Vicente Laparra

Vicente Laparra Profesor de Medicina Tradicional China - Quiromasaje - Radiónica - Reiki - Osteopatía visceral.

EL RELOJ DE ARENAAkemi cuidaba el archivo del templo, un lugar donde casi nadie entraba.Su tarea era sencilla: girar cad...
10/12/2025

EL RELOJ DE ARENA

Akemi cuidaba el archivo del templo, un lugar donde casi nadie entraba.
Su tarea era sencilla: girar cada día un antiguo reloj de arena que marcaba el tiempo de las oraciones.
Un gesto mínimo. Siempre igual.

Durante años lo hizo con precisión, sin preguntarse nada.

Un día, por error, olvidó girarlo.

Cuando se dio cuenta, el templo estaba inquieto: las oraciones se habían retrasado, los rituales se desordenaron, los monjes discutían por los horarios. Todo parecía fuera de lugar… por una simple distracción.

Avergonzada, Akemi fue a ver al maestro Itsuro.

—Maestro… he causado un caos por no girar el reloj.

Itsuro observó la arena detenida.

—¿Estás segura de que el caos lo causaste tú?

—Todo se desordenó por mi culpa.

El maestro giró el reloj lentamente.

—No. El caos apareció porque todos creían que el tiempo debía obedecerles.

Akemi no entendió del todo.

Esa noche, mientras el nuevo ciclo de arena caía, se dio cuenta de algo:
nadie había mirado nunca el reloj… solo confiaban en que siempre estaría funcionando.

Entonces lo comprendió.

No fue su olvido lo que rompió el orden.
Fue la dependencia absoluta a algo que nadie estaba dispuesto a sostener de verdad.

Al día siguiente, giró el reloj con calma.

Pero ya no lo hizo como una rutina.

Ahora sabía que hasta lo más pequeño sostiene mundos enteros.

LAS HUELLAS QUE DESAPARECÍANEl aprendiz Naoki estaba obsesionado con dejar rastro.Quería que su paso por el templo se no...
08/12/2025

LAS HUELLAS QUE DESAPARECÍAN

El aprendiz Naoki estaba obsesionado con dejar rastro.
Quería que su paso por el templo se notara: barría más que nadie, hablaba más que nadie, se esforzaba más que nadie. Pero sentía que el maestro Kōen nunca lo miraba.

Una mañana nevada, Naoki salió antes que todos y caminó por el jardín dejando huellas profundas. Cuando regresó horas después, buscó sus marcas… pero habían desaparecido.

El sol las había borrado.

Molesto, fue a ver al maestro.

—Nada de lo que hago permanece —dijo—. Todo se borra.

Kōen lo miró con calma.

—¿Y por qué necesitas que se quede?

—Porque si no queda… es como si no hubiese existido.

El maestro lo llevó al mismo jardín.

—Mira el árbol —dijo—. No deja huellas. Pero da sombra cada día.

Naoki guardó silencio.

—Tú quieres ser recordado —añadió Kōen—. Pero aún no has aprendido a ser útil sin aplauso. Lo que de verdad importa casi siempre desaparece rápido… para poder volver mañana.

Desde entonces, Naoki siguió barriendo, ayudando, caminando.
Solo que ya no miraba el suelo buscando huellas.

Y por eso, sin darse cuenta, empezó a dejar marca en todos.

Renji era conocido como “el monje que lo preguntaba todo”.No por curiosidad, sino por miedo a equivocarse.Siempre quería...
05/12/2025

Renji era conocido como “el monje que lo preguntaba todo”.
No por curiosidad, sino por miedo a equivocarse.
Siempre quería instrucciones exactas, garantías, pasos claros.
No daba un movimiento sin asegurarse de que era “lo correcto”.

Un día, mientras preparaban el té para los visitantes, Renji vio al maestro Daishi mezclar las hojas sin medida, a ojo, como si llevara siglos haciéndolo.

—Maestro —preguntó Renji—, ¿cómo sabe que esa cantidad es la adecuada?

Daishi sonrió.

—No lo sé.

Renji se quedó inmóvil.
Creía haber oído mal.

—¿Cómo que no lo sabe? ¿Y si se equivoca?

Daishi dejó caer las últimas hojas en la tetera.

—Entonces aprenderé algo —respondió—. Los que necesitan certeza antes de cada acto nunca llegan a conocer nada nuevo.

