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03/05/2024

UNA REFLEXIÓN

Quizá está reflexión sea demasiado larga para llegar a la conclusión, que en el camino que nos está llevando a las mujeres a la igualdad con el hombre, durante el pasado siglo y parte del que llevamos, ha resultado ser una batalla bastante extenuante para muchas de nosotras, además de un gran desgaste para nuestra salud. Nos llenamos de cargas, de dobles tareas y también de culpabilidad por no poder llegar a todo, además de tener que escuchar los mandatos tradicionales que nos censuraban por ir dejando atrás roles, en los que llevábamos siglos.
Todas estas cargas que hemos asumido constantemente las mujeres, tienen claras consecuencias en lo que se ha venido en llamar malestares y en mi opinión mal denominadas enfermedades nuevas, como la fibromialgia o el síndrome de fatiga crónica, donde entre otras causas, el estrés ocupa un papel fundamental en su origen.
Vivimos de repente un cambio enorme, gracias a los movimientos feministas y las transformaciones políticas y sociales. Pasamos de una dictadura que nos impedía cualquier tipo de libertad, a una democracia que nos abría muchas puertas. Pero en nuestro país todo estaba muy retrasado, y el camino a la igualdad resultó diferente según el estrato social al que se perteneciera o el lugar de nacimiento Lo peor de tantos años de dictadura es que aunque está se acabe, deja muchas cabezas planas y rígidas, que perduran por años. En el caso de la transformación hacia la igualdad de las mujeres, muchas mentes estaban huecas para poder entender este proceso. Impidieron mucho una evolución más rápida y sencilla, para conseguir esta meta tan necesaria. Pasamos de valer "casi para todo" (en el hogar y la familia ) a valer para todo, y todo, significa todo!
Decimos que las mujeres somos fuertes, luchadoras y no desde hace tanto resilientes. Antes, en otra época, éramos resignadas, dulces, entregadas y hábiles para lo doméstico, el hogar los hijos, y los cuidados de otros, Estuvimos restringidas al área reproductiva, por mucho tiempo
Cuando miramos años atrás, (70, 60, 50 o incluso menos), generaciones que nos precedieron bisabuelas, abuelas, madres, hermanas mayores, soportaban lo indecible por estar siempre al cuidado de los otros. Eramos el "pilar" de la casa, teníamos más hijos que ahora, y nuestro tiempo lo dedicábamos al hogar y la familia. Gozábamos de muy poca libertad para nosotras, y carecíamos de "una habitación propia" como reclamaba ("Virginia Woolf"). Se nos impedía trabajar al casarnos y se cerraba la puerta de la sociabilidad de la calle. La calle, las relaciones fuera, las reuniones y tertulias en bares y cafés con compañeros, era para los hombres. Que ingrata vida la de la mujer que solo podía soñar con un marido, cuidar de su casa, y engendrar hijos sanos. Pero la sociedad nos calificaba de ángeles del hogar, y poseedoras de un don especial para los cuidados. "Mi casa es mi mundo", rezaba este mensaje en muchos hogares de la época.
No se nace mujer, se llega a serlo”, afirma Simone de Beauvoir en el Segundo S**o. Gran verdad, no es el nacimiento, son los mandatos, las normas sociales que incorporamos a nuestra identidad, como si fueran deseos, anhelos propios, solo con el fin de contentar a las voces que los imponían.
Aún cuando íbamos creciendo, las mujeres y hombres que nos educaban nos inculcaban que el mayor valor de nuestra vida, seria convertirnos en amas de casa, en una buena mujer de su casa.
Emilia Pardo Bazán, escribió: "La educación de la mujer no puede llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión".
Cuando nos hacíamos mayores aunque estudiáramos (a veces nos llevaban a la facultad a cazar marido) o tuviéramos una vocación, la razón principal estaba en encontrar un hombre, (amor romántico) para que nos protegiera

Mi madre, una mujer inteligente a quien cortaron las alas, y que en los años 50 trabajaba como secretaria en una compañía de seguros, tuvo que abandonar su trabajo al casarse No estaba contenta con el rol de ama de casa, y el matrimonio la defraudó profundamente, no era lo que le habían contado, ni mucho menos lo que imaginó. No le gustaba la vida doméstica , eso se notaba por sus quejas, pero sin embargo su mensaje hacía nosotras era demoledor. Si no sabéis llevar una casa, no haréis nada en la vida, aunque estudiéis, no encontraréis un "tonto" que os aguante.
