24/07/2025
LOS GATOS NO DAN CONSENTIMIENTO
—¿Aceptas nuestras cookies?
—¿De chocolate? —preguntó Zumo, con una ceja en alto y la lengua fuera.
—No. De las otras. Las que se meten en tu casa sin pedir permiso y te siguen hasta en el baño, y luego te ofrecen un anuncio de papel higiénico —contestó Luto, con las pupilas en modo francotirador.
Miga había rastreado el portátil de la mujer. Entre gifs de gatos y correos sin abrir, había un aviso en letras pequeñas (y lenguaje turbio) que decía más o menos esto:
“Si no pagas, nos das tu alma. Si pagas, solo nos llevamos tus huellas. Tú eliges.”
Sombra lo leyó en voz alta con tono de notario distópico.
—Es oficial. Facebook quiere que elijas entre ser mercancía o cliente. Democracia estilo Silicon Valley.
Meta ha decidido blanquear su espionaje ofreciendo una elección muy moderna:
Pagar con todos tus datos, o pagar con dinero (y seguir usando tus datos, aunque no te pongan publicidad).
Y si no… coge la puerta y vete.
Vamos… una manipulación en toda regla. De esas que te dicen que eliges libremente… mientras sostienen la navaja debajo de la mesa.
Como si eso fuera libertad.
Como si alguien con cuatro gatos y una vida en reconstrucción quisiera pagar “a partir de 7,99€” al mes para que no le rastreen la tristeza (aunque lo hagan igual).
Zumo bostezó.
—O sea, o vendes tus datos... o vendes tus órganos.
—Tampoco exageres —dijo Luto—. De momento solo te perfilan, te vigilan, te mapean emocionalmente y te usan para entrenar inteligencias artificiales que luego te ofrecerán cosas que no necesitas mientras creen que saben quién eres. Nada grave.
Miga, que había aprendido a leer interfaces desde que descubrió el botón de “saltar anuncio”, tradujo el mensaje con precisión felina:
—Si no pagas, te vigilan para venderte cosas.
—Y si pagas… también te vigilan, pero no te ponen anuncios —añadió Sombra, desde el regazo de la mujer—. Eso sí: tu actividad, tu ubicación, tu forma de moverte y hasta tus pausas siguen alimentando sus modelos.
—O sea, que aunque pagues, sigues siendo parte del experimento —resumió Luto—. Solo cambias de categoría: ya no eres producto, eres cliente… pero igual te estudian.
Zumo miró la pantalla con cara de revelación apocalíptica.
—¡Estamos atrapados en un zoo de algoritmos!
En la terraza, Mara observaba cómo un pájaro dudaba entre picar alpiste o denunciar al algoritmo. Tenía el mismo dilema.
No se trataba de paranoia. Se trataba de dignidad narrativa.
Porque una cosa era contar historias. Y otra muy distinta era regalarle esa historia a una corporación con sede en ninguna parte, dispuesta a comercializar hasta la tristeza.
Los gatos la rodearon en asamblea.
—¿Y si dejamos de escribir aquí? —propuso Sombra.
—¿Y si migramos a nuestra propia cueva digital, sin que nos midan el tiempo que parpadeamos? —dijo Miga, con una galleta en la boca y una mirada de independencia absoluta.
—¿Y si les decimos, con todas las letras, que nos negamos a formar parte de esto?
Y así fue.
La mujer cerró el portátil con gesto lento.
Había llegado el momento.
Esto no iba de nostalgia.
No era drama ni exilio.
Era lucidez.
Y la lucidez, a veces, implica irse sin hacer ruido.
Este será el último relato publicado en esta red.
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Está en construcción, como nosotros.
Iremos subiendo los textos poco a poco, así que les pedimos un poco de paciencia.
No hay prisa, pero sí dirección.
Con amor, pero sin consentimiento algorítmico.
—Mara Acosta y El Comité Felino.