
26/06/2025
La imaginación es una característica humana que nos pertenece a todos, y que precede y posibilita el poder, que no es otra cosa que la creatividad.
Tu visión del mundo cambia cuando te das cuenta de que el plano real y el plano simbólico son uno.
Como dos líneas que, partiendo de puntos opuestos, se curvan hasta encontrarse, generando el círculo, la esfera, el óvalo.
Este espacio recogido se convierte a su vez en punto de partida. Desde esa realidad estable, firme, la imaginación —consciente de sí— rompe la limitación de ese espacio cerrado y lo transmuta en espiral: una forma que se alza, que se abre en cualquier dirección, liberándose de la cárcel de lo real.
“La imaginación no es, como se ha creído con frecuencia, la facultad de formar imágenes de la realidad; es la facultad de formar imágenes que van más allá de la realidad, que la desbordan. No copia lo real, lo sobrepasa.”
- Gaston Bachelard, La poética del espacio.
La sobrepasa en cualquier dirección. Y, en el caso de los imaginadores excepcionales, en todas las direcciones al mismo tiempo. Estas personas viven y sufren más que los demás, también gozan más que ellos. Su capacidad de sufrir es tan grande como su capacidad de g***r.
El genio lleva implícita una forma de locura, porque se sale de los bordes y extrema su sensibilidad en un derroche de belleza, sufrimiento y éxtasis. El genio se inmola en su propia llama. Pero, como ocurre con otras formas de locura, el poeta y el artista geniales nos señalan la dirección: el camino de la libertad, que siempre es creadora.
La imaginación, decíamos, nos permite liberarnos del peso de lo real. Lo poético nos alza por encima de lo empírico, permitiéndonos no solo soñar por soñar (es decir, ensoñar, descansar de lo real), sino convertir el sueño en realidad. Lo que soñamos no es aire: es semilla, potencial de cambio. El deseo lo germina, y el acto es la sustancia que lo materializa: lo siembra en la tierra, lo riega, lo ve crecer… y lo cosecha.
Resulta paradójico —y profundamente revelador— que en nuestra cultura la imaginación y la creatividad se releguen con frecuencia a los márgenes, asociándose con la fantasía, la evasión, las manualidades. Como si fueran adornos prescindibles en lugar de las fuerzas fundacionales que son. Sin embargo, imaginar es ensayar futuros. Crear es transformar lo posible en real. Toda invención, toda ética, toda forma de resistencia, toda belleza, toda justicia, nace de una mente que supo imaginar algo distinto a lo dado. Volver a situar la imaginación y la creatividad en el centro no es un acto romántico, sino un gesto radical de supervivencia y de construcción de sentido.
Y es precisamente en estos momentos —de encrucijada humanitaria, de regresión a viejas pesadillas de totalitarismo y guerra— cuando más urgente se vuelve recuperar estas cualidades. Porque solo una imaginación lúcida y una creatividad responsable pueden sacarnos del bucle de destrucción y repetición. No se trata de soñar por rehuir nuestra responsabilidad, sino de soñar para transformar.