05/12/2025
Hay una presión silenciosa que pocas veces nombramos en diciembre:
esa especie de mandato interno de “estar bien”, aunque no siempre lo estemos.
La Navidad tiene un guion no escrito: buen humor, magia, cercanía, ganas de todo.
Y tú, mientras tanto, intentando sostener el papel sin que se note el temblor interno.
La autoexigencia aparece así:
en la sonrisa que fuerzas,
en la cena a la que vas sin energía,
en el “no pasa nada, todo bien” dicho por costumbre, en querer llegar perfecta a cada encuentro cuando por dentro solo quieres un respiro.
Y duele. No porque la Navidad sea mala, sino porque tu cuerpo no sabe mentir.
Él muestra el cansancio que tú llevas semanas escondiendo.
A veces, lo más difícil no es la familia, ni las cenas, ni el exceso de planes.
Lo difícil es la distancia entre cómo estás y cómo crees que deberías estar.
Si este año notas esa tensión interna, no es un fallo: es una señal.
Tu cuerpo te está diciendo que necesitas bajar el ritmo, dejar de actuar, volver a un lugar más honesto contigo.
No hace falta que estés radiante.
Hace falta que estés presente, aunque sea desde la calma silenciosa
o desde un “hoy no puedo con todo”.
La Navidad no necesita magia.
Necesita verdad.