29/04/2025
Una historia mágica. 
Charlie es mi nuevo paciente favorito. Tiene 8 años y una LOE, o lo que es lo mismo: una Lesión Ocupante de Espacio. Lo que viene a ser un tumor en el cuarto ventrículo cerebral. Tumor y 8 años son palabras que nunca deberían coexistir.
Acude a fisioterapia tres días por semana para entrenar el equilibrio, y siempre acabamos jugando por el suelo entre las esquinitas recortadas del kinesiotape. Nos divertimos, nos reímos y nos tratamos. Yo le mejoro la estabilidad física, y el a mí la emocional.
Una tarde, Charlie aguardaba en pie a que yo terminara de explicarle los ejercicios, cuando de pronto, se desplomó. Aturdido en el suelo, pero consciente, le pusimos las piernitas en alto. Estábamos todos mu***os de miedo. Era un paciente pediátrico y oncológico.
—¿Se ha desmayado? —preguntó su madre, nerviosa—. Hoy no ha querido comer nada.
Poco a poco, Charlie fue recobrando el color y le intentamos animar:
—¿Ves esa puerta de ahí? —Le dije señalándole el almacén—. Es una tapadera. Le llamamos «el cuartito de las tentaciones», porque además de almacenar tiritas, gasas y vendas, guardamos más dulces y gominolas de las que te puedas imaginar. Dicen que en los hospitales se come mal, pero eso es porque no han pasado por la sala de fisioterapia. Aquí tenemos de todo, pero lo guardamos en secreto porque sino los pacientes bajarían de la planta solo para que les diésemos comida de verdad.
Charlie se recomponía por momentos, y su cara de asombro e ilusión al oír hablar del cuartito de las tentaciones nos tranquilizó a todos.
Le acompañamos a urgencias y respiramos aliviados cuando, horas más tarde, vimos en el informe que no había sido nada serio: un síncope vasovagal.
Cuando a la semana siguiente volvió para continuar su tratamiento, nos encargamos de decorar el cuartito de las tentaciones. Compramos gominolas, Dónuts de todos los colores, pasteles y bombones, y los colocamos sobre las estanterías. Ese día, él era Charlie, y el almacén la fábrica de chocolate.
Qué bien nos sentó verle sonreír y qué mal las toneladas de dulces que nos tuvimos que comer. Pero os juro que el empacho de comida y emociones mereció la pena.