Carlos Pérez Ara - Psicología

Carlos Pérez Ara - Psicología Consulta de Psicología sanitaria autorizada por el Gobierno de Aragón. Psicoterapia de adultos, j? Licenciado en Psicología por la Universidad de Valencia.

Diplomado en Magisterio Educación Especial por la Universidad de Zaragoza. Responsable de programas del Teléfono de la Esperanza de Aragón. Divulgador de la ciencia psicológica en medios de comunicación de prensa escrita, radio y TV.

27/10/2025

🦢 “El Patito Feo” no es solo un cuento infantil, sino la historia real de su autor, Hans Christian Andersen.

📚 El famoso cuento publicado en 1843, que narra la historia de un polluelo de cisne criado entre patos... un ser diferente, rechazado por todos, que al final descubre que es un bello cisne, era en realidad una metáfora de su autor… ese “patito” era el mismo Hans Christian Andersen.

📜 Su vida fue un espejo del cuento: Hijo de un zapatero y una lavandera en Dinamarca, vivió su niñez rodeado de una extrema pobreza, de tal manera que en ocasiones se vio obligado a mendigar y no tuvo otro cobijo que un puente.. Hans era humillado constantemente por su aspecto, era un muchacho feo y desgarbado, con una enorme nariz y unos grandes pies, además se burlaban de él por su voz y sus sueños de artista. En la capital, nadie lo tomaba en serio por ser “raro” y sin educación formal. Sin embargo, Hans encontró su belleza en el arte y se convirtió en uno de los escritores más admirados de Europa. Demostrando que veces solo necesitas tiempo y creer en ti para descubrir que siempre fuiste un cisne.

💬 Dato curioso: Que Andersen se inspiró en su propia vida para crear el Patito Feo no es una invención de historiadores o estudiosos de la literatura, él mismo lo confesó en una carta: “El patito soy yo mismo. Me reconocí completamente en él.”

27/10/2025

Simuló la locura para ser internada en un manicomio — y lo que descubrió allí fue tan aterrador que cambió para siempre la atención de las personas con enfermedades mentales.

Septiembre de 1887.
Con solo 23 años, Nellie Bly entró en una pensión de Nueva York con un plan peligroso: convencer a todos de que estaba loca.
Miraba fijamente las paredes. Hablaba por fragmentos. Se negaba a dormir. Fingía no recordar su nombre. En pocas horas, la dueña llamó a la policía. En un día, los médicos la examinaron —apenas— y la declararon “claramente demente”.

Menos de 48 horas después, Nellie Bly fue internada en el asilo para mujeres de Blackwell’s Island.

El proceso de internamiento era aterradoramente fácil. Ninguna evaluación profunda. Ninguna consulta familiar. Solo una mirada rápida de médicos que veían lo que esperaban ver: otra mujer pobre y extraña que debía ser encerrada.
Y eso era precisamente lo que Nellie quería demostrar.

Porque ella era periodista de investigación del The New York World y se había ofrecido para una misión que podía destruir su vida. Si algo salía mal —si el periódico no lograba liberarla o si los responsables descubrían su verdadera identidad— podía quedarse atrapada allí indefinidamente, sin manera de probar su cordura.

Pero Nellie creía que la historia valía el riesgo.

Lo que descubrió dentro hizo que ese riesgo pareciera insignificante frente al in****no que esas mujeres vivían cada día.

El asilo de Blackwell’s Island albergaba a más de 1.600 mujeres en condiciones que se parecían más al castigo que al cuidado.
Los “tratamientos” no eran médicos —eran punitivos.

Las mujeres eran sumergidas en baños helados y dejadas durante horas hasta que sus labios se volvían azules y sus cuerpos entumecidos. Oficialmente, era para “calmarlas”. En realidad, era hipotermia y terror.

La comida era incomible: carne podrida, pan tan duro que rompía los dientes, té que parecía agua sucia. Las comidas se servían en cuencos inmundos, y quienes se quejaban eran golpeadas o aisladas.

Las enfermeras no eran cuidadoras, sino guardianas brutales que golpeaban, se burlaban e ignoraban el sufrimiento de las pacientes. Las que gritaban eran encerradas solas. Las que suplicaban ayuda eran silenciadas.

Los médicos casi nunca aparecían. Y cuando lo hacían, no escuchaban. Las quejas eran calificadas de delirios. Las heridas, ignoradas. Muchas mujeres se deterioraban, no por enfermedad mental, sino por negligencia y violencia.

Pero lo más aterrador era que muchas de esas mujeres no estaban locas.
Algunas eran inmigrantes que no hablaban inglés, internadas porque no podían hacerse entender.
Otras eran mujeres pobres, abandonadas por sus familias.
Algunas tenían discapacidades, epilepsia o simplemente eran consideradas “difíciles”.
Su único error: volverse incómodas.

