14/07/2025
Permitidme que comparta una reflexión que, si bien no entra en la divulgación psicológica y psiquiátrica que caracteriza a esta pagina, sí que alude a una metáfora muy vinculada a los mecanismos que nuestra mente utiliza para adaptarse al devenir de los acontecimientos que acaecen en el curso de la vida.
EL TREN DE NUESTRA VIDA
La vida es como un largo viaje en tren. Un tren en el que somos conductores y pasajeros, aunque al inicio del trayecto, y aun más en nuestra infancia, sean otros quienes manejen la maquina por nosotros.
La vida es un viaje en tren con estaciones y destinos que no siempre decidimos porque solo unas veces dependen de nuestra voluntad, pero otras de contingencias que se nos escapan al intentar controlarlas, motivo por el que es ventajoso que agucemos nuestros sentidos antes de emprender la marcha para poder captar toda la información que nos nos aporte el inmenso entorno a través de las ventanillas, un universo desconocido al que tendremos que enfrentarnos cuando descendamos del vagón en cada una de las estaciones, siempre con ansias de aprender al impregnarnos de toda información que seamos capaces de aprehender.
Durante el trayecto, conforme avancemos, iremos descubriendo sensaciones y sentimientos, como por ejemplo la frustración que se experimenta cuando surge un contratiempo o erramos al tomar una decisión. En estos casos, siempre será preferible el riesgo de equivocarse en la ruta elegida que no dejar que sean otros quienes decidan por nosotros. Cuando una decisión es desacertada, es de nuestros errores y no de los ajenos de los que obtendremos las más fructíferas enseñanzas.
Conforme el convoy avance a través de la vía, y conforme el tiempo transcurra, llegará un momento en el que por primera vez podamos tomar los mandos de la locomotora, supervisados al principio por alguien con experiencia en quien depositemos nuestra confianza para que vigile y corrija nuestras tentativas de principiante. En estas primeras prácticas como maquinistas, nos resultará difícil manejar con soltura los mando e improvisar iniciativas en un momento de perentoriedad. Sin embargo, el privilegio conducir y hacerlo con nuestras propias manos y guiados por la intuición, nos ocasionará un placer que jamás olvidaremos y marcará nuestro modo de desenvolvernos en la distintas etapas de nuestra existencia. En esta fase inicial, el principal objetivo será conseguir que entren en sintonía la perseverancia con la paciencia, y así trazar nuestras rutas hacia metas reales y alcanzables. Para conseguir decidir por nosotros mismos, será imperativo ejercitarse con disciplina y humildad a través de un aprendizaje que nos enseñe a saber levantarnos y seguir avanzando cada vez que tropecemos y caigamos, o cada vez que la máquina se pare y debamos hacer lo imposible para reanudar la marcha.
La transición de la etapa de aprendizaje a la madurez tiene lugar cuando se aprende a aceptar los propios errores y moldear la singularidad que defina nuestro propio yo a partir de las enseñanzas que nos brinde la experiencia y los consejos¡nos expertos. Será entonces cuando podamos diseñar nuestro destino, escoger la velocidad adecuada de la locomotora en función de nuestras posibilidades, elegir las estaciones donde programar las necesarias paradas, adaptarnos al ritmo de nuestros compañeros de viaje (no olvidemos que en el viaje de nuestra vida somos pilotos pero también pasajeros) sin que interfieran en nuestros proyectos mas allá de lo que estemos dispuestos a concederles.
Deberemos asumir que el viaje será largo, y que no siempre estaremos solos. Es más, será conveniente tener compañía en muchos momentos y reservar la soledad para fomentar la introspección y disfrutar de los momentos de reflexión en los que conversemos con nosotros mismos.
En el tren de nuestra vida subirán y bajarán pasajeros que se convertirán en compañeros de viaje con los que podremos fraternizar o no. Pasajeros que nos harán sentirnos respetados y comprendidos o no. También, si tenemos suerte, alguno de estos pasajeros nos inspirará confianza y se la ofreceremos fomentando una camaradería basada en la lealtad y la confianza mutua que juntos convertiremos en amistad. Sin embargo, convivir con compañeros de viaje también podrá propiciar desafección y un antagonismo que nos predisponga al confrontamiento. El tiempo será un buen consejero para instruirnos en el arte de ser selectivos al elegir con quienes queremos compartir vagón, aquellos en quienes nos atrevamos a depositar nuestra confianza y nos resulte grato ofrecerles y solicitar ayuda.
Durante el trayecto, deberemos afrontar ciertas contingencias que nos apesadumbren, como por ejemplo cuando un compañero de viaje con el que hemos establecido un vínculo de afecto, tenga que abandonar el tren, bien porque su ruta sea distinta a la nuestra y la separación sea inevitable. También cuando otro compañero haya interpretado una farsa, nos haya utilizado en su beneficio, y llegado el momento oportuno, decida bajarse en una estación (incluso saltar con el tren en marcha) para apartarse de nuestra vida o apartarnos de la suya. Lamentablemente, igual puede suceder que un compañero, en contra de su voluntad y porque su tiempo de trayecto sea más corto que el nuestro, nos abandone en contra de su voluntad porque el destino lo reclame en una triste estación donde ese amigo marchará para siempre mientras el convoy retoma la marcha mientras lloramos la ausencia de alguien a quien quisimos. Experimentar una pérdida es una dura lección que nos hará reflexionar sobre el devenir, y nos abrirá los ojos ante la realidad de la finitud de nuestra y la inevitable verdad de que también nuestro viaje tendrá su final algún día.
Pero también hay posibilidad de que, más allá de las pérdidas, surjan ganancias que aporten un rayo de luz con la llegada de nuevos pasajeros, sobre todo si alguno de ellos, muy avanzado ya el trayecto, nos sorprende con una inesperada ilusión al descubrir que nunca es tarde para cruzarse con esa persona que el destino tenía previsto que conociéramos algún día sin que ninguno de los dos lo sospechara.
Y así, estación tras estación, seguirá avanzando el tren de nuestra vida. Iremos aprendiendo y seremos conscientes en qué momento alcanzamos una meta o cerramos una etapa. Si así fuera y logramos alcanzamos la suficiente madurez para aceptar lo que el destino nos tiene previsto, llegado el momento, conseguiremos bajar con dignidad nuestro vagón y decirle adiós al tren con la satisfacción de haber sido unos viajeros honestos, de haber vivido, de haber estado, y en suma, de haber conseguido dejar nuestro legado con dignidad y la satisfacción de que todo lo que vivimos mereció la pena.
(ASM)