Creciendo en Plenitud

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25/09/2024

El Eco del Corazón
Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos cristalinos, un niño llamado Lucas. Desde que tenía memoria, la vida de Lucas estuvo marcada por la ausencia de su madre. Ella había fallecido cuando él apenas tenía cinco años, dejando un vacío inmenso en el corazón de su padre, Roberto. Para proteger a su padre de más dolor, Lucas aprendió a guardar sus lágrimas y a esconder su tristeza detrás de una sonrisa serena.
La partida de su madre dejó en Lucas una profunda herida de abandono. Aunque nunca entendió completamente por qué ella tuvo que irse, una sombra de culpa lo envolvía cada vez que pensaba en lo que pudo haber hecho para retenerla. Se preguntaba constantemente si su amor o sus esfuerzos hubieran sido suficientes para cambiar el curso de los acontecimientos. Este sentimiento de insuficiencia se convirtió en un eco persistente dentro de su corazón, alimentando un miedo constante a ser rechazado y abandonado y a no ser lo suficientemente bueno para quienes lo rodeaban.
Roberto, un hombre de carácter fuerte pero con ojos que a veces revelaban el peso de su dolor, se esforzaba por ser el pilar que Lucas necesitaba. Sin embargo, en las noches silenciosas, ambos compartían un dolor mudo, un dolor que nunca encontraron las palabras para expresar.
A medida que Lucas crecía, se convirtió en un joven amable y considerado, siempre atento a los sentimientos de los demás. Nunca habló de su propia pérdida, temiendo que al hacerlo pudiera agredir la frágil paz de su padre. En su corazón, llevaba consigo un río de emociones no expresadas, esperando en silencio ser escuchado.
Un día, Lucas conoció a Valeria, una joven con una sonrisa que iluminaba incluso los días más grises. Su conexión fue instantánea, y juntos encontraron consuelo en la compañía mutua. Valeria, sensible y empática, notó en Lucas una sombra de tristeza que nunca había visto antes. A medida que su relación florecía, compartieron risas, sueños y, en ocasiones, silencios llenos de significado.
Sin embargo, la vida a veces presenta desafíos inesperados. Un verano, Valeria sufrió una pérdida devastadora: su madre falleció repentinamente. El dolor de Valeria fue tan intenso que su mundo se desmoronó, y Lucas, al ver el sufrimiento de su amada, sintió cómo las viejas heridas dentro de él resurgían con fuerza.
Esa noche, mientras caminaban juntos bajo el manto estrellado, Valeria rompió el silencio que había mantenido durante semanas.
—Lucas, necesito hablar contigo —dijo con voz temblorosa—. Siento que todo se desmorona y no sé cómo seguir adelante.
Las palabras de Valeria fueron como un bálsamo y una tormenta para Lucas. Por primera vez en años, sintió que su propio dolor tenía permiso para salir. Las lágrimas comenzaron a brotar, y la máscara que había llevado durante tanto tiempo empezó a desmoronarse.
—Valeria, yo... nunca he hablado de mi madre —susurró entre sollozos—. Siempre tuve miedo de que si lo hacía, te lastimaría a ti y a mi padre.
Valeria lo abrazó con ternura, sosteniendo su dolor como si fuera propio. En ese momento, Lucas entendió que no estaba solo, y que expresar su dolor no solo lo liberaría, sino que también permitiría a Roberto compartir el peso que ambos habían llevado.
Decidido a sanar y buscó ayuda terapéutica, y un día, después de algunas sesiones de terapia, Lucas tomó la valiente decisión de hablar con su padre. Una tarde lluviosa, cuando el cielo reflejaba su propio estado de ánimo, se acercó a Roberto, quien estaba sentado en el porche, mirando hacia el horizonte.
—Papá —comenzó Lucas, su voz firme pero llena de emoción—. Necesito hablar contigo sobre mamá. He guardado tanto dolor dentro de mí, y creo que es hora de compartirlo.
Roberto levantó la mirada, sus ojos llenos de una mezcla de sorpresa y alivio.
—Hijo, siempre supe que había un dolor que no podías expresar —respondió con suavidad—. Yo también he guardado lágrimas por ti y por ella.
Las palabras resonaron entre ellos como una melodía liberadora. Durante horas, compartieron recuerdos, lloraron juntos y encontraron consuelo en la comprensión mutua. Fue una conversación que marcó el inicio de una profunda sanación para ambos.
Con el tiempo, Lucas comenzó a honrar la memoria de su madre de maneras que antes le resultaban impensables. Juntos, padre e hijo crearon un pequeño jardín en honor a ella, plantando flores que representaban sus recuerdos y el amor que siempre los unió.
—Mamá nos mirará desde aquí —decía Lucas mientras cuidaba las flores—. Y tú, papá, estarás siempre a mi lado.
El proceso de sanar no fue inmediato ni sencillo, pero cada día que pasaba, Lucas se sentía más ligero. Valeria, al compartir su propio dolor, le mostró que no tenía que cargar con sus heridas en silencio. Juntos, aprendieron que el amor y la apertura pueden transformar el dolor en fuerza y resiliencia.
Una tarde de primavera, mientras el jardín florecía con esplendor, Lucas y Roberto se sentaron juntos, observando las flores danzar con la brisa.
—Gracias, papá —dijo Lucas con una sonrisa tranquila—. Por enseñarme que está bien sentir y compartir nuestro dolor. Ahora podemos honrar a mamá y a nosotros mismos de una manera más plena.
Roberto asintió, sus ojos brillaban con lágrimas de felicidad.