Y una vez dentro, era casi imposible salir.
Protestar por la propia cordura se tomaba como una prueba más de locura.
El sistema estaba diseñado para devorar a las mujeres y no dejarlas salir jamás.

Durante diez días, Nellie vivió esa pesadilla.
Observó cómo las mujeres se consumían.
Vio atrocidades que ningún ser humano debería soportar.
Grabó en su memoria cada detalle, cada nombre, cada acto de crueldad —porque sabía que debía contarlo todo.

Cuando The New York World finalmente logró liberarla, Nellie no olvidó.
Se sentó y lo escribió todo.

Su reportaje, titulado “Ten Days in a Mad-House” (Diez días en un manicomio), se publicó en octubre de 1887.
La reacción del público fue inmediata y explosiva.

¿Cómo podía existir algo así en el moderno y civilizado Nueva York?
¿Cómo podían tratar a las mujeres como animales?
¿Cómo podía un sistema ser tan defectuoso que encerrara a personas sanas y las torturara?

Se abrió una gran investigación judicial. Los inspectores visitaron Blackwell’s Island y confirmaron cada palabra de lo que Nellie había escrito. Las condiciones eran exactamente tan horribles como ella las describió.

Las consecuencias fueron rápidas y trascendentales: la ciudad de Nueva York asignó más de 1 millón de dólares (equivalente a unos 930.000 € actuales) para reformar la atención psiquiátrica —una suma colosal para la época.
El personal fue formado, los protocolos revisados y se establecieron nuevas protecciones legales para evitar internamientos abusivos.

Se salvaron vidas, porque una periodista de 23 años tuvo el valor de arriesgarlo todo por decir la verdad.

La investigación de Nellie Bly marcó un punto de inflexión histórico tanto para el periodismo como para la reforma de la salud mental.
Demostró que el periodismo de investigación podía revelar injusticias que nadie más habría expuesto.
Mostró que las sin voz —esas mujeres olvidadas, indefensas, sin derechos— podían ser escuchadas si alguien tenía el coraje de contar su historia.

Pero también reveló una verdad más oscura:
lo fácilmente que la sociedad se deshace de los más vulnerables;
la rapidez con que una mujer podía ser etiquetada de “loca” y desaparecer;
y cómo los sistemas destinados a proteger pueden convertirse en máquinas de crueldad, cuando nadie los observa.

El asilo de Blackwell’s Island ya no existe.
La isla fue rebautizada como Roosevelt Island, y los edificios fueron demolidos o transformados.

Pero el coraje de Nellie Bly aún resuena hoy.

Cada vez que un periodista se infiltra para denunciar abusos en residencias, prisiones o instituciones, sigue los pasos de Nellie Bly.
Cada vez que nace una reforma en la salud mental, se apoya en los cimientos que ella construyó.

Pudo haber escrito su artículo desde fuera, basándose en rumores o testimonios.
Pero eligió entrar en ese in****no, sabiendo que tal vez no saldría.
Sufrió los baños helados, la comida podrida, la crueldad —porque entendía que, para decir la verdad sobre el sufrimiento, a veces hay que vivirlo.

No fue solo buen periodismo.
Fue valor moral en su forma más pura.

Nellie Bly no denunció el sistema por gloria.
Lo hizo porque 1.600 mujeres sufrían en silencio y alguien debía devolverles la voz.

Caminó por la oscuridad para que el mundo finalmente viera lo que allí ocurría.
Y cuando salió, se aseguró de que nadie pudiera volver a mirar hacia otro lado.

22/10/2025

Si alguna vez yo quisiera disuadir a alguien de que consumiera, y si pudiera ( porque no me dejan), le llevaría al centro donde estoy haciendo las prácticas y le presentaría a Jota.
Jota es un chico verdaderamente encantador. Todavía le quedan restos de su antigua belleza. Pero el consumo le ha frito los caminos neuronales.
Tiene unos cuarenta y cinco años, pero a veces se comporta como si tuviera diez. Otras veces, sus estallidos de rabia sacuden el silencio del centro como una tormenta inesperada.

Está admitido en un centro de neuro rehabilitación, no por una enfermedad degenerativa propia de la edad, sino por los estragos que el consumo prolongado de estupefacientes ha dejado en su cerebro.

El daño es profundo y confuso, difícil de catalogar. Por fuera, parece un adulto sano; por dentro, lucha con impulsos incontrolables, con una mente que ya no siempre le responde como antes.

Entre sus compañeros, en su mayoría personas mayores con enfermedades más "comprensibles", él es un cuerpo extraño. No lo rechazan con crueldad, pero tampoco lo incluyen en sus actividades ni se quieren sentar a su lado. No saben qué hacer con su energía desbordada, con sus cambios de humor, con su forma de hablar atropellada o su necesidad constante de afecto. Le hacen el vacío.Quizá sin querer, quizá por miedo. Quizá por inercia.

