
07/04/2025
“A menudo, las personas, en un intento por mostrarse empáticas o simplemente por curiosidad, me preguntan cómo hice para superar la muerte de mi padre.
Siempre respiro hondo antes de responder, buscando las palabras adecuadas para transmitir lo que realmente siento:
—Nunca he superado su muerte, porque no lo quiero hacer—, les digo con franqueza.
—Lo que puedo hacer, aunque con mucho esfuerzo, es reconocer mi soberbia en medio de mi sufrimiento.—
La gente suele sorprenderse con mi respuesta, esperando oír sobre algún protocolo o terapia que alivie la pérdida de un ser querido. Sin embargo, la realidad es que nunca he buscado una cura, al menos no para la mía.
Hay que entender que el sufrimiento y la tristeza no son la misma cosa. El sufrimiento surge al negar la realidad, al rebelarse contra lo inevitable y al buscar constantemente que las circunstancias se acomoden a nuestros deseos. Es esa voz interna que cuestiona “¿Por qué a mí?” o exclama “¡No es justo!”.
El sufrimiento puede ser un acto de autoengaño, una trampa en la que caemos al creer que no merecemos padecer este dolor. Este pensamiento no hace más que amplificarlo y concederle una importancia indebida. Hay un matiz de soberbia en el sufrimiento, una especie de vanidad distorsionada.
Por otro lado, la tristeza es diferente, es una respuesta natural y genuina a la pérdida. No tiene nada de soberbia, sino de amor. Es un testimonio del lazo que unía a dos seres, y de la huella imborrable que uno deja en el otro.
Lo digo con convicción, no sufro por la muerte de mi padre, pero no quiero que desaparezca la tristeza, no deseo evadir lo que siento por su ausencia, porque este vacío es lo que me queda de él.
La tristeza que llevo en mi corazón, aquella que siento cada vez que lo recuerdo, lágrimas en el abismo de su ausencia, son un recordatorio palpable de su importancia en mi vida. No quiero que desaparezca; es una parte esencial de quién soy.
Esa tristeza es un testimonio del amor que siento por él. Y a pesar de que el dolor pueda parecer abrumador en algunos momentos, no lo cambiaría por nada, porque esa tristeza es lo que me mantiene conectado a sus recuerdos y a todo lo que representaba en mi vida.
La ausencia del Dr. Goiz es una herida del alma, es un abismo insondable, es una tragedia sublime y por eso seguirá para siempre: INCURABLE.”
¿Incurable? Página 304.
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