Este cuento refleja el poder de la comunicación y el apoyo mutuo en el proceso de sanación emocional. A través de su profundo trabajo terapéutico, la conexión desde el alma con Valeria y la apertura con su padre, Lucas logra liberar el dolor y las creencias de insuficiencia que había guardado durante tanto tiempo, encontrando la paz, la autoestima y la capacidad de honrar a sus padres con amor y gratitud.

24/09/2024

holaaa, publiqué cierta información sobre la Estimulación Magnétia Transcraneal (neuromodulación) para ayudar a personas con problemas neurológicos, psiquíátricos y reumatológicos. Si alguien quiere saber cómo funciona y cómo la fundación "Sobrevivir No Es Suficiente" les puede apoyar para tener mayor acceso al tratamiento, porfavor escríbanme un whatssapp al 55 26 55 3151.

23/09/2024
23/09/2024

El Eco de las Campanas
Cecilia era una psicoterapeuta reconocida, con más de cuatro décadas de experiencia ayudando a otros a navegar por los laberintos de sus propias mentes. A los 60 años, su cabello castaño canoso caía suavemente sobre sus hombros, y sus ojos cafés reflejaban una sabiduría ganada a través de años de escuchar y comprender las profundidades del alma humana.
A pesar de su éxito profesional, Cecilia cargaba en silencio una herida profunda que nunca había sanado por completo. Había dedicado su vida a aliviar el dolor ajeno, pero había dejado de lado el suyo propio. La herida de la humillación, arraigada en su infancia, se manifestaba en pequeñas inseguridades y en una autoexigencia implacable.
Un día, mientras ordenaba antiguos documentos en su despacho, encontró una vieja fotografía. En blanco y negro, mostraba a una niña de unos siete años, de pie frente a una clase, con las mejillas sonrojadas y los ojos llenos de lágrimas. Era ella misma, en el momento en que su maestra la había ridiculizado por no saber responder a dónde había vivido en el extranjero. Ese recuerdo había quedado enterrado, pero no olvidado.
Cecilia sintió cómo esa vieja emoción volvía a surgir, como una ola que la envolvía. Decidió que era hora de enfrentarse a ese dolor que había evitado durante tanto tiempo. Sabía que para ayudar verdaderamente a otros, primero debía sanar ella misma.
Comenzó un viaje interior, revisando sus memorias y emociones con la misma compasión que ofrecía a sus pacientes. Se permitió sentir el dolor, la vergüenza y la soledad que aquella niña había experimentado. Reconoció cómo esa experiencia había influido en su vida, llevándola a esforzarse constantemente por ser perfecta y a temer el juicio de los demás.
Un día, mientras caminaba por el parque, vio a una niña sentada sola en un banco, llorando suavemente. Se acercó con delicadeza y le preguntó qué le pasaba. La niña le contó que había sido humillada en clase por cometer un error durante una presentación. Cecilia vio reflejada su propia historia en esos ojos llenos de lágrimas.
Sin pensarlo dos veces, le ofreció palabras de consuelo. Le habló sobre la importancia de aceptarse a uno mismo, de entender que todos cometemos errores y que éstos no definen nuestro valor. La niña sonrió tímidamente, agradecida por la comprensión de aquella extraña.
Al despedirse, Cecilia sintió que algo dentro de ella había cambiado. Al ayudar a la niña, había sanado una parte de sí misma. Comprendió que la compasión que brindaba a los demás también podía dirigirla hacia ella misma.