Y sin embargo, cuando alguien se le acerca, cuando lo miran o le escuchan con verdadera atención, responde con una gratitud desarmante. Tiene una ternura que no se espera, una memoria emocional intacta que le permite reconocer un gesto amable y devolverlo multiplicado.

Repito que es importante recordar que todos tenemos memoria emocional.

Su presencia incomoda porque rompe con la lógica habitual del centro, pero también recuerda que la fragilidad mental no siempre envejece con arrugas.

Me dijo que le encantaban las pulseras así que le regalé una mía, porque tengo tantas que realmente no era un gran problema darle una de las que me sobraban. Se me quedó mirando a los ojos y me dijo:
"eres un sol".

E imaginé que cuando él era joven, en un antro de mala muerte y poca iluminación le debía haber dicho a muchas chicas guapas esa misma frase.

19/10/2025
03/10/2025
26/09/2025

✴ LOS BENEFICIOS DE LA LECTURA EN LOS ADOLESCENTES

25/08/2025

El perfil psicológico del asesino, en 5 rasgos típicos

La mayoría de asesinos, sean seriales o no, cumplen una serie de rasgos psicológicos básicos.

1. Falta de empatía
El asesino en serie suele emplear el as*****to como instrumento de cara a obtener un beneficio, por motivos ideológicos, o con la intención de descargar una frustración o fantasía concreta. Por norma general no tiende a saber ponerse en el lugar de su víctima, careciendo en su mayoría de empatía. Una gran parte de ellos son clasificables como psicópatas y entre sus motivaciones hay una visión de la realidad extraña, apartada de las ideologías hegemónicas.

2. Suelen dar apariencia de normalidad
Con algunas excepciones, por lo general el asesino en serie no manifiesta elementos extraños en su comportamiento que conduzcan a pensar en la posibilidad de que lo sean.

3. Elección de víctimas vulnerables
Por lo general el asesino en serie escoge víctimas que pueden ser vulnerables a su actuación por considerarlas más débiles o que pueden ser manipuladas de algún modo para dejarlas en una situación de sumisión. Esto se hace para notar que se tiene el control en todo momento.

4. Pueden ser manipuladores e incluso seductores
Muchos asesinos en serie tienen una capacidad elevada de manipulación y seducción, empleando dichas habilidades en conseguir acercarse a sus víctimas con facilidad y sin excesiva resistencia. Es frecuente que establezcan relaciones con cierta facilidad, si bien en general dichas relaciones son superficiales.

5. Entorno de origen aversivo
Una gran cantidad de asesinos en serie provienen de familias o entornos desestructurados, con un elevado nivel de violencia. Muchos de ellos han sufrido diversos tipos de abuso a lo largo de su vida que dificultan la adquisición de empatía y de preocupación por el entorno.

Fuente: https://psiquiatria.com/.../el-perfil-psicologico-del.

07/08/2025

«El verdadero horror de la existencia no es el miedo a la muerte, sino el miedo a la vida. Es el miedo a despertar cada día para enfrentar las mismas luchas, las mismas decepciones, el mismo dolor. Es el miedo a que nada cambie jamás, que estés atrapado en un ciclo de sufrimiento del que no puedes escapar. Y en ese miedo, hay una desesperación, un anhelo de algo, cualquier cosa, para romper la monotonía, para darle sentido a la repetición infinita de días».

–Albert Camus, El otoño (The Fall)


Imagen de la red
®️Literatura, arte, cultura y algo más



27/07/2025

«Sé por que es así. No es el vino que bebí ayer, ni que haya dormido en una mala cama, ni tampoco el tiempo lluvioso. Han aparecido unos demonios y han desafinado una por una todas las cuerdas de mi ser. Ha vuelto el temor, el miedo de las pesadillas infantiles, de los cuentos, del destino de los colegiales. El temor, el acoso de lo inalterable, la melancolía, el tedio. ¡Qué insulso es el mundo! ¡Qué horrible tener que levantarse mañana, volver a comer, volver a vivir! ¿Por qué hemos de vivir? ¿Por qué es el hombre tan tímido y bonachón? ¿Por qué no yacemos desde hace tiempo en el mar?
Ni siquiera ha crecido la hierba. No se puede ser vagabundo y artista y al mismo tiempo un burgués sano y cuerdo. Si quieres embriaguez, ¡acepta también la resaca! Si quieres sol y bellas fantasías, ¡acepta también la suciedad y el hastío! Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia moral. ¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar! ¡Cuánto has mentido! ¡Cuántas miles de veces, incluso en tus libros y poesías, has fingido ser el armonioso y sabio, el feliz, el iluminado! ¡Lo mismo han fingido ser los héroes al atacar en la guerra, mientras las entrañas temblaban! ¡Dios mío, qué simiesco y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!».

Hermann Hesse, El caminante

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San Antonio Mª Claret, 40/42, 2º B
Zaragoza
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