24/10/2024
Luisa, una mujer de 52 años, trabajadora incansable.
Desde pequeña, creció en una familia con un mandato no dicho, pero muy presente: "el esfuerzo y el trabajo son dignos." No es que sus padres se lo dijeran directamente… esas cosas no se dicen, pero se ven.
Luisa vio, día tras día, a sus padres haciendo jornadas de 10 o 12 horas. Su madre, en la fábrica de embutidos, y su padre, como comercial, ambos con esa mezcla de cansancio y satisfacción, como si ser una persona “de provecho” fuera lo único que importara.
Tiene grabada en su memoria la imagen de su padre, arrastrando los pies por el pasillo, como si caminara por una piscina olímpica, pero orgulloso de ser alguien que "se lo ha ganado".
Este culto al esfuerzo y al trabajo nos ha calado a muchas personas, especialmente entre los 30 y 60 años. Nos han hecho creer que cuanto más trabajamos, más valemos.
¿El resultado?
Luisa es extremadamente responsable. Se levanta a las 7 de la mañana, hace ejercicio, desayuna poco (porque "el cuerpo hay que mantenerlo delgado") y se va a la oficina. Empieza su jornada a las 8:30. Se sienta frente al ordenador y no para: emails, proyectos, reuniones… sin levantar la cabeza hasta la pausa del café. Pero nunca termina a las 3 de la tarde como debería.
Luisa se queda hasta las 6, o más.
“Solo un poco más”, “voy atrasada”, “esto tiene que quedar perfecto”… Día tras día, más horas, más esfuerzo, nunca es suficiente.
Lo que Luisa no sabe es que tiene una impostora interna que le susurra que "siempre debe mejorar un poco más". Y así, sin darse cuenta, se queda atrapada en jornadas interminables.
¿Te suena familiar?
Si alguna vez te has dicho que tienes que trabajar menos, pero no puedes dejar de hacerlo, es probable que esa impostora también viva en ti. Y lo peor es que, si no le pones nombre, seguirá dirigiendo tu vida.
Pero no tiene que ser así.
Este 29 de octubre a las 19 h, te contaré más sobre cómo desmontar esta impostora interna en una clase especial que he preparado para ti.
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