
22/07/2025
Me pasó dos veces ayer.
Entro en un ascensor, saludo…
y apenas recibo un “hola” murmurado, sin una sola mirada de vuelta.
Nada. Como si mi presencia no estuviera ahí del todo.
Y oye…
No estoy hablando de hacer amigos en el ascensor ni de charlas profundas a las ocho de la mañana.
Pero sí de algo más básico, más humano:
el reconocimiento del otro.
¿Qué nos está pasando…?
¿Por qué vamos tan desconectados, tan hacia dentro, tan en automático?
Una mirada, un “buenos días” sincero, un gesto de presencia… parecen minúsculos, pero sostienen el tejido invisible que nos une. Nos hacen personas, no piezas.
Estamos vivos.
Compartimos espacio, tiempo, calle, cielo. Y eso ya es motivo suficiente para mirarnos.
El contacto visual es un puente. Un “te veo”. Y ser visto también es una forma de ser queridos.
Así que si hoy te cruzas con alguien, míralo a los ojos un segundo. Con esa chispa suave que dice: “Te reconozco. Aquí estamos los dos.” Puede que ese gesto pequeñito cambie el tono de su día. Y el tuyo también.