25/09/2022
El mundo, la distancia que hay entre lo que pensamos y lo que sentimos, se narra a través de imágenes. De la misma manera que la imagen de la bofetada de Will Smith a Chris Rock en los Oscar reveló cómo se han tocado siempre los hombres entre ellos para solucionar las cosas como «hombres de verdad», la imagen de Federer y Nadal llorando cogidos de la mano revela una evidente necesidad de ternura y vulnerabilidad en el cuerpo masculino que tiene prohibido demostrar dicha necesidad. Porque ya hemos visto en otras ocasiones llorar a Nadal y a Federer y también chocar sus manos al finalizar los partidos, pero siempre guardando las formas que la masculinidad impone, siempre cumpliendo con la instrucción, marcando la linde de lo aceptable entre hombres, porque no se cuestiona tu hombría cuando lloras por ganar, o por peder, porque puedes llorar de alegría, llorar de rabia, con vehemencia, estas son lágrimas permitidas, lágrimas aplaudidas, lágrimas que no menoscaban tu lugar en el mundo. Pero estas lágrimas son distintas. Lo son porque son lágrimas compartidas desde la fragilidad que supone necesitar al otro. Y es que no existimos sin un otro y la desaparición de ese otro es, en cierto sentido, la desaparición de uno mismo. Es un duelo sobre lo vivido en común. Es un funeral por lo que ya no se podrá vivir más. Y tú puedes comportarte como un hombre, vestirte por los pies, mantener el tipo, hacer de tripas corazón, dejar el pabellón bien alto, puedes mostrar tu entereza, seguir firme, romper el saque o puedes simplemente descansar de ti mismo y dejarte sentir. Y puedes coger con delicadeza la mano a tu amigo sin miedo al qué dirán porque eso quiere decir que estuve aquí, que estoy aquí y que estaré aquí. Tocar a otro con dulzura es recordarle que existió. Este gesto, igual que una bofetada, es un gesto que orienta el mundo, la distancia entre lo que pensamos y lo que sentimos, y no convierte a sus protagonistas en héroes o en villanos, pero ayuda a imaginar, ayuda a pensar, ayuda a mostrar que otras formas de expresión son válidas e incluso deseables. Ayuda a romper con esa tremenda exigencia masculina, con esa cárcel, con ese baqueteo que impone la masculinidad, que adiestra el cuerpo, que anula según qué movimientos, que corta las alas después de quitar las plumas para dejar una carcasa vacía y dura, que hace que los hombres sean desconocidos para sí mismos con las gargantas llenas de charcos.
Esta imagen, entre toda la mi**da que vemos cada día, es bonita.
Es simple.
Y es verdad.