24/07/2025
¿Por qué nos enganchamos a lo que más nos duele?
A veces dos personas se encuentran… y sin saber por qué, algo se activa con una fuerza imparable.
Una siente que necesita al otro para respirar. Tiene miedo al abandono, necesita cercanía, confirma constantemente si la relación va bien, si es querida. Siente que nunca es suficiente.
La otra, en cambio, necesita espacio. El compromiso la ahoga, la intensidad la satura. Cuando algo se vuelve demasiado emocional… se desconecta, se encierra, se aleja.
Una pide más, la otra se retira.
Y sin quererlo, empiezan a desgastarse.
Esto no es casualidad. Es el encuentro de dos sistemas de apego que, sin saberlo, buscan sanar lo que no se resolvió en la infancia.
El apego ansioso-ambivalente suele surgir cuando en la infancia el afecto fue inconsistente: a veces presente, a veces no. Padres que quizá estaban físicamente, pero no emocionalmente. O que respondían al llanto con frustración, desconcierto o cambios bruscos.
El niño crece sintiendo que tiene que hacer algo para merecer atención: portarse bien, no molestar, estar siempre pendiente del otro. Aprende que el amor no es estable. Y que para que no le abandonen, tiene que demostrar constantemente cuánto ama.
El apego evitativo, por su parte, se construye cuando el entorno no permitió mostrar vulnerabilidad.
Apego con cuidadores que no supieron sostener la emoción: “no llores”, “no es para tanto”, “espabila”.
El niño aprende que sentir es peligroso. Que necesitar es malo. Que depender de alguien es sinónimo de debilidad. Y que para no sufrir, lo mejor es no necesitar a nadie.
Cuando estos dos tipos de apego se encuentran… se activan los miedos más profundos de ambos.
El ansioso siente que el otro se aleja y activa más: llama, insiste, se angustia.
El evitativo percibe esa demanda como amenaza, y se protege alejándose más.
Cuanto más se activa uno, más se defiende el otro.
Ambos sufren.
Ambos creen que el problema es el otro.
Y sin embargo… lo que está ocurriendo es que se están tocando mutuamente sus heridas de apego.
Pero esto no es el final. Puede ser el principio.
Comprender de dónde vienen estos patrones permite dejar de culpabilizar al otro y empezar a responsabilizarse de uno mismo.
El vínculo de pareja no es solo una relación romántica: es un espacio donde nuestras heridas infantiles se actualizan. Pero también donde podemos empezar a sanarlas.
Porque no se trata de cambiar al otro.
Se trata de ver con claridad lo que cada uno pone en juego…
Y decidir si pueden caminar, no desde la herida, sino desde la conciencia.
¡Gracias!
Mónica Pérez Arias
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