Renji respiró hondo. Aquello le incomodaba profundamente.

—Pero… ¿y si hago algo mal?

El maestro se acercó a él y le tocó el pecho con dos dedos.

—No pasa nada por no saber. Pasa algo por no vivir.
Tus preguntas no buscan aprender, Renji… buscan evitar sentirte perdido.
Y nadie crece sin perderse un poco.

Le ofreció la taza recién preparada.

—Prueba este té. ¿Está perfecto?

Renji dudó, lo bebió… y sonrió.

—Está buenísimo, maestro.

Daishi se encogió de hombros.

—Tal vez hoy salió bien. Mañana, quién sabe.
El sabor cambia igual que nosotros.
La vida es un té que no se mide: se prueba.

Por primera vez, Renji no hizo ninguna pregunta más.

El aprendiz Naoki llevaba semanas sintiendo que su práctica espiritual no avanzaba.Meditaba a diario, estudiaba los sutr...
03/12/2025

El aprendiz Naoki llevaba semanas sintiendo que su práctica espiritual no avanzaba.
Meditaba a diario, estudiaba los sutras, ayudaba en el templo… pero por dentro seguía igual de confundido. Una noche decidió visitar al maestro Hisao.

Lo encontró sentado en una habitación oscura, con una lámpara apagada frente a él.

—Maestro —dijo Naoki—, por más que practico, no veo claridad. No sé qué me falta.

Hisao señaló la lámpara.

—Enciéndela.

Naoki palpó la base, buscó la rueda, levantó la tapa… pero nada parecía funcionar. Probó una y otra vez hasta frustrarse.

—No puedo, maestro. No sé qué le pasa.

Hisao se levantó, abrió una ventana… y entró un rayo de luna que iluminó la estancia entera.

—La luz no siempre viene de lo que intentas encender —dijo el maestro—. A veces ya está ahí, pero estás tan ocupado buscando una lámpara que no miras el cielo.

Naoki guardó silencio.

—Tu problema no es falta de claridad —continuó Hisao—. Es insistir en obtenerla de la única forma que conoces.
La vida tiene más ventanas que lámparas.

Naoki miró la luna iluminando la habitación.
Por primera vez en mucho tiempo, no sintió que le faltara nada.
Sintió, simplemente, que había estado mirando en el lugar equivocado.

El joven aprendiz Naoki tenía una obsesión: quería dominar la mente.Creía que, si lograba controlar cada pensamiento, ca...
01/12/2025

El joven aprendiz Naoki tenía una obsesión: quería dominar la mente.
Creía que, si lograba controlar cada pensamiento, cada emoción y cada impulso, alcanzaría la iluminación más rápido que los demás.

Un día, durante la caminata diaria, el maestro Jinen le entregó una piedra pequeña y le dijo:

—Llévala contigo. No la pierdas.

Naoki asintió, convencido de que era una prueba espiritual profunda.
Durante toda la mañana vigiló la piedra, comprobó sus bolsillos, cerró el puño alrededor de ella, evitó cualquier movimiento brusco.
Su mente no pensaba en nada más.

Al mediodía, mientras ayudaban en la cocina, la piedra resbaló de su mano y cayó al suelo.
Naoki se agachó de inmediato, avergonzado.

—Lo siento, maestro. He fallado.

Jinen lo miró con serenidad.

—¿Qué has aprendido?

—Que debo estar más atento —respondió Naoki.

El maestro negó suavemente.

—No. Has aprendido que, cuanto más te aferras, más sufres. Y cuanto más intentas controlar, más pierdes.

Naoki guardó silencio.

—La piedra cayó porque estabas ocupado intentando retenerla —continuó Jinen—. Si la hubieras guardado en tu bolsillo y seguido tu camino, habría estado contigo sin esfuerzo.

El joven lo miró con una mezcla de sorpresa y alivio.

—Entonces… ¿no tenía que concentrarme en ella?

—No. Tenías que entender esto:
Lo que es tuyo no necesita ser apretado. Y lo que no es tuyo, tampoco se queda porque lo sujetes fuerte.

Naoki respiró hondo.
Por primera vez, se dio cuenta de cuánto peso cargaba intentando controlar incluso aquello que nunca pidió ser controlado.

Y la piedra, ahora en su mano, parecía más ligera que nunca.

