27/09/2025
La semilla olvidada
Había una vez un anciano campesino que, al morir, dejó a sus tres hijos una pequeña bolsa con semillas. Cada semilla era diferente, pero todas parecían frágiles y sin valor.
Los hijos miraron el regalo con desdén: esperaban tierras, dinero o al menos ganado. Solo el menor aceptó con gratitud aquel presente y decidió sembrar sus semillas en un terreno árido cerca de su casa.
Pasaron los meses, y los hermanos mayores se burlaban de él:
—“Pierdes tu tiempo, nada crecerá en esa tierra seca”.
Pero el joven, con paciencia, regaba cada día, quitaba piedras y cuidaba su siembra con dedicación.
Un año después, del suelo comenzaron a brotar árboles fuertes, flores de colores y plantas medicinales. El lugar árido se transformó en un pequeño oasis. La gente del pueblo acudía allí a descansar, curarse y compartir momentos de paz.
Los hermanos, avergonzados, preguntaron:
—“¿Cómo lograste todo esto?”
Él respondió:
—“La diferencia no estaba en las semillas, sino en la fe y el cuidado que puse en ellas. Todo lo que se cuida con amor florece, incluso en el terreno más difícil”.
Reflexión
Muchas veces despreciamos los pequeños regalos de la vida: una palabra amable, una oportunidad, un talento oculto. Creemos que no valen nada, pero si los cultivamos con paciencia y constancia, pueden transformarse en bendiciones que cambian no solo nuestra vida, sino también la de los demás.
La verdadera riqueza no está en lo que heredamos, sino en lo que hacemos con lo que recibimos.