28/07/2021
O valor de transparentarse
La medallista olímpica Simone Biles abandona la competición de los Juegos Olímpicos.
Por una lesión mental.
Porque sí, aunque no se oiga el crujido de la mente, la mente se parte y borbotones de pensamientos viscosos quedan desparramados por ahí.
Todo lo que estabas intentando que no saliera, sale.
Hay gente diciendo que Simone pertenece a una generación de cristal, una generación que no "aguanta" nada.
Pues sí, una generación de cristal pero no porque se pueda quebrar fácilmente, porque sean más frágiles, sino porque se dejan ver por dentro.
La renuncia de Simone a ganar pone de manifiesto la tristeza detrás de la idea del éxito que vendemos y compramos todo el rato.
Una idea que pasa porque jamás se note que no te va "bien".
Pero es que sistema hace que puedas tener una medalla, dinero o belleza y sentirte la persona más desgraciada del mundo porque nunca es suficiente.
Imagino tantos espacios competitivos (la mayoría, cuáles no lo son) en los estudios, en lo profesional, en los cuerpos, en las oposiciones, en la política, en la danza, en la interpretación o en la música.
Sacar la mejor versión de ti.
Sin la opción de sentirte mal.
Y es que lo raro es no romperse.
Lo raro es que posponiendo la vida de la manera que lo hacemos, sin tiempo para saber quiénes somos, no nos quebremos.
Lo raro es poder llevar el peso de nuestras historias sin queja y con una sonrisa.
Para algunas personas Simone es una cobarde.
Pero mostrar la vulnerabilidad, lo finito, es siempre de valientes.
En vez de exigir a la gente ser perfecta deberíamos ser capaces de poder colectivizar nuestros malestares y pesares.
Ponerlos en común sin vergüenza ni culpa.
Porque aunque tengamos puesto un disfraz adulto en el fondo de nuestros estómagos seguimos siendo personas pequeñas que no sabemos nada aunque lo digamos todo.
Que estamos muertas de miedo.
Y que lo único que necesitamos es que nos quieran.