EL MAESTRO Y EL VASO INCLINADOEl aprendiz Junpei llegó agitado a la sala de meditación.Había pasado días intentando cont...
28/11/2025

EL MAESTRO Y EL VASO INCLINADO

El aprendiz Junpei llegó agitado a la sala de meditación.
Había pasado días intentando controlar su temperamento: cualquier pequeño error lo irritaba, cualquier palabra mal entendida le encendía la sangre. Cansado de sí mismo, buscó al maestro Kensho.

—Maestro, he intentado calmarme, respirar, repetir mantras… pero sigo reaccionando igual. ¿Qué hago mal?

Kensho no respondió. Tomó un vaso de barro, lo llenó de agua y lo colocó sobre la mesa… pero lo dejó inclinado, al borde, a punto de caer.

—Maestro —dijo Junpei inquieto—, ese vaso va a romperse.

Kensho siguió caminando alrededor de la mesa, sin tocarlo.

—¿No va a moverlo? —insistió Junpei.

—¿Por qué debería? —preguntó el maestro.

—¡Porque está a punto de caerse!

Kensho se detuvo.

—Y tú, Junpei, ¿cuánto tiempo llevas viviendo así?
A punto de caer, esperando que algo externo te sostenga.
Tu mente es como este vaso: no está llena de agua… está llena de tensión.

Junpei bajó la mirada, entendiendo algo que nunca había visto.

—¿Cómo dejo de vivir al borde?

Kensho enderezó el vaso con suavidad.

—Comienza por reconocer cada vez que te inclinas. No para culparte, sino para volver a tu centro. La calma no llega por esfuerzo: llega por equilibrio.

Junpei respiró hondo. Por primera vez en semanas, sintió que su propio peso dejaba de inclinarlo.

LA PUERTA QUE NO SE ABRÍAEl aprendiz Satoru llevaba días intentando abrir una vieja puerta del templo.Sabía que detrás h...
26/11/2025

LA PUERTA QUE NO SE ABRÍA

El aprendiz Satoru llevaba días intentando abrir una vieja puerta del templo.
Sabía que detrás había una sala usada por antiguos maestros, y estaba convencido de que acceder a ella le daría un conocimiento especial.
Empujaba cada mañana y cada tarde… pero la puerta no cedía ni un milímetro.

Un día, el maestro Hōren lo vio forcejeando.

—¿Qué haces, Satoru?

—Esta sala guarda enseñanzas importantes, maestro. Pero la puerta está atascada. Intento abrirla desde hace una semana.

Hōren se acercó despacio y tocó la madera.

—¿Y por qué quieres entrar?

—Porque necesito avanzar. Siento que allí encontraré lo que me falta.

El maestro sonrió como quien escucha algo familiar.

—Muéstrame cómo lo intentas.

Satoru empujó con todas sus fuerzas, incluso apoyando el hombro contra la madera. Nada.

Hōren lo observó en silencio.

—Satoru, vienes aquí con la misma actitud con la que te acercas a tu propia vida: empujando, queriendo forzar lo que aún no está listo para abrirse.

El joven frunció el ceño.

—Pero si no hago nada, nada cambia.

Hōren negó con la cabeza.

—A veces, la puerta no se abre porque tú aún no sabes entrar.

Caminó hasta el otro extremo del pasillo y señaló una pequeña rendija apenas visible en la pared lateral.

—Ven.

El maestro deslizó con suavidad un panel oculto. La luz entró y reveló la misma sala que Satoru llevaba días intentando alcanzar.

—La puerta principal solo se abre desde dentro —dijo Hōren—. Los antiguos querían recordarnos que hay caminos que no se fuerzan… se encuentran.

Satoru miró la entrada secreta, sorprendido y avergonzado.

—Entonces… ¿perdí el tiempo?

—No —respondió el maestro—. Aprendiste cuánto te cierras cuando solo intentas abrir.

Y Satoru, por primera vez, dejó de empujar.

EL CAMINO QUE RESPIRAKiyoshi siempre caminaba deprisa. En el templo lo reconocían por el sonido acelerado de sus sandali...
24/11/2025

EL CAMINO QUE RESPIRA

Kiyoshi siempre caminaba deprisa. En el templo lo reconocían por el sonido acelerado de sus sandalias y por la forma en que parecía llegar a los sitios antes que su propia mente.

Un día, mientras barría, el maestro Meirō lo llamó.