En la España rural, no había opciones. La mujer desde niña era mano de obra en el campo y en el hogar, y ese destino no se cuestionaba .
Pero a toda velocidad, nos subimos al carro del cambio para alcanzar derechos. De ser buenísimas amas de casa, esposas, madres e hijas, de estar metidas exclusivamente en lo reproductivo, en el hogar, a salir al mercado de lo productivo, hasta entonces abierto exclusivamente al hombre. Y lo hacemos , ¡vaya que sí!, estudiamos, trabajamos fuera y dentro de casa, tenemos hijos, los cuidamos y también nos vamos a la calle sin vergüenza, a tomarnos un café o una caña de cerveza, a solas, en un bar. Empezamos a desafiar las reglas sociales y a cuestionar nuestro lugar en el mundo.
Que locura!!, nos pusimos las pilas a toda mecha, en muy poco tiempo, y las facultades se llenaron con nuestros nombres y las calles de nuestros zapatos.
Ademas, también el mercado laboral empezó a buscarnos, porque eramos valiosas, ya no sólo como secretarías, maestras o costureras, demandaban profesiones ligadas por años a los varones.
En los ochenta las parejas que empezaban a formar una familia necesitan de dos sueldos para cubrir las hipotecas que duraban treinta años, casi, la mitad de sus vidas.
En esa década trabajé en unos grandes almacenes como dependienta, la mayoría de mis compañeras sufrían dobles jornadas agotadoras, y lo peor, se sentían culpables de no llegar a todo. María me decía, los fines de semana no salgo de casa, me pasó el tiempo limpiando y cocinando para toda la semana, pero no llego, y solo tengo broncas con mi marido que no me ayuda en nada.¡Y, dicen, que esto es ser una mujer "emancipada"! .
"Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre", esto también lo decía Simone de Beauvoir y es otra gran verdad. "El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa" concluía.
Y entramos en el mercado laboral, aunque habia limitaciones, sobre todo en las entrevistas personales. Era un punto negativo el estar casada, tener hijos o simplemente planes de boda y a veces lo tenías que ocultar. Yo, sin ir más lejos, a principios de los años 90, tuve que disimular mi embarazo en una empresa que prometía renovarme el contrato, hasta que mi naturaleza explosionó sin disimulo. Otra anecdota, acudiendo a una entrevista laboral, el imperturbable jefe, me increpó, ¿Y, para qué quiere usted trabajar, teniendo un hijo de dos años y otro de uno, y apostilló, ¿no tiene ya bastante? Yo, joven e impulsiva, le contesté con el alma - .Para realizarme como persona. El imperturbable no hizo una mueca, tan solo al despedirse soltó media sonrisa irónica y un buenos días, que era ya un hasta nunca y váyase a su casa Salí indignada, pero en el camino a casa y al pensar lo que me esperaba, juguetes por el suelo, ropa por lavar y planchar, pañales sin tirar a la basura, la comida por hacer y los niños por ir a buscar a la guardería, fui, consciente de que ese hombre, despóticamente machista valoraba y en mucho mi situación. De este episodio solo hace poco más de treinta años. Quiero decir, que nuestro cambio de cabeza ha sido rapidísimo, aunque el de la sociedad evidentemente no tanto.
Hemos tenido que batallar con los hombres que no ayudaban, pero también con la incomprensión de anteriores generaciones y con la nuestra propia.
A mi hermana, médica, que se graduó en la década de los 70, la llegaron a preguntar en una entrevista personal para su puesto de MIR, que si sabría darles la receta para hacer un buen cocido. Tan humillante como real.
El orgullo interior que sentíamos dentro de nosotras era tan fuerte, que alcanzamos metas y responsabilidades en tiempo record y muchas veces a costa de nuestra salud.
Pasamos del "casi" al "todo", ¡ valemos para todo, está claro!, y no sólo para quitar cacas al niño y tener la casa limpia. La autoestima se subio mucho y nos empoderamos de fuerza, voluntad, valor y cabezonería,. Pero también nos fabricamos un cóctel molotov apretado al c**o, para correr más y demostrarlo con creces.
