18/12/2025
En el siglo XIX, la medicina estadounidense registró un fenómeno tan extraño que aún hoy incomoda a los historiadores de la ciencia: los dientes que estallaban.
No es metáfora.
En 1861, el dentista de Pensilvania W. H. Atkinson dejó constancia en The Dental Cosmos de varios casos que había presenciado personalmente. El primero fue el de un reverendo de Springfield que llevaba semanas atormentado por un dolor insoportable. Una mañana, sin previo aviso, uno de sus dientes se partió con un sonido seco, parecido a un disparo. El dolor desapareció al instante.
Años después, Atkinson describió episodios casi idénticos en otras pacientes, como la señora Letitia D. y la señora Anna P. En todos los casos, el patrón se repetía: sufrimiento prolongado, una fractura repentina y un alivio inmediato.
No fueron hechos aislados. En 1871, el dentista J. Phelps Hibler relató el caso de una joven cuya muela se fracturó con tal violencia que quedó temporalmente sorda. En total, se documentaron apenas cinco o seis episodios similares a lo largo del siglo XIX. Después de la década de 1920, el fenómeno desapareció de los registros médicos.
Las explicaciones de la época rozaban lo fantástico. Atkinson habló de un misterioso “calórico libre” acumulado dentro del diente, una teoría hoy descartada. Otros propusieron que los gases producidos por la caries podían generar presión interna suficiente para romper el esmalte. Sin embargo, estudios modernos señalan que los dientes son estructuras extremadamente resistentes, difíciles de fracturar solo por gas.
Una hipótesis más intrigante apunta a los empastes primitivos. Antes de la amalgama moderna, se usaban metales como plomo, estaño o plata. Si coexistían dos metales distintos, la boca podía convertirse en una pequeña batería electroquímica. El químico Andrea Sella sugirió que un empaste defectuoso podría generar hidrógeno, capaz de fracturar un diente debilitado, e incluso producir una pequeña explosión si había una chispa cercana.
El problema es que muchos de los pacientes descritos no tenían empastes.
Así, el misterio permanece. Tal vez fueron fracturas espontáneas exageradas por el asombro de la época. Tal vez un fenómeno real que la odontología moderna ya no permite que ocurra. O tal vez algo que todavía no entendemos del todo.
Lo cierto es que durante un breve momento del siglo XIX, los dientes no solo dolían.
A veces, estallaban.