13/08/2025
Hoy, caminando por la playa, he vuelto a una idea simple: el pie es arquitectura. Un arco que sostiene, reparte cargas y se adapta. En consulta vemos que el debate “calzado y ejercicio” se queda corto si olvidamos la estructura (genética + desarrollo) que trae cada persona.
No todos partimos del mismo plano: hay pies neutros con gran estabilidad; pies planos adquiridos con colapso progresivo; pies cavos que concentran cargas; antepiés que, con la edad, desarrollan artrosis; hiperlaxitud transitoria (embarazo) o mantenida; y situaciones de alto IMC que multiplican las fuerzas. Esa diversidad no es un fallo: es biología real. Y en biología, casi nada es blanco o negro.
¿Sirven el ejercicio y el buen calzado? Muchísimo: mejoran control neuromuscular, tolerancia al esfuerzo y distribución de cargas. ¿Cambian la genética o la forma ósea básica? No. Modulan, no “reprograman”.
Aquí entran las ortesis plantares. No son una “trampa” ni una moda a favor o en contra: son dispositivos médicos diseñados para redireccionar fuerzas, ganar palancas y dar tiempo al tejido a adaptarse. Igual que una prótesis de cadera devuelve función en la artrosis, la ortesis no “cura la genética”, pero sí mejora la función y reduce dolor y sobrecargas. A veces se usan de forma temporal (fase de dolor), otras a largo plazo (estructuras muy inestables), casi siempre acompañadas de ejercicio y educación de cargas.
Mi conclusión: la estructura manda, el contexto modula y la clínica decide. Calzado y ejercicio cuentan; las ortesis también. Demonizar una herramienta por ideología nos aleja de lo importante: ayudar a la persona que camina delante de nosotros.
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