01/12/2025
“De vez en cuando trataba de asfixiar a su hija”
(Post de desahogo personal)
Hace años, en una planta de Geriatría, atendí a una paciente que aún recuerdo. Caminábamos cada mañana por los pasillos. Educada, amable, receptiva. Un ingreso que, si solo miras el corazón, parecía sencillo: ajustar diurético y alta.
Pero conocí la otra parte de la historia.
La hija —55 años, dependiente emocionalmente y con un leve retraso cognitivo— me contó que cuando intentaba tener una relación, su madre dejaba de tomar la medicación cardiaca. Terminaban en Urgencias con el argumento de “olvidos propios de la edad”. Ella rompía la relación por culpa.
En otras ocasiones intervenía la policía. Y en los informes aparecía otra vez “deterioro cognitivo”, algo que no siempre coincidía con lo que yo veía en planta.
(Nota 1: en España, el deterioro cognitivo solo lo diagnostican Geriatría o Neurología, no Urgencias).
Días antes del alta, la paciente estaba especialmente estable y realicé una valoración cognitiva breve. La respondió casi perfecta.
Eso abrió un dilema clínico y ético:
¿Deterioro fluctuante con episodios de delirium?
¿Consecuencia de la descompensación cardíaca?
¿O un patrón conductual sin base neurológica clara?
Con la información disponible, algo era evidente: si se daba el alta sin cambios, el ciclo se repetiría.
Lo hablé con la trabajadora social, que contactó con la de su zona.
Valoramos la vulnerabilidad de la hija, la repetición del patrón y la falta de apoyos sólidos.
Propusimos a la madre un recurso con supervisión de enfermería 24 h. Lo aceptó. Sigo pensando que la confianza construida caminando juntas influyó.
(Nota 2: caminar diariamente en una planta de hospitalización reduce los días de ingreso. No hacerlo es perjudicial en muchos mayores).
Tardamos un mes en gestionar todo. Durante ese tiempo, seguimos caminando. Siempre la recuerdo.
No sé qué parte de esa historia completé mentalmente y qué parte estaba realmente ahí.
Pero sí sé algo: mirar solo un órgano nunca será suficiente.