—Ven conmigo.

Lo llevó a un sendero de madera junto al estanque.

—Camina —ordenó.

Kiyoshi avanzó rápido, rígido, casi sin respirar.

Al llegar al final, Meirō preguntó:

—¿Qué has visto?

—Nada, maestro. Solo caminé.

El maestro lo hizo repetir el trayecto. Kiyoshi se esforzó por mirar más, pero tampoco supo qué responder.

Meirō suspiró con paciencia.

—No quiero que veas más. Quiero que veas algo. Caminas siempre hacia adelante, como si tu vida fuera un lugar al que debes llegar. Vives adelantado a ti mismo.

Se sentaron juntos. El maestro señaló el estanque, donde una hoja flotaba en silencio.

—La vida no habla a quien corre encima de ella. Se revela cuando caminas como si el camino también respirara contigo.

Kiyoshi guardó silencio.

—¿Cómo aprendo eso, maestro?

—Caminando —respondió.

Así que volvió a recorrer el sendero, esta vez sin intentar hacerlo bien. Solo sintiendo sus pasos, el roce del aire, el sonido del bosque.

No fue una revelación… pero algo se aflojó dentro de él: una suavidad nueva, una presencia que antes no encontraba.

Al volver, Meirō lo miró con una ligera sonrisa.

—Ahora sí. Has empezado a caminar contigo, no delante de ti.

Kiyoshi bajó la cabeza, agradecido. Por primera vez, sintió que el mundo respiraba al mismo ritmo que él.

EL ECO QUE RESPONDEEl joven monje Haru llevaba semanas inquieto.Cada vez que meditaba, un pensamiento regresaba como un ...
21/11/2025

EL ECO QUE RESPONDE

El joven monje Haru llevaba semanas inquieto.
Cada vez que meditaba, un pensamiento regresaba como un visitante insistente:
“¿Estoy avanzando? ¿Estoy haciendo esto bien?”

Su ansiedad era silenciosa, pero constante.
Así que decidió acudir al maestro Ryōsei, un hombre que hablaba poco pero veía mucho.

—Maestro —dijo Haru inclinándose—, medito cada día, pero mi mente sigue dudando. Siento que no escucho nada, que no aprendo nada, que no sucede nada dentro de mí.

Ryōsei lo observó un instante y luego señaló el antiguo pabellón del templo.

—Ven conmigo.

Cruzaron el pasillo de madera hasta un espacio abierto que daba al jardín.
El maestro se sentó en el suelo y Haru hizo lo mismo.

—Grita tu nombre —ordenó Ryōsei.

Haru se sorprendió.

—Maestro, aquí… ¿en el templo?

—Grita.

Haru respiró hondo y gritó su nombre hacia el bosque.

El eco regresó, suave pero claro.

—¿Qué has oído? —preguntó el maestro.

—Mi voz —respondió Haru.

—Tu voz volvió porque tú la llamaste.
Así también sucede con las respuestas que buscas.
No llegan cuando las exiges, sino cuando dejas de gritar dentro de tu propia mente.

Haru frunció el ceño.

—No entiendo del todo…

Ryōsei señaló el estanque del jardín, donde una brisa apenas movía la superficie.

—El agua no refleja nada cuando está agitada.
Tu mente es igual.
El avance no se siente con fuerza… se nota en la suavidad.
Cuando el agua se calma, el reflejo aparece solo.
Cuando tu mente se calma, la comprensión llega sin que debas perseguirla.

Haru cerró los ojos.
Por primera vez en semanas, no buscó nada.
No se esforzó por entender.
Solo respiró.

Y en ese único instante de renuncia… sintió que dentro de él se abría un espacio nuevo, silencioso, amable.

El maestro sonrió.

—Ahora sí estás escuchando.

LA PIEDRA QUE RESPIRAEl joven monje Aritsu llevaba meses frustrado.Meditaba cada amanecer, recitaba los sutras, caminaba...
19/11/2025

LA PIEDRA QUE RESPIRA

El joven monje Aritsu llevaba meses frustrado.
Meditaba cada amanecer, recitaba los sutras, caminaba en silencio por los pasillos del templo… y aun así sentía que nada cambiaba dentro de él.
Su mente seguía inquieta, su pecho seguía apretado, y la sensación de no avanzar lo acompañaba como una sombra.

