
06/08/2022
Ilustremos un principio humano: no sé que hacer sin ti. ¿Le dijiste esto a alguien alguna vez? Sin ti no soy nada. Te necesito. Virgencita, que me quede como estoy. He aquí el ansia de no cambiar, de quedarse quieto. Ser una losa de granito en el camino, serena e imperturbable, hasta el punto de renunciar a vivir sin ti, necesitarte, no ser nada.
Seguro que muchas veces sentiste que, tras un gran cambio en tu vida, te invadía la incertidumbre. “¿Qué será de mí tras la ruptura?” te preguntas, o tras perder mi trabajo, o tras la muerte de un ser querido. Te viste al borde del precipicio o navegando a oscuras por aguas desconocidas. Sin embargo, aquí estás. Saliste adelante. Encontraste un nuevo camino.
La resistencia al cambio es algo poderoso. Nos aferramos a una forma de ser, una forma de vivir, y enterramos hondo las alternativas. Nos convencemos de que no existen. Esto puede ser un compromiso con el amor que aguanta vendavales, o con una meta. También puede ser aferrarse a la infelicidad o al dolor porque es el terreno conocido.
Y aunque esto pueda verse muy dañino, no es algo contra lo que luchar. Si alguien se empeña en ser losa de granito, empeñarte tú en moverla no hará nada. Convencer a tu amig@ de que debería dejar a su novi@, sin el cual dice no puede vivir, es casi imposible. Hay que animar a la persona a ser algo distinto de la losa. Tomar su impulso de vivir de otra manera y alimentarlo, su deseo de hallar estabilidad de otra manera, y apoyarlo.