
24/04/2025
Cuando empecé a practicar yoga (y de hecho, aún me pasa todavía en algunas clases, de forma distinta), muchas veces me he sentido atrapada.
Recibía tantas instrucciones que no sabía cómo gestionarlas.
Ciertas posturas me daban miedo, a la vez quería llegar allí, sabía que era un portal hacia algo más profundo, pero al final muy pocas veces me atrevía, y eso si pasaba, era cuando estaba sola en casa más que en clase.
Sentía que le decía al cuerpo qué hacer desde la mente, sin realmente sentirlo.
Sin darme el espacio para explorar, probar, equivocarme, sentir curiosidad.
Desde ahí ha nacido mi curiosidad en explorar otras formas de enseñar, de guiar las clases.
Como profesora, mi propósito no es que las personas se sientan siempre “cómodas”.
No se trata de eso.
Lo que sí me importa profundamente es que se sientan vistas, tomadas en cuenta.
He incluido un enfoque en mis clases ahora, donde es tan importante y casi primordial, aprender a sentir, antes de hacer. Y no al revés.
Desde mi experiencia —y después de muchos años observando, practicando, acompañando a otros, formándome— he visto que cuando nos relacionamos con el cuerpo y la mente desde la curiosidad, la escucha y sí, también las ganas de desafiarnos, el hacer se transforma en una experiencia completamente distinta.
Porqué, al final, no se trata tanto de qué práctica hacemos, sino de desde dónde la hacemos.
De la intención.
Y ahí, toca ser muy muy honestos con nosotros mismos.
Esto mismo, para mí, se puede aplicar a cualquier otra experiencia: una práctica, una actividad, un trabajo, una creación.
Si algo de todo esto te resuena o despierta curiosidad, te leo por aquí o en privado.📩
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