
13/07/2025
Hace unos días, un papá me dijo en una sesión:
“Es que mi hijo de 13 ya no es el mismo… está insoportable, irritable, se encierra, contesta feo…”
Y sí.
No es el mismo.
Porque no está diseñado para ser el mismo.
Su cuerpo cambia, su cerebro se reconfigura, sus emociones se intensifican.
Está en construcción.
Y lo que más necesita no es que lo juzgues, es que cambies la mirada.
La adolescencia no es una etapa que hay que aguantar.
Es una oportunidad para acompañar.
Para observar con más curiosidad que juicio.
Para conectar, incluso cuando parece que no quiere nada contigo.
Entender estos cambios te ayuda a no tomarlo personal,
a verlos con más compasión y empatía.
Y desde ahí, puedes tomar decisiones que fortalezcan el vínculo…
y no que lo rompan por una reacción impulsiva.
Lo que pasa es que confundimos silencio con indiferencia,
distancia con desamor,
rebeldía con maldad.
Pero detrás de cada ceja levantada y cada portazo,
hay una pregunta que no sabe cómo formular:
¿Aún me quieres así? ¿aunque ya no sea fácil?
Y si cambiamos esa mirada,
dejamos de reaccionar y empezamos a comprender.
Y ese cambio lo cambia todo.
¿Y tú? ¿Qué historia te estás contando sobre la adolescencia?
́