07/10/2025
Lilith nace del conflicto entre el Sol y la Luna, según el Zohar. Al principio, ambos fueron creados con igual dignidad, dos grandes luces que ascendieron juntas. Pero la Luna, incómoda ante el Sol, expresó su inquietud. Dios, para resolver la discordia, ordenó a la Luna que se disminuyera. Humillada, perdió su luz propia y pasó a reflejar la del Sol, convirtiéndose en regente de la noche y cabeza de los rangos inferiores.
Este acto de humillación lunar genera una energía oscura y ardiente: Lilith. Nacida del resentimiento de la Luna, encarna la fuerza femenina apartada, la que arde desde el ombligo hacia abajo, la que se manifiesta en la noche, en los sueños, en el deseo. Es una k’lifah, una cáscara que rodea el núcleo de la conciencia, necesaria para la permanencia del mundo. Su energía es lunar, pero no sumisa: es fuego oculto, figura de juicio, deseo y transformación.
Antes del patriarcado, la Diosa regía los ciclos mágicos de la vida: sexualidad, nacimiento, muerte y renacimiento. Con la llegada del Dios masculino, estos poderes fueron divididos: la sexualidad y la magia quedaron separadas de la maternidad, y la Diosa se fragmentó. Lilith surge de esa escisión, como memoria viva de lo que fue uno y fue dividido. Es la parte instintiva, libre y ancestral de lo femenino, la que no se somete ni se calla.
Tras la caída del Edén, Dios colocó querubines y una espada flamígera que giraba en todas direcciones para custodiar el árbol de la vida. Lilith, afín a esa llama giratoria, se sienta junto a ella, reconociendo el pecado y activando su poder. Desde allí vaga por el mundo, castigando a los hijos por los pecados de sus padres. Es guardiana del umbral, figura de juicio y sombra encendida.
"El Libro de Lilith" de Barbara Black Koltuv.
Arte: Sensuality (1891) Franz von Stuck