
07/07/2025
NEUROPATÍA PERIFÉRICA: EL HORMIGUEO QUE COMIENZA EN LOS PIES… Y PODRÍA NO DETENERSE SI NO SE IDENTIFICA Y TRATA A TIEMPO
Todo empieza con una sensación leve. Un cosquilleo en los dedos de los pies, una molestia sutil que aparece por las noches o al estar en reposo. A veces es un ardor, otras una sensación de entumecimiento o pequeños calambres. Y con el tiempo, ese hormigueo se extiende, sube por las piernas, y empieza a alterar la sensibilidad, el equilibrio y, en los casos más severos, incluso la capacidad para caminar. Así se manifiesta la neuropatía periférica: una alteración progresiva de los nervios que están fuera del cerebro y la médula espinal, y que puede deberse a múltiples causas, pero casi siempre llega sin aviso… y no se va sola.
Estos nervios periféricos son los encargados de llevar la información sensorial y motora entre el cuerpo y el sistema nervioso central. Cuando se dañan, empiezan a fallar los mensajes: lo que debía sentirse como calor, se siente como dolor; lo que debía percibirse como presión, se vuelve ardor o se pierde por completo. La causa más frecuente es la diabetes mal controlada, pero también puede aparecer por déficit de vitaminas (como la B12), abuso de alcohol, infecciones, exposición a toxinas, efectos secundarios de ciertos medicamentos o enfermedades autoinmunes.
Los síntomas suelen comenzar en las zonas más distantes del cuerpo, como los pies y las manos, siguiendo un patrón conocido como “guante y calcetín”. Y mientras más avanza, más funciones se ven afectadas: desde el equilibrio hasta la fuerza muscular, pasando por reflejos, sensibilidad y, en algunos casos, control de órganos internos si también se dañan nervios autónomos.
El diagnóstico se confirma mediante estudios clínicos, análisis de sangre y pruebas de conducción nerviosa que miden la velocidad y fuerza con la que viajan las señales eléctricas por los nervios. El tratamiento depende de la causa: si es metabólica, se controla; si es carencial, se repone; si es tóxica, se elimina el agente agresor. Pero en todos los casos, cuanto antes se actúe, más posibilidades hay de evitar el avance y recuperar parte de la función nerviosa.
Y por eso nunca debe ignorarse ese hormigueo persistente, esa pérdida de sensibilidad en los pies, ese dolor eléctrico que recorre las piernas sin motivo aparente. Porque los nervios, una vez dañados, no siempre sanan del todo. Porque el cuerpo habla, y a veces sus señales más silenciosas son las más urgentes. Porque si cada paso empieza a sentirse distinto… tal vez sea hora de detenerse, mirar abajo y preguntarse si el problema no está en los pies, sino en los cables invisibles que les dan vida. Y si es así, actuar. Antes de que ese cosquilleo se convierta en silencio. Y el camino, en límite.