
24/07/2025
Nos dicen que para querernos hay que comprar.
Una crema.
Una rutina de mañana.
Un cuerpo más firme.
Una versión “mejorada” de ti.
Lo llaman autocuidado.
Pero muchas veces es control disfrazado de amor.
Control del cuerpo.
De la imagen.
Del deseo.
Del hambre.
De las emociones.
Nos venden autocuidado, pero nos exigen rendimiento.
Incluso en el descanso.
Incluso en la alimentación.
Incluso en el placer.
Y así, el cuerpo se convierte en un campo de batalla:
• Donde el autocuidado es deber,
• La comida es culpa,
• Y el espejo, juez.
Esto también cansa. También enferma. También duele.
La presión estética no es inocente.
Es violencia envuelta en frases bonitas.
Es gordofobia institucionalizada.
Es una industria que necesita que no te sientas suficiente… para seguir vendiéndote soluciones.
¿Y si para querernos de verdad hay que resistir?
Resistir el mandato de estar bien todo el tiempo.
Resistir la trampa del “ámate”, si eso solo significa cambiarte.
Resistir la idea de que solo si encajas, mereces amor.
Porque el verdadero autocuidado no se compra.
Se construye.
Con descanso real.
Con límites.
Con vínculos que no duelen.
Con libertad para habitar tu cuerpo como es, sin tener que justificarlo.
Porque cuidarse bien —de verdad— es revolucionario.
Porque priorizarse sin culpa en un mundo que te quiere productiva, delgada y disponible… también lo es.
Y porque mereces un cuidado que no te duela, te aísle o te resulte caro.