24/08/2025
¡Una historia que me llegó al alma! ❤️ Esto es lo que pasa cuando decidimos ser amables en un mundo a veces tan indiferente.
Hace un tiempo, estaba ordenando cosas en casa y decidí regalar la ropita que mi hija ya no usaba (era para una niña de 2-3 años). Publiqué un anuncio en un grupo de mi localidad y, como siempre, llegaron muchos mensajes. Pero uno era diferente.
Era de una mujer. Me contó, con mucha humildad, que estaba pasando por un momento muy complicado. Que su pequeña no tenía casi qué ponerse y me preguntó si, por favor, podría enviárselo por correo a su ciudad.
Mi primera reacción no fue la mejor. Lo admito. Pensé: "Uy, más trabajo para mí... tener que empaquetar todo, ir a correos, pagar el envío...". Casi le digo que no. Pero algo en su mensaje me hizo detenerme. Una vocecita dentro de mí dijo: "¿Y si es verdad?".
Así que, contra mi pereza inicial, empaqueté todo con cariño, fui a la oficina postal y lo envié. Me costó unos euros, pero lo hice. Y luego, la vida siguió.
Un año después... ¡Llegó el milagro!
Un paquete misterioso apareció en mi casa. Una caja marrón simple. Me senté en la cocina, curiosa, y la abrí. Lo que había dentro me dejó sin palabras.
No era ropa. No eran juguetes.
Eran los dibujos de una niña, perfectamente guardados. Un ramito de flores silvestres secas, prensadas con cuidado. Varios tarros de mermelada casera de frambuesa y grosella. Y una carta.
Con lágrimas en los ojos, leí cada palabra. La mamá me recordaba quién era. Me contaba que aquel paquete de ropa había sido la primera ayuda que recibió de un desconocido. Que en ese momento su vida era muy dura, fría y llena de incertidumbre.
Pero lo más bonito: ¡ahora las cosas estaban mejor! Ella había encontrado trabajo, su familia se había recompuesto y su hija había crecido sana y feliz. Su pequeña había querido mandarme sus dibujos "para la señora de los vestidos". Las flores, las recogieron juntas para mí. Y la mermelada, hecha por ella con frutas de su jardín, era su manera de devolverme un poco de todo el cariño que recibió.
No podía parar de llorar. Esa tarde, en mi cocina, entendí el verdadero significado de la cadena de la bondad.
Le escribí para agradecerle y así empezó una amistad increíble. Nos escribimos durante meses. Se llama María, vive en Gijón y su hija, Lucía, es una artista con los lápices de colores.
Seis meses después, ¡incluso nos conocimos en persona! Viajé cerca de su ciudad y quedamos para tomar un café. Fue mágico. Abrazarnos como si nos conociéramos de toda la vida. Lucía me regaló un peluche. Fue uno de los días más especiales de mi vida.
Hoy, dos años después, seguimos en contacto. Yo le mando libros para Lucía, ella me manda mermelada de esos sabores que ya saben a amor.
Esta experiencia me cambió por completo. Me enseñó que un pequeño gesto, un momento de vencer nuestra propia pereza o desconfianza, puede crear una ola de cosas buenas que vuelve a ti multiplicada.
Guardo esos dibujos y esas flores como un tesoro. En los días grises, me recuerdan que estamos todos conectados por hilos invisibles. Y que a veces, tender la mano una sola vez puede cambiarle la vida a alguien. Y también, cambiar la tuya propia.
¿Tú también has tenido una experiencia así? ¡Cuéntamela en comentarios!