13/12/2025
Comparto esta gran reflexión sobre a dor crónica, da compañeira Margarita Queijo, de MarinAmelia en A Coruña. A incomprensión do entorno agrava unha experiencia xa de por si durísima. Moi recomendable.
El dolor crónico —sea físico o psicológico—no siempre deja marcas externas, no siempre incapacita de forma espectacular, no siempre encaja en los relatos heroicos del sufrimiento. Muchas personas con dolor crónico trabajan, ríen, cuidan a otros y “funcionan”. Esa funcionalidad aparente se usa a menudo como prueba de que el dolor no es tan grave. Pero el hecho de que alguien continúe no significa que no esté cargando algo pesado; muchas veces significa justo lo contrario: que ha aprendido a convivir con ello en silencio.
Nombrar ese dolor no es hacerse la víctima, sino intentar darle un marco de sentido. El victimismo implica quedarse fijado en la impotencia, usar el sufrimiento como identidad cerrada o como moneda de intercambio. Reconocer un dolor invisible, en cambio, puede ser un acto de responsabilidad: permite poner límites, pedir ajustes, buscar tratamiento, o simplemente dejar de fingir que todo está bien.
En el ámbito psicológico esto es aún más evidente. La depresión, la ansiedad, el trauma o el agotamiento emocional no sangran ni cojean, pero alteran la percepción del mundo, el cuerpo y uno mismo. Exigir pruebas visibles de ese malestar es como pedirle a alguien que muestre una radiografía de su tristeza. La ausencia de signos externos no convierte la experiencia en una estrategia manipuladora; solo la vuelve más solitaria.
Además, hay una violencia sutil en obligar a lo invisible a volverse visible para ser creído. Cuando alguien tiene que empeorar, romperse o colapsar para que su dolor sea reconocido, el sistema ya ha fallado. Muchas personas no hablan desde el victimismo, sino desde el cansancio de cargar algo que nunca termina y que, además, deben justificar.
Aceptar que lo invisible es real no significa romantizar el sufrimiento ni negar la agencia personal. Significa entender que no todo dolor busca compasión; a veces busca comprensión, a veces silencio respetuoso, y a veces simplemente ser reconocido como existente. Porque reconocer no es victimizar: es humanizar.