Decidió visitar la antigua escuela donde todo había comenzado. El edificio seguía en pie, aunque ahora albergaba un centro comunitario. Entró y recorrió los pasillos, cada paso un viaje en el tiempo. Llegó al aula que una vez fue escenario de su humillación. Se sentó en una de las sillas y cerró los ojos.
Imaginó a su yo de siete años, de pie frente a la clase, sintiendo el peso de las miradas y las risas. Pero esta vez, en su mente, se acercó a esa niña, la abrazó y le susurró al oído: "Eres suficiente tal como eres. No permitas que este momento defina quién eres o quién puedes llegar a ser".
Las lágrimas rodaron por sus mejillas, pero no eran de tristeza, sino de liberación. Al abrir los ojos, sintió una ligereza que no había experimentado en años. La herida aún estaba allí, pero ya no dolía de la misma manera. Había comenzado a sanar.
En los meses siguientes, Cecilia notó cambios en sí misma. Se permitía cometer errores sin castigarse por ello. Disfrutaba más de las pequeñas cosas y sentía una conexión más profunda con sus pacientes. Su experiencia personal le otorgó una empatía renovada, y sus sesiones se volvieron aún más significativas.
Un día, en una reunión de antiguos alumnos, se encontró con Ana, una compañera de clase que recordaba aquel incidente de la infancia. Ana le confesó que siempre había admirado su fortaleza y que lamentaba no haberla apoyado en aquel momento. Cecilia sonrió y, tomando sus manos, le dijo que ambos habían sido niños y que no guardaba rencor.
Esa noche, Cecilia comprendió que la sanación también incluía el perdón a los demás. Al liberar a Ana y a su antigua maestra de cualquier resentimiento, se liberaba a sí misma.
Al cumplir 67 años, María celebró rodeada de amigos, colegas y pacientes que se habían convertido en familia. Al soplar las velas, hizo un deseo: que todos pudieran encontrar la paz que ella finalmente había hallado.
La vida continuó, y aunque sabía que aún había caminos por recorrer en su viaje interior, Cecilia enfrentaba cada día con gratitud y amor. Había aprendido que las heridas pueden convertirse en puertas hacia una comprensión más profunda de uno mismo y de los demás. Y en ese entendimiento, encontró la libertad y la alegría que durante tanto tiempo le habían sido negadas.
El Eco de las Campanas
Cecilia era una psicoterapeuta reconocida, con más de cuatro décadas de experiencia ayudando a otros a navegar por los laberintos de sus propias mentes. A los 60 años, su cabello castaño canoso caía suavemente sobre sus hombros, y sus ojos cafés reflejaban una sabiduría ganada a través de años de escuchar y comprender las profundidades del alma humana.
A pesar de su éxito profesional, Cecilia cargaba en silencio una herida profunda que nunca había sanado por completo. Había dedicado su vida a aliviar el dolor ajeno, pero había dejado de lado el suyo propio. La herida de la humillación, arraigada en su infancia, se manifestaba en pequeñas inseguridades y en una autoexigencia implacable.
Un día, mientras ordenaba antiguos documentos en su despacho, encontró una vieja fotografía. En blanco y negro, mostraba a una niña de unos siete años, de pie frente a una clase, con las mejillas sonrojadas y los ojos llenos de lágrimas. Era ella misma, en el momento en que su maestra la había ridiculizado por no saber responder a dónde había vivido en el extranjero. Ese recuerdo había quedado enterrado, pero no olvidado.
Cecilia sintió cómo esa vieja emoción volvía a surgir, como una ola que la envolvía. Decidió que era hora de enfrentarse a ese dolor que había evitado durante tanto tiempo. Sabía que para ayudar verdaderamente a otros, primero debía sanar ella misma.
