22/05/2025
La muerte es un tema que a menudo despierta miedo y tristeza entre nosotros. Aquí en la Tierra, a menudo la vemos como un final, un punto de ruptura lleno de dolor. Pero, querida alma, ¿alguna vez te has parado a pensar que tal vez esto no sea más que un velo que nos impide ver la verdad? Desde una perspectiva espiritual, la desencarnación, como llamamos a este momento de paso, no es el final de la existencia, sino una transición hacia algo mayor, una nueva etapa en nuestro viaje eterno. ¿Cómo ve usted esta idea? ¿Podría lo que llamamos el final ser en realidad un nuevo comienzo?
En el mundo espiritual, la llegada de alguien que abandona el cuerpo físico es motivo de celebración. Imagínese: aquellos a quienes amamos y que nos han precedido se dan cuenta de que se acerca nuestra hora. Se reúnen, preparan una bienvenida llena de luz y alegría, como quien recibe a un amigo que regresa de un largo viaje. ¿No es algo hermoso de imaginar? Este amor que trasciende la materia nos espera, vibrando en armonía para traernos la paz. ¿Alguna vez, en un momento de silencio, has sentido esta conexión con alguien que ha fallecido?
Cuando se produce la muerte, ya sea en la cama de un hospital o en la comodidad del hogar, no estamos solos. Nuestros seres queridos espirituales están ahí, a nuestro lado, como gentiles guías. Nos rodean con energías de amor y serenidad, ayudándonos a atravesar este momento con menos miedo y más confianza. Pero hay algo importante sobre lo que reflexionar aquí: el apego de los que se quedan puede hacer que este pasaje sea más difícil. ¿Cuántas veces, por amor, intentamos aferrarnos a los que se tienen que ir? Este apego, tan humano, puede atrapar al alma, obstaculizando su vuelo hacia la libertad. En nombre del amor, ¿podemos soltar y dejar ir?
Tras abandonar el cuerpo, el alma es recibida en un lugar especial del plano espiritual, un entorno que podemos comparar con un hospital de luz. Es un lugar de belleza indescriptible, con jardines serenos, fuentes que susurran paz y lagos que reflejan armonía. Allí la cuidan con cariño y le dan el apoyo que necesita para reaclimatarse a su esencia espiritual. ¿Te has preguntado alguna vez cómo sería llegar a un lugar así, donde todo se hace para acogerte y curarte? Estos cuidados reflejan la infinita bondad del Creador, que nunca nos abandona.
Cada desencarnación es una experiencia única. Algunos pueden sentirse confusos al principio, como si despertaran de un sueño sin saber exactamente dónde están. Pero los espíritus amigos siempre están cerca, listos para guiar y apoyar. Con el tiempo, el alma se adapta, encuentra su equilibrio y continúa su camino de evolución. Y mientras esto sucede en el plano espiritual, aquí en la Tierra la familia llora, siente el vacío de la añoranza. Es natural, ¿no? El luto forma parte de nuestro proceso de aprendizaje, pero ¿podría ser más liviano si supiéramos que del otro lado hay vida, continuidad?
La desencarnación, pues, no es el final. Es una puerta que se abre a un nuevo viaje, una invitación a la evolución que nunca cesa. Jesús nos dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6), mostrando que la existencia va más allá de lo que nuestros ojos pueden ver. Autores como Allan Kardec, en «El libro de los espíritus», nos enseñan que la muerte es sólo un cambio de estado, mientras que Joanna de Ângelis, en sus obras, refuerza que el amor es el hilo que nos une eternamente. Chico Xavier, con su sencillez, nos recuerda que «la nostalgia es el precio que se paga por vivir momentos inolvidables». ¿Cómo sientes esta continuidad de la vida en tu corazón?
¿Qué tal si reflexionamos sobre ello hoy? Piensa en los que ya se han ido: en realidad no se han ido, sólo han cambiado de dirección. Y nosotros, que aún estamos aquí, podemos transformar el dolor en aprendizaje, el apego en desapego consciente. La desencarnación no es el final, alma gentil, sino un paso hacia la luz que todos alcanzaremos algún día.