24/10/2025
La vergüenza no siempre es una enemiga. En su forma sana, nos ayuda a mantener el vínculo con los demás y a reparar los errores.
Pero cuando se vuelve constante o surge tras un trauma, deja de proteger: se transforma en una voz interior que juzga, bloquea y nos hace sentir defectuosos.
Esa es la vergüenza disfuncional o traumática, una emoción que ya no regula, sino que paraliza. Suele originarse en experiencias tempranas de humillación, crítica o invalidación emocional. El niño no puede pensar “algo está mal en mis padres”, así que concluye “algo está mal en mí”.
🌿 Con el tiempo, esa creencia se instala como una identidad que mina la autoestima y la conexión con los demás. Reconocer esta diferencia es el primer paso para liberarse de su peso.
Por eso, cuando trabajamos con trauma, necesitamos que el cuerpo se sienta seguro para poder mirar esa emoción sin colapsar. La vergüenza se cura en presencia, no en soledad.
¿Puedes recordar un momento en el que la vergüenza te ayudó y otro en el que te paralizó?