Comenzó un viaje interior, revisando sus memorias y emociones con la misma compasión que ofrecía a sus pacientes. Se permitió sentir el dolor, la vergüenza y la soledad que aquella niña había experimentado. Reconoció cómo esa experiencia había influido en su vida, llevándola a esforzarse constantemente por ser perfecta y a temer el juicio de los demás.
Un día, mientras caminaba por el parque, vio a una niña sentada sola en un banco, llorando suavemente. Se acercó con delicadeza y le preguntó qué le pasaba. La niña le contó que había sido humillada en clase por cometer un error durante una presentación. Cecilia vio reflejada su propia historia en esos ojos llenos de lágrimas.
Sin pensarlo dos veces, le ofreció palabras de consuelo. Le habló sobre la importancia de aceptarse a uno mismo, de entender que todos cometemos errores y que éstos no definen nuestro valor. La niña sonrió tímidamente, agradecida por la comprensión de aquella extraña.
Al despedirse, Cecilia sintió que algo dentro de ella había cambiado. Al ayudar a la niña, había sanado una parte de sí misma. Comprendió que la compasión que brindaba a los demás también podía dirigirla hacia ella misma.
Decidió visitar la antigua escuela donde todo había comenzado. El edificio seguía en pie, aunque ahora albergaba un centro comunitario. Entró y recorrió los pasillos, cada paso un viaje en el tiempo. Llegó al aula que una vez fue escenario de su humillación. Se sentó en una de las sillas y cerró los ojos.
Imaginó a su yo de siete años, de pie frente a la clase, sintiendo el peso de las miradas y las risas. Pero esta vez, en su mente, se acercó a esa niña, la abrazó y le susurró al oído: "Eres suficiente tal como eres. No permitas que este momento defina quién eres o quién puedes llegar a ser".
Las lágrimas rodaron por sus mejillas, pero no eran de tristeza, sino de liberación. Al abrir los ojos, sintió una ligereza que no había experimentado en años. La herida aún estaba allí, pero ya no dolía de la misma manera. Había comenzado a sanar.
En los meses siguientes, Cecilia notó cambios en sí misma. Se permitía cometer errores sin castigarse por ello. Disfrutaba más de las pequeñas cosas y sentía una conexión más profunda con sus pacientes. Su experiencia personal le otorgó una empatía renovada, y sus sesiones se volvieron aún más significativas.
Un día, en una reunión de antiguos alumnos, se encontró con Ana, una compañera de clase que recordaba aquel incidente de la infancia. Ana le confesó que siempre había admirado su fortaleza y que lamentaba no haberla apoyado en aquel momento. Cecilia sonrió y, tomando sus manos, le dijo que ambos habían sido niños y que no guardaba rencor.
Esa noche, Cecilia comprendió que la sanación también incluía el perdón a los demás. Al liberar a Ana y a su antigua maestra de cualquier resentimiento, se liberaba a sí misma.
Al cumplir 67 años, María celebró rodeada de amigos, colegas y pacientes que se habían convertido en familia. Al soplar las velas, hizo un deseo: que todos pudieran encontrar la paz que ella finalmente había hallado.
La vida continuó, y aunque sabía que aún había caminos por recorrer en su viaje interior, Cecilia enfrentaba cada día con gratitud y amor. Había aprendido que las heridas pueden convertirse en puertas hacia una comprensión más profunda de uno mismo y de los demás. Y en ese entendimiento, encontró la libertad y la alegría que durante tanto tiempo le habían sido negadas.

