ansiedad silenciosa.
Para endulzar, espolvoreé excusas ajenas que intenté creerme y un par de pensamientos tipo “no me merece”, que quedan muy bien al principio pero no llenan nada.
Y encima, nata.
Mucha nata.
De la que se usa para tapar lo que no quieres mirar.
De la que hace que todo parezca bonito aunque por dentro esté caliente y revuelto.
La batí a mano. Como los reproches.
Y le puse virutas por encima, porque si vas a fingir que todo está bien, al menos que huela rico.
Encendí la vela.
No para iluminar.
Para rendirme con dignidad aromática.

**Si tú también has preparado cafés que nadie vino a tomar, o si eres de las que se pone nata encima de todo para no llorar, esta vela es tu aliada.
No mancha. No amarga. No necesita cucharilla.
Solo aire, fuego y un poco de sinceridad fingida.**

LA MUJER QUE ENCENDIÓ UNA VELA DEL PASADO Y DESCUBRIÓ QUE AÚN HABÍA BRASAS VIVAS.No fue una cita.Fue una intersección.Un...
05/07/2025

LA MUJER QUE ENCENDIÓ UNA VELA DEL PASADO Y DESCUBRIÓ QUE AÚN HABÍA BRASAS VIVAS.

No fue una cita.
Fue una intersección.
Una de esas que no figuran en los mapas ni en la agenda.
Ella apareció con ojos que sabían de pérdidas.
La mujer con fuego envuelto en cera.
No hubo discursos.
Solo reconocimiento.
El tipo de reconocimiento que no pide justificarse, porque viene de haber cruzado la misma tormenta, aunque en barcos distintos.
Le dió una vela.
No como regalo.
Como contraseña.
Al volver a casa, su mensaje me encontró primero a mí.
Luego, a algo más hondo.
Y por un segundo —solo un segundo—
el pasado no fue una trampa,
sino una chispa.
Una que no dolía.
Una que aún sabía iluminar.

–Mara Acosta (no siempre fue fácil volver, pero al menos esta vez, no dolía)

LA MUJER QUE QUERÍA HABLAR CON UN HUMANO. Había una vez una mujer adulta, funcional a ratos, con DNI en vigor, papeles o...
03/07/2025

LA MUJER QUE QUERÍA HABLAR CON UN HUMANO.

Había una vez una mujer adulta, funcional a ratos, con DNI en vigor, papeles ordenados en una carpeta rota y un nivel de paciencia ya en coma inducido.

Esa mujer, ingenua como un koala con contrato temporal, intentó hacer un trámite.
Solo uno.
Una gestión simple, de esas que los organismos llaman "rápida y sencilla desde nuestra app."

Pero ella quería hablar con un humano.
No por nostalgia.
No por romanticismo.
Sino porque su alma ya no toleraba más voces digitales con tono amable de psicópata contenido.

Marcó el número.
“Gracias por llamar. Para mejorar la calidad del servicio esta llamada podrá ser grabada.”

Ya empezamos.
Opción 1: información.
Opción 2: facturación.
Opción 3: si tienes dudas sobre cómo respirar, pulsa el asterisco.
Opción 4: si ya te estás arrepintiendo de llamar, cuelga.

Ella pulsó 1. Luego 3. Luego 5.

Luego gritó “¡HUMANO!” como una especie de conjuro desesperado.

Silencio.

Una voz artificial con tono pasivo-agresivo le pidió que verificara su identidad.
Nombre, DNI, código postal, número de contrato, fecha de nacimiento, nombre del primer peluche de su infancia y si prefiere tostadas con o sin corteza.

Todo para proteger sus datos.
Curiosamente, pidiéndole más datos que su ex durante el juicio.

Una vez verificada por tierra, mar y aire, la voz volvió a hablar:

“¿Sabías que puedes hacer esta gestión más cómodamente desde nuestra app?”

Ella, que ya estaba sentada en el suelo y con la mandíbula apretada, susurró:

—Sí, y también podría tatuarme el IBAN en el brazo y empezar una nueva vida.

Pero no.
Ella insistía.
Quería un humano.
Aunque fuera medio humano.
Aunque fuera alguien que supiera lo que es tener que ir a Hacienda con cita previa a las 6:40 de la mañana.
Alguien que hubiera sentido en sus propias carnes la ira sorda de hablarle a un contestador que dice:

“Lo sentimos, todas nuestras líneas están ocupadas. Por favor, inténtelo más tarde.”

Después de 47 minutos y 12 segundos, música repetitiva, una charla aleatoria sobre la ley de protección de datos, y tres nuevos botones que no llevaban a ningún sitio...
le colgaron.
Sin más.

El universo digital decidió que su trámite, como sus ganas de vivir, podía esperar.

Ella se quedó en silencio.
Miró el teléfono.
Respiró hondo.
Se sirvió un café.

Y pensó:
“Igual los humanos ya no existen.
Igual ahora somos todos bots cansados disfrazados de personas.
Igual la única atención real es la que no se presta por teléfono.
Igual… me hago una vela con olor a justicia divina.”

Y así nació la colección: "Vela para trámites imposibles."
Con aroma a café frío, frustración contenida y una nota final de sarcasmo cítrico.

Por si algún día te vuelve a pasar.
Por si algún día logras hablar con un humano real y quieres celebrarlo.

Spoiler: no te devolverán el tiempo perdido.
Pero al menos olerá bien.

- Mara Acosta (o lo que queda de ella después de pulsar el 3)

Dirección

Las Palmas De Gran Canaria

Teléfono

+34928021582

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