04/11/2025
¿Es posible orientarse a lo correcto desde el egoísmo?
REFLEXIÓN
Ese “centro del mundo” que se atribuye el yo tiene mil disfraces. A veces toma la forma de queja metafísica (“el universo se ensaña conmigo”); otras, de contabilidad moral (“¿por qué muere quien amo y vive quien me irrita?”). En ambos casos opera el mismo sesgo: personalización. Lo impersonal —azar biológico, cadenas causales, decisiones ajenas— se interpreta como mensaje dirigido. Ese encuadre produce doble dolor: el del hecho y el de sentirlo como afrenta personal. Además, encadena a una ilusión: si todo gira en torno al yo, entonces el mundo “debería” ajustarse a su guion; cuando no lo hace, aparece la amargura.
Hay, además, una expectativa tácita de justicia inmediata: como si la realidad fuera un tribunal que paga méritos al contado. La vida real mezcla azar, estructuras y elecciones, y el desenlace de un caso particular no revela “el plan” ni el valor de una persona. El apego a lo familiar y protector intensifica la fantasía de control: lo que quiero conservar debería permanecer; lo que me ofende, desaparecer. Ese empuje es humano; se vuelve tóxico cuando confunde deseo con derecho y convierte la pérdida en ofensa del cosmos.
La salida no es culpar al yo por centrarse, sino descentrarlo lo suficiente para ver mejor. Descentrar no significa desvalorizar el propio dolor, sino reconocer que no es el único foco de la escena. Cuando eso ocurre, la pregunta cambia: de “¿por qué a mí?” a “¿qué pide este hecho de mí ahora?”—cuidar, reparar, aprender, acompañar. El sentido no domestica la tragedia, pero evita que el sufrimiento se solidifique en identidad. Se honra el vínculo, se llora la pérdida, y luego se convierte esa energía en tarea concreta. Esa es la diferencia entre vivir en el eje del agravio o en el eje del valor.
Tres ejemplos breves
1- Diagnóstico duro.
Personalización: “algo o alguien me castiga”. Descentramiento: reconocer el dolor, apoyarse en la evidencia médica, pedir ayuda y diseñar hábitos que cuiden la vida que queda. Menos culpa cósmica, más dignidad.
2- Injusticia laboral.
Personalización: “me odian”. Descentramiento: documentar hechos, buscar aliados, usar canales formales; a la vez, proteger la autoestima para que el agravio no colonice toda la identidad.
3 Muerte de un ser querido.
Personalización: “la realidad me traiciona”. Descentramiento: rituales, comunidad, promesa de continuar un valor del ausente. El amor se transforma en acto y memoria viva.
Tres ejercicios para ver las sutilezas del egocentrismo
1- Hecho–Historia–Humildad (3 minutos
Escribe el hecho en una línea. Anota la historia personal (“se ensañan conmigo”). Añade una pregunta de humildad cognitiva: ¿Qué factores impersonales podrían explicar esto (azar, sistema, límites humanos)? Define un paso que cuide dignidad hoy.
2- Traslado de foco (90 segundos).
Al notar la queja “¿por qué a mí?”, formula dos preguntas:
¿Quién más queda afectado por esto y cómo?
¿Qué gesto pequeño reduce daño para ese otro y para mí?
Ejecuta el gesto en el día.
3. Ritual de sentido (5 minutos, semanal).
Elige una pérdida o frustración. Nombra el valor que revela (cuidado, justicia, verdad). Diseña una acción medible para encarnarlo (acompañar a alguien, mejorar un proceso, aprender algo que prevenga daño). Revisa a la semana qué cambió en ti y alrededor.
Descentrar el yo no es borrarlo; es ubicarlo. Al dejar de suponer que todo es mensaje para uno, la percepción se limpia, el dolor se hace tratable y la energía se orienta. Así, pensar, sentir y actuar pueden alinearse con lo que merece continuidad, incluso cuando lo familiar se pierde. Ahí, sin dioses que “fallen” ni universos que conspiren, nace una paz más sobria: la de responder con humanidad en medio de lo inevitable.