20/03/2025
Ayer viví una experiencia que, en otro momento, me habría causado una gran frustración. Tengo un pequeño invernadero en el porche, donde ya había preparado mis semilleros con mucho cariño. Sin embargo, los vientos de 50 km/h que soplaron en mi zona hicieron de las suyas. Salí a reforzarlo y, justo cuando creía que estaba protegido, una ráfaga de aire lo tumbó por completo, destrozando los semilleros.
Por un instante, sentí rabia. No me gustó ver el trabajo deshecho, la ilusión de esos pequeños brotes hecha trizas. Pero algo dentro de mí cambió. En cuestión de segundos, solté esa frustración y me puse manos a la obra. En lugar de quedarme atrapada en la impotencia, recogí lo que pude, reconstruí el invernadero y replanté las semillas. Dejé ir lo que ya no tenía solución y me concentré en lo que sí podía hacer en ese momento.
Este aprendizaje no ha sido instantáneo ni fácil. En otro momento de mi vida, seguramente me habría quedado atrapada en la frustración, lamentándome por lo sucedido. Pero con el tiempo, la meditación me ha enseñado a aceptar lo que llega sin apegarme, a observar mis emociones sin que me dominen y, sobre todo, a soltar. No significa que no sienta rabia o tristeza cuando las cosas no salen como espero, sino que ahora esas emociones no se quedan conmigo más de lo necesario.
La resiliencia se construye, y en mi caso, ha sido gracias a la práctica de la meditación en cada aspecto de mi vida. No siempre lo consigo, pero cuando lo hago, la diferencia es enorme.
Si alguna vez te has sentido atrapado en la frustración, te invito a probar la meditación. No como una solución mágica, sino como una herramienta que, con el tiempo, nos ayuda a aceptar, soltar y seguir adelante con más ligereza y claridad.
¿Has vivido alguna experiencia parecida? Me encantaría leerte.