Entramos, y bien a gusto, en lo productivo, sin dejar lo reproductivo. Escalamos peldaños en tiempo record, muy costosos de subir, para llegar hasta donde el hombre llevaba siglos. ¡Y, lo conseguimos, a pesar de todo!. Pero claro, la precipitación, la sobrecarga y el esfuerzo titánico de tener que subir dobles escalones, asumir dobles tareas, demostrar el doble, interpretar dobles roles, de los que aún, y a pesar de leyes de conciliacion muy oportunas, no estamos liberadas. Todo esto ha tenido un alto coste, a veces enmascarado en realización personal, libertad y autonomía económica.
Este coste, se manifiesta en dolores, quejas, dolencias tanto físicas como psicológicas, que incluso se han llegado a denominar "malestares de las mujeres", el hombre también sufre malestares, pero estamos hablando de lo que se denomina feminización de la enfermedad y desigualdad en el trato, respecto a la salud. Parece que nuestras abuelas también conocían la feminización de la enfermedad, aunque no fueran conscientes de ello y la desigualdad de trato en la salud. Se las podía calificar de histéricas (Freud) para describir trastornos de dolor no especificados, y de reumatismo psicógeno, influido tal vez, por la medicina psicosomática de la época, Pero mi abuela tenía el cuerpo deformado, las piernas torcidas y su movilidad muy reducida, no puedo entender el término psicógeno o histérico en su caso. Aunque es verdad, que sufrió muchos contratiempos en su vida y que estaba llena de dolores, tanto es así, que le decía a su médico que le cortara su cuerpo por la mitad, de cintura para abajo, era, según ella, la única forma en que mejoraría. Fue una mujer muy fuerte y valiente, pasó una guerra en Madrid muy dura. Y, con el famoso ¡ahí te quedas! de la época (el divorcio vendría mucho más tarde), la dejó un marido, cuando ya tenía más de sesenta años, plantada, dentro del hogar. La vergüenza que sintió, la hizo no volver a salir a la calle, prácticamente hasta que murió .Mi abuela vivió con culpa, pensaba que no había cuidado bien a su hombre, que no había sido una buena mujer de su casa (a pesar de que mi abuelo se fue con otra más joven). La sociedad la juzgo a ella, y no a él, hipócritamente por el resto de su vida. Sufrió muchos dolores y malestares, aunque nunca fue diagnosticada de nada.
"En todas las épocas las mujeres hemos sufrido las consecuencias de haber sido socializadas bajo una educación de género, basada en el reparto desigual del poder".
Viviendo como viví, la historia tremenda de mi abuela, yo también me puse un cóctel molotov en mi c**o, para alcanzar mi igualdad, trabajar, estudiar y tener hijos.
La frase, ¡tú eres una tía muy fuerte, muy valiente , frase comodín que se repite a mujeres que se cargan con todo, que valen para todo, que han tenido múltiples perdidas en su vida, frase que sube el ánimo pero que esconde millones de cargas, tareas y múltiples demandas que desgastan el cuerpo y la mente. Mujeres que se echan todo a la espalda y cuando van al médico, y cuentan sus quejas y malestares, a veces les dicen que es causa de la menopausia ("muy poco estudiada"), y a otras, tardan años en diagnosticar su mal. Hay mujeres que mientras preparan las lentejas están pensando en el tema 89 de sus oposiciones, o en que tienen que hacer la solicitud para el colegio del niño, piensan y hacen un montón de cosas, del hogar y de fuera del hogar. Una amiga dice; mi marido sale silbando una cancion todas las mañanas, muy contento, se va a trabajar, mientras yo, que he conciliado en el trabajo y tengo media hora de retraso para fichar, siempre ando angustiada por no llegar tarde, despierto a los niños y en una labor continua y de aburrida paciencia, logro vestirlos, darles de desayunar e inventarme una canción para que vayan contentos al cole. El coste de energía de hacer o pensar muchas cosas a la vez puede ser demasiado agotador para nuestro cerebro. La realidad es que, en muchas ocasiones, sin que nos demos cuenta, está elevando nuestros niveles de estrés, sobre todo cuando no tenemos suficiente tiempo para el día a día.
Las mujeres sirven para hacer más de una cosa a la vez, ¡no es cierto! ellos también sirven, lo que pasa que en nuestro caso, no hemos tenido más remedio.
