
08/07/2025
Cuando una madre da un beso a su hijo en su frente, no es solo un gesto de ternura, es la biología tejiendo un vínculo invisible y profundo. En ese simple gesto, una cantidad de eventos extraordinarios se desencadena en lo más profundo del cerebro, creando una sinfonía neuroquímica que fortalece la conexión y fomenta el bienestar.
Estudio han revelado en la neuroimagen la compleja danza que ocurre en el cerebro.
El núcleo accumbens y las vías de dopamina se iluminan, cableando sensaciones de alegría y reforzando esa conexión primaria esencial entre madre e hijo.
La amígdala y el hipotálamo, arquitectos de la emoción y la regulación, se activan para alimentar una profunda sensación de seguridad y pertenencia.
La oxitocina, conocida como la famosa "hormona del amor", inunda ambos cuerpos, disminuyendo el estrés, sellando la confianza y profundizando el apego mutuo.
Para el niño, ese beso hace mucho más que solo calmarlo superficialmente:
Calma los circuitos de estrés, regulando los niveles de cortisol (la hormona del estrés), apaciguando los miedos y nutriendo la resistencia emocional. Es una lección temprana de cómo manejar el estrés y sentirse seguro en el mundo.
El beso de una madre no es ordinario. Es una manifestación de biología ancestral, una promesa susurrada de protección y de presencia incondicional. En ese fugaz segundo, se construye un verdadero refugio emocional en el cerebro del niño, y las raíces de una seguridad que durará toda la vida comienzan a crecer — con Raul Fonseca .