
25/06/2025
“Uno solo, todos a la vez”
En cada rincón del mundo, bajo distintos nombres y caminos, la sabiduría repite la misma verdad: Todo está conectado.
Dios es como el océano invisible del que brotan todas las olas.
No importa si lo ves o no; aunque creas solo en la ola en ti, en la vida, en el ahora, sigues siendo parte de ese océano. Para algunos, ese océano tiene voz, voluntad y nombre. Para otros, simplemente es la energía que mantiene todo en movimiento, el silencio que lo contiene todo, lo desconocido que nos empuja a buscar sentido.
No necesitas creer en él para sentirlo en la ternura de un gesto, la inmensidad del cielo, la sinfonía de una casualidad o la fuerza inexplicable que te levanta cuando has caído.
Tal vez no se trata de encontrar a Dios, sino de reconocer que ya estamos dentro de algo más vasto de lo que podemos entender.
El budismo nos recuerda que el sufrimiento de uno es el sufrimiento de todos; el hinduismo habla del alma universal (Atman) que vive en cada ser. El islam enseña que quien salva una vida, salva a la humanidad entera. El cristianismo nos llama a amar al prójimo como a uno mismo. La ciencia cuántica muestra que las partículas a millones de kilómetros están misteriosamente unidas. El agnosticismo duda, pero escucha. El ateísmo honra la razón, pero también anhela la justicia. Todos, desde su lugar, buscan lo mismo: sentido, conexión, verdad.
Es duro, pero es cierto: muchas veces hemos aprendido a convivir con la injusticia como si fuera parte del paisaje. La violencia en las noticias nos deja de conmover, la pobreza en las calles se vuelve invisible, el sufrimiento ajeno nos resulta lejano. Lo llamamos “realidad” cuando en realidad es costumbre... una costumbre que duele.
La normalización ocurre cuando vemos tanto una tragedia que deja de parecernos excepcional. Es un mecanismo de defensa, sí, pero también un riesgo enorme: porque cuando dejamos de indignarnos, dejamos de actuar.
Y sin embargo, cada pequeño gesto de conciencia rompe esa normalidad. Mirar con empatía. Escuchar sin juicio. Ayudar desde donde uno está. Recordar que la paz, la dignidad y la justicia no deberían ser privilegios, sino derechos compartidos.
Quizá no podamos cambiar el mundo entero de golpe, pero sí podemos elegir no ser cómplices del olvido.
“Cuando el poder de uno eclipsa la voz de todos, no es democracia: es teatro con un solo actor y millones de marionetas.”
Y sin embargo… cerramos los ojos.
Los cerramos ante las guerras lejanas que derriban casas y sueños. Ante niños que duermen con hambre y ancianos olvidados. Ante bosques talados, ríos contaminados, mares llenos de plástico y animales que desaparecen sin dejar rastro. Pero ignorar el dolor no lo hace desaparecer. Lo que le hacemos a otros, nos lo hacemos a nosotros. Somos una red viva, pulsante. Cuando una hebra se rompe, toda la red tiembla.
No se necesita ser héroe para cambiar el mundo. La energía es poderosa. Somos energía. Basta una buena intención, una acción. Una palabra. Un gesto de bondad. Rezar. Enviar luz. Meditar. Compartir. Escuchar. Sembrar. Perdonar. Cuidar. Levantar la voz. Creer que es posible. Y sí, reenviar este mensaje también cuenta.
Porque el despertar comienza cuando uno se atreve a abrir los ojos. Y al hacerlo, otros también lo harán, como una chispa se propaga.
Espero que te resuene, que irradie paz, unidad y esperanza allá donde llegue. Que te inspire a seguir siendo parte de esa luz. a seguir iluminando desde tu rincón del mundo.
Que cada corazón encendido recuerde que la paz se contagia, que la buena vibra late fuerte, que la luz compartida siempre encuentra su camino.
Que ese latido colectivo siga expandiendo luz allí donde más se necesita. 💖🌎🌟
Somos más cuando somos uno. La paz comienza con cada uno de nosotros 🌍💓✨
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