En los noventa, llevé a mi hija al pediatra por su calendario vacunal, aunque trabajaba y estudiaba, me las apañaba para hacer trampillas en el horario, pues viajaba a otras localidades y eso me permitía retrasar algo mi salida a la carretera. En la sala de espera había una mujer mayor, sentada al lado de un padre joven con su bebé, cuando esté entro a la consulta, empezó a relatarme sus irás ¡Ay que ver, lo que se ve hoy en día no lo he visto en mi vida, un hombre llevando al niño al médico, mientras la otra seguro que está en casa tocándose...¡ Que poca vergüenza!, que vagas son, se lo están echando todo a los maridos. Evidentemente está mujer tenía una nuera, y está claro que no la apreciaba mucho, según relató posteriormente y que me abstengo de transcribir. Y vuelvo a reiterar que de este episodio, no han pasado más de treinta años.

Vamos a tranquilizarnos y atrevámonos a asumir roles que no hace tanto tiempo la sociedad penalizaba para los hombres. Ha sido difícil, pero todo está cambiando, desde hace años se ven muchos hombres paseando felices a sus hijos/as solos por la calles, las parejas se reparten la crianza y las tareas. Los hombres se levantan de la cama para dar el biberón o consolar al bebé, se mueven de la silla del bar para correr detrás de sus hijos, limpiarlos y cambiarlos los pañales en plena calle. Hacen tareas en casa sin la sutil excusa de colaborar,. Ya no se colabora, se comparte. Esto parece muy simple, pero hace unos años, no tantos, era impensable y estaba hasta mal visto. La frase levántate tú, que para eso eres su madre; quiero creer ya, excluida del vocabulario. Hasta hace ( 40 o 30 años, que no son nada) la voz de la sociedad les decía que todo esto no era cosa suya y no tenían ninguna obligación de hacerlo. Hasta que no dejemos lejos legados pasados, roles absurdos, quiméricas imposiciones de sociedades machistas, seguiremos teniendo dificultades y peleas domésticas entre hombres y mujeres
No es que yo sea "viejuna", que si lo soy, pero hablo con gente joven que me lo constata.
La fibromialgia, este síndrome tan caleidoscopico, con tantas aristas, con múltiples síntomas, con muchos diagnósticos hasta llegar a ella, y que me ha resultado tan apasionante e interesante estudiar, investigar y tratar durante muchos años. Este síndrome tiene en la actualidad un preocupante número de casos de mujeres de mediana edad, a muchas de ellas, les pillaron todos estos cambios en medio. Aunque en hombres hay menos prevalencia, (menor número de casos) no por esto, está enfermedad deja de ser tan incapacitante o más que en las mujeres.
Cualquier enfermedad tiene un componente de factores biológicos, psicólogos y sociales que se cumplen y acumulan. Lo que es cierto es que los cambios, aunque estos sean muy positivos a la larga para la persona, imponen otros ritmos de vida, a los que a veces, y aunque se valga para todo, cuesta llegar. ¿Tiene que ver este salto tan rápido y costoso del papel de la mujer en la sociedad, con el aumento de casos en esta enfermedad, sobre todo en un grupo concreto de edad? No lo sé, ni me atrevo a asegurarlo. Tiene que ver con el estrés sostenido en el tiempo, si, pero no como único factor, ya sabemos que este síndrome es multifactorial.
Las personas que padecen fibromialgia, son en su mayoría mujeres, que llevan años soportando dobles jornadas, que por su perfil se responsabilizan de todo lo que les cae, y más, y qué sus historias vitales están llenas de sobrecargas, pérdidas y estrés, soportando mucha incomprensión, tanto a nivel familiar, laboral y social.
Mujeres que han tenido que batallar con los hombres que no ayudan en la casa, teniendo dobles jornadas. Sin ayuda ni comprensión de la anterior generación, ni de la suya propia.
No puedo asegurar ni aseguro, que la fibromialgia tenga cierta similitud con el estrés post traumatico, debido a experiencias muy agobiantes, jornadas dobles y agotadoras, que indudablemente han hecho mella en su salud.
El estrés es causa de tremenda fatiga, es foco de muchas patologías, que a veces desconocemos y que aún están por estudiar.
Quiero expresar en esta reflexión, como el estrés sostenido en el tiempo, los sobreesfuerzos reiterados, dobles jornadas, acumulación de tareas, querer llegar a todo sin remedio, asumir dobles roles, ser siempre fuerte, valiente, resiliente, luchadora, incansable, perfecta, autónoma, emancipada y encima, aún, dispuesta a todo para los demás, a la larga se nota y mucho en nuestra salud, en cualquier enfermedad, y estoy segura que aún más en la fibromialgia.

María Jesús Echaniz

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