Un día decidió buscar al maestro Shōun, un anciano de mirada profunda que rara vez hablaba. Lo encontró barriendo hojas en el sendero de bambú.

—Maestro —dijo Aritsu, inclinándose—, he practicado todo lo que me enseñó, pero sigo sintiendo lo mismo. ¿Qué me falta?
¿En qué me estoy equivocando?

Shōun dejó caer el rastrillo, lo miró apenas, y señaló una gran piedra cubierta de musgo en medio del camino.

—Siéntate ahí.

Aritsu obedeció.

—¿Qué debo hacer? —preguntó.

—Nada —respondió el maestro.

Aritsu esperó algún tipo de instrucción: un koan, una frase críptica, una metáfora. Nada.
Pasaron minutos eternos en los que solo se oían pájaros y el murmullo del viento entre los bambúes.

Finalmente, impaciente, dijo:

—Maestro… sigo sin entender. Me siento igual que antes.

Shōun señaló la piedra.

—Esa piedra ha visto más inviernos que tú, más lluvias, más soles. No se apresura. No duda. No se juzga. Solo está.
Y por eso permanece.

Aritsu bajó la mirada.

—Pero yo no soy una piedra, maestro.

—No —respondió Shōun—. Pero tu mente sí puede aprender de su modo de existir.
Mientras intentes cambiarte a la fuerza, seguirás igual.
Cuando te permitas simplemente ser, entonces cambiarás.

Aritsu suspiró, como si por primera vez hubiese escuchado algo que llevaba toda la vida necesitando.

Shōun se alejó lentamente por el sendero, dejando que el joven continuara sentado, inmóvil, escuchando el sonido del bambú tocándose entre sí.

Aquel día, Aritsu comprendió que la transformación no nace de empujar… sino de permitir.

EL RUIDO DEL SILENCIOCuando el joven monje Yorin llegó al templo de piedra, buscaba respuestas.Había pasado años intenta...
17/11/2025

EL RUIDO DEL SILENCIO

Cuando el joven monje Yorin llegó al templo de piedra, buscaba respuestas.
Había pasado años intentando acallar su mente: meditaciones largas, retiros silenciosos, lecturas interminables… y aun así, el ruido interior siempre volvía.

El maestro Shorei lo recibió con una leve inclinación.

—Maestro —dijo Yorin—, necesito que me enseñe a controlar mis pensamientos. Son demasiado ruidosos. Me distraen, me empujan, me agotan.

Shorei lo observó con ojos tranquilos, como si aquel problema fuera tan común como el latido de un corazón.

—Acompáñame —dijo.

Caminaron hasta un pequeño estanque rodeado de bambú. El agua estaba turbia por la lluvia de la noche anterior.

—Mira el fondo del estanque —ordenó el maestro.

—No puedo —respondió Yorin—. El agua está removida.

Shorei tomó entonces una ramita y revolvió aún más la superficie.
El agua se volvió completamente opaca.

—¿Y ahora? —preguntó.

—Menos aún —respondió Yorin, desconcertado.

El maestro dejó caer la rama y se sentó en silencio junto al borde del estanque. Pasaron unos minutos. Nada más. Ninguna enseñanza espectacular, ningún mantra secreto.

Solo silencio.

Poco a poco, el agua comenzó a asentarse. La superficie se calmó y el fondo apareció con una claridad casi milagrosa.

—El estanque no se aclara por esfuerzo —dijo Shorei—, sino por reposo.
Tus pensamientos son iguales. Quieres detenerlos empujándolos… Por eso se agitan más.

Yorin parpadeó.

—Entonces… ¿qué debo hacer?

El maestro tomó una hoja caída y la dejó flotar sobre el agua quieta.

—Aprende a sentarte contigo. No para controlar nada, sino para dejar que todo encuentre su lugar. La mente se calma cuando ya no la forzamos a hacerlo.

Aquel día, Yorin comprendió que la quietud no se conquista: se permite.

No todo tiene que estar lleno.No toda hora tiene que estar ocupada.No toda conversación tiene que tener respuesta.Hay be...
14/11/2025

No todo tiene que estar lleno.
No toda hora tiene que estar ocupada.
No toda conversación tiene que tener respuesta.

Hay belleza en el espacio que no se usa.
Hay fuerza en el silencio que no se rompe.
Hay sabiduría en no llenarlo todo.

A veces, lo que falta…
es lo que permite que lo demás respire.

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