29/05/2022
Tantas veces quise encajar dónde no cabía.
Como una contorsionista profesional, me he adaptado, acomodado y hasta mutilado para pertenecer.
Con una agilidad propia del más consagrado atleta, he evaluado el espacio y he podido entrar, con precisión y rapidez, en cualquier molde requerido, no importa cuán incómodo, sofocante o pequeño.
En mi desbocada carrera por “ganar” el amor y la pertenencia, he querido ser, a la fuerza, aquello que no era y convertirme en una imagen aceptable para los estándares ajenos.
Negando y ocultando mis emociones y deseos.
Dejando de lado mis necesidades y poniendo a otros siempre primero.
Aceptando lo inaceptable, haciendo la vista gorda a un sin fin de alarmas que, en retrospectiva, nunca debí haber dejado pasar o fingir que no estaban sucediendo.
Me empequeñecí, me lastimé, me apagué, me perdí lentamente, hasta no poder reconocer mi propia cara en el espejo.
Hasta que pude ver, tras una danza larga y devastadora con el dolor, que allí donde no puedo ser yo, no debo detenerme.
Si ser amada y pertenecer depende de mi capacidad de volverme pequeña, entonces no lo quiero.
Yo, y todas mis partes, merecemos ser aceptadas, amadas y reconocidas primero por mí y luego por aquellos espacios físicos o emocionales que frecuento.
Quedarme y olvidarme de mí es una forma de auto abandono que perpetúa mi propio desamor y sufrimiento.
Hoy elijo expandirme, caminar erguida, brillar con mi propia luz, mostrar mis colores al mundo más allá de su respuesta, porque ser auténticamente YO, es la única forma de vivir que realmente quiero y deseo.
Ya no más empequeñecerme, ya no más querer encajar a fuerza de disfraces, malabares e ingenio, la única pertenencia que busco es con aquellos que me ven como soy, con mis luces y mis sombras, y me reciben, aun así, con los brazos abiertos.
Autor: Jo Garner