18/08/2025
Uno de los pilares fundamentales del proyecto de Betsaida es el silencio y la contemplación. Creemos que en ellos se encuentra una fuente de sanación y de vida, capaz de transformar lo más profundo del ser humano.
Con este espíritu, queremos compartir con vosotros un hermoso texto escrito por Amparo Martí - colaboradora de la Asociación Betsaida-, en el que reflexiona sobre la necesidad que todos tenemos de reencontrarnos con ese espacio interior que nos devuelve la paz, la claridad y el sentido.
EL SILENCIO Y LA CONTEMPLACIÓN
La Contemplación como camino de sanación:
Leyendo hace poco una revista quedé sorprendida al ver que el autor de un artículo sobre los problemas de dirección en las empresas comenzaba narrando una historia de monjes.
Como hace algunos años estuvo de moda citar “koans” (los koans se basan en anécdotas de los maestros del zen) budistas, así el hombre actual comienza a descubrir la sabiduría de los padres del desierto. Los psicólogos se interesan por las experiencias de los antiguos monjes, por sus métodos para observar y analizar los pensamientos y las emociones.
Todo ser humano tiene una dimensión de trascendencia, una dimensión contemplativa. Todos estamos llamados a la contemplación, a ser místicos en la vida cotidiana.
La sociedad del siglo XXI está enferma, agonizante. La enfermedad más grave que sufre el ser humano es “el olvido del ser esencial”, vivimos dormidos, anestesiados.
En occidente la educación que se transmite fomenta el desarrollo unilateral de la persona, se sobrevalora la técnica, la razón, el pragmatismo. Se tiene un sentido práctico de la vida y las relaciones personales.
Ante este panorama de desequilibrios emocionales, depresiones, estrés, ansiedades… el ser humano se encuentra atrapado en una vorágine sin saber cómo salir de esa espiral. Dice un proverbio oriental: “el hombre/mujer occidental ha perdido la llave de su propia casa y no puede entrar” nos hemos convertido en unos extraños para nosotros mismos.
Sabemos que si no satisfacemos nuestras necesidades físicas, enfermamos. Al igual, si no satisfacemos nuestras necesidades espirituales también enfermamos, nos convertimos en seres desnutridos y raquíticos espiritualmente.
Es urgente desarrollar nuestra dimensión espiritual, nuestra dimensión contemplativa puesto que somos espíritu que hace un camino en la tierra, encarnado en su cuerpo, para volver a nuestra casa, a la casa del Padre, a nuestro verdadero hogar de donde salimos.
Para la comunidad Betsaida los espacios de silencio y contemplación ocupan un lugar privilegiado. Es una necesidad vital, son los remedios para los males del espíritu por todos los efectos beneficiosos, tanto fisiológicos como psicológicos, que aportan a nuestro organismo.
El trabajo de interiorización, de contemplación, es un trabajo de salud. A través de los ejercicios contemplativos (sentadas) se realiza un trabajo de sanación abarcando todas las dimensiones del ser humano: fisiológica, psicológica, emocional y espiritual.
La práctica regular y diaria de las sentadas supone un proceso de sanación, una terapia divina. Algo tan sencillo como es sentarse, respirar, silenciarse... tiene fuerza para producir transformaciones profundas en la persona. Todo esto los monjes lo saben muy bien.
Toda persona por el hecho de ser persona esta llamada a vivir desde su ser más profundo, desde la interioridad. No es exclusivo para unos pocos que optaron por un estilo de vida monástico.
La espiritualidad de los monjes ha hecho una cultura de la vida. Ella nos invita también hoy a impregnar nuestra vida de espiritualidad, a fomentar una cultura de vida espiritual que aparezca también exteriormente. La espiritualidad de los monjes antiguos tiene gran fuerza para conformar la vida.
Los padres antiguos aconsejan constantemente permanecer en la celda (cielo, corazón, centro) y no escapar de sí. La “STABILITAS”, la perseverancia, el permanecer consigo mismo, es la condición para todo progreso humano y espiritual. San Benito ve en la estabilidad, en la constancia, en el permanecer, el medio celestial para la enfermedad de su época. Estabilidad significa para él que el árbol tiene que echar raíces para poder crecer. El continuo trasplante no hace más que limitar su desarrollo.
Estabilidad, significa en primer lugar, permanecer consigo mismo, mantenerse en su celda (= cielo, corazón, centro) en Dios. Para ello es necesario sentarse, permanecer sin moverse. Por mucho que se agite, aunque de todas partes me asalten pensamientos, yo permanezco inmóvil, me mantengo firme y, a través de esa calma exterior, se calmará también la tormenta de la los pensamientos y de los sentimientos.
El permanecer en la celda (= cielo, corazón, centro) es la condición para el progreso espiritual, pero también para la maduración humana. No se da un hombre maduro que no tenga el valor de aguantarse a sí mismo y de encontrarse en su propia verdad. Una narración de los padres compara el permanecer en la celda (= cielo, corazón, centro) al agua tranquila en la que uno puede reconocer más claramente su rostro. A través del silencio, el agua se serenará en nuestra vasija y podremos ver en ella nuestra verdad.
Mil cuatrocientos años más tarde, BLAISE POSCAV afirmó que la causa de las miserias humanas radica en que ya nadie permanece en su habitación consigo mismo. No aguantarse sin saltar de una cosa a otra resulta hoy ya habitual. El ser humano puede así distraerse muy bien. Pero ¿qué es lo que sucede en el alma? Nada puede madurar, nada puede crecer, la maduración necesita reposo, la celda (= cielo, corazón, centro) nos conduce a la verdad, nos confronta con nuestra propia verdad. Esta es la condición para la maduración de todo ser humano. También para la buena relación de unos con otros.
Para los monjes antiguos, el encuentro consigo mismo es, además, la condición para el verdadero encuentro con Dios. Para ellos la celda es su sanatorio, un lugar en el que se puede recobrar la salud, por experimentar allí la cercanía curativa y amorosa de Dios. Pero solo si permanezco en mi celda (= cielo, corazón, centro) aunque todo en mí se rebele, aunque esté en el mayor desasosiego interior. Después de haber superado esta primera fase, puede que experimente la celda como un paraíso, que el cielo se abra sobre mí, que en mi celda respire la inmensidad del firmamento porque Dios mismo mora allí. En palabras de TAULER “no es cosa de un día, ni de poco tiempo, sino que hay que adentrarse mediante un esfuerzo grande y llegar a acostumbrarse, desplegando gran dedicación. Hay que tener constancia, entonces llegará el día en que será fácil y delicioso”.
Vida espiritual significaba, para los antiguos monjes, también el arte de una vida sana. No sin razón muchos llegaron a una edad muy avanzada. La dietética, el arte de vivir sano que para la medicina antigua era la tarea más importante, los monjes lo han aplicado también a su vida espiritual. Ellos han entendido el camino espiritual como el arte de una vida sana. No se da vida sana sin un sano estilo de vida. A través del orden exterior llega el monje a un orden interior. Es un sano estilo de vida que mantiene sanos al alma y al cuerpo.
Ciertamente, hoy no podemos imitar el estilo de vida de los antiguos padres del desierto. Pero sí podemos vivir el hecho fundamental de que el orden exterior nos pone interiormente en orden, de que un estilo de vida sana hace también sana al alma.