24/10/2025
La estatua del Buda de barro alcanzaba casi tres metros de altura. Durante generaciones había sido considerada sagrada por los habitantes del lugar. Un día, debido al crecimiento de la ciudad, decidieron trasladarla a un sitio más adecuado.
Tan delicada tarea fue encomendada a un monje reconocido. Pero tuvo tan mala fortuna que, al mover la estatua, esta se deslizó y cayó, agrietándose en varios puntos.
En lugar de desesperarse el monje se centró en buscar una solución. Junto a su equipo decidió pasar la noche meditando sobre las alternativas. De repente, al observar la escultura resquebrajada, se dio cuenta de que la luz de su vela se filtraba por las grietas. Intrigado, se acercó y notó que detrás había algo brillante. Pidió un ma****lo y empezó a golpear con cuidado, hasta descubrir que bajo la capa de barro se escondía un Buda de oro de las mismas dimensiones.
Los historiadores confirmaron después que, siglos atrás, el pueblo había sido advertido de un ataque de bandidos. Para proteger su tesoro, los monjes cubrieron la estatua con barro, de modo que pareciera común y sin valor. El ataque tuvo lugar, el pueblo fue saqueado, pero el Buda fue ignorado. Los supervivientes decidieron mantener el secreto y, con el tiempo, la historia del Buda de Oro se convirtió en una leyenda. Hasta que todos olvidaron que lo extraordinario se escondía bajo una apariencia ordinaria.
REFLEXIÓN
Nosotros somos como el Buda de barro: para protegernos, nos hemos ido cubriendo de capas que ocultan nuestro verdadero valor. Lo hacemos sin darnos cuenta, hasta que el barro se convierte en una coraza que impide que los demás —y a veces nosotros mismos— veamos el tesoro que guardamos dentro.
Todos nacemos con cualidades y dones únicos, pero con el tiempo los sepultamos bajo inseguridades, miedos y creencias limitantes. Nos cerramos para no sufrir, levantamos muros y usamos máscaras que nos protegen, pero también nos alejan de nuestra esencia.
Y olvidamos que, debajo de todo ese barro, sigue brillando algo valioso, intacto, esperando ser redescubierto.
Quizás ha llegado el momento de atrevernos a mirar hacia dentro, de limpiar con calma lo que nos cubre y dejar que aflore nuestra luz.