08/12/2025
Muchas veces el verdadero cuidado nace en los días grises, en esos momentos en los que lo más fácil sería dejarse de lado. Elegir alimentarte bien, levantarte, poner un límite o simplemente descansar, incluso cuando no hay energía o ánimo, es un acto silencioso pero profundo de respeto por ti mismo.
El amor propio no siempre se manifiesta como entusiasmo, sino como constancia. Se trata de sostenerte, de hacerte cargo de ti, no solo cuando todo va bien, sino especialmente cuando estás en crisis, cuando estás triste o agotado. Porque en esos momentos, cuidarte no es un lujo ni una meta estética: es una forma de resistir, de afirmarte como alguien digno de atención y protección. Es decirte: “aunque no tenga fuerzas, sigo aquí para mí.” Y eso vale muchísimo.
Además, cuando entiendes que cuidarte sin ganas también es amor, empiezas a sanar la relación contigo desde un lugar más real y compasivo. Ya no esperas sentirte “bien” para merecer cuidado; lo conviertes en una práctica diaria, casi como un pacto contigo mismo. Un pacto que dice: “no te abandono, incluso cuando no estás en tu mejor versión.” Y ese tipo de amor, que no depende del ánimo ni de la perfección, es el que realmente transforma.