19/09/2024

El Jardín de Lucía

Lucía siempre había sentido que algo le faltaba. Desde niña, el eco del rechazo resonaba en su corazón como un susurro persistente. Sus padres, ocupados y distantes, rara vez le dedicaban tiempo. En la escuela, a menudo se sentía invisible, como si una barrera invisible la separara de los demás niños.

Con los años, esa sensación se convirtió en una sombra que la acompañaba a todas partes. En la universidad, aunque tenía conocidos, nunca lograba formar vínculos profundos. Las relaciones amorosas se le escapaban de las manos; cada vez que alguien se acercaba demasiado, ella levantaba muros para protegerse de un posible rechazo.

Un día, paseando por un parque, Lucía encontró un jardín descuidado. Las flores estaban marchitas y las malas hierbas habían tomado el control. Sin saber por qué, sintió una conexión con ese lugar. Decidió volver al día siguiente con herramientas de jardinería y comenzó a trabajar.

Cada día, después del trabajo, dedicaba horas a cuidar el jardín. Mientras removía la tierra y arrancaba las malas hierbas, sentía que también estaba desenterrando emociones y recuerdos enterrados en su interior. Un anciano que pasaba regularmente por el parque se acercó y le dijo:

—Este jardín pertenecía a mi esposa. Ella lo cuidaba con tanto amor, pero desde que partió, nadie más se ha preocupado por él.

Lucía, sorprendida, respondió:

—Siento haber intervenido sin permiso. Puedo dejar de hacerlo si lo desea.

El anciano sonrió amablemente.

—Al contrario, me alegra verlo renacer. Gracias por devolverle la vida.

A medida que las flores volvían a florecer, Lucía comenzó a sentirse más ligera. Un día, mientras plantaba semillas, se dio cuenta de que el rechazo que había sentido no definía quién era ella. Comprendió que, al igual que el jardín, necesitaba cuidado y amor propio para sanar.

Empezó a asistir a talleres de autoconocimiento y a terapia. Allí, enfrentó sus miedos y aceptó sus heridas. Aprendió que el rechazo de otros no era un reflejo de su valor, sino a veces una proyección de las propias inseguridades ajenas.

Con el tiempo, Lucía abrió su corazón. En el jardín, organizó encuentros comunitarios donde compartía su experiencia y ayudaba a otros a sanar sus propias heridas. La gente comenzó a verla por quien realmente era: una mujer fuerte, compasiva y llena de luz.

Una tarde, mientras el sol se ponía, el anciano se acercó de nuevo.

—Mi nombre es Miguel —dijo—. Gracias por devolverle el alma a este lugar. Mi esposa estaría orgullosa.

Lucía sonrió.

—Este jardín me ha sanado más de lo que imagina.

Miguel asintió.

—Las heridas se curan cuando les damos la atención y el cuidado que merecen.

A partir de entonces, Lucía supo que su valor no dependía de la aceptación de otros. Había encontrado en sí misma el amor y la aceptación que siempre buscó. El jardín florecía en todo su esplendor, reflejando el renacimiento interior de Lucía.

Y así, rodeada de flores y nuevas amistades, dejó atrás la sombra del rechazo. Había transformado su herida en una fuente de fortaleza y conexión con los demás. Lucía entendió que, al sanar, no solo se liberaba a sí misma, sino que también iluminaba el camino para otros en su viaje hacia la sanación.

"PARTICIPA EN EL CURSO DE HERIDAS EMOCIONALES QUE AFECTAN LA RELACION DE PAREJA" ¡¡¡TODAVIA TE PUEDES INSCRIBIR!!!! INFORMACION: ESCRIBIR UN MENSAJE DE WHATSAPP AL 5522424341

Soy el Dr. Norbert Preetz, director del Instituto Alemán de Hipnosis Clínica. Nuestro instituto ha formado a casi 3.000 ...
19/09/2024

Soy el Dr. Norbert Preetz, director del Instituto Alemán de Hipnosis Clínica. Nuestro instituto ha formado a casi 3.000 terapeutas y entrenadores en el método de la Terapia Yageriana en los países de habla alemana y en Europa.
¿Estás interesado en aprender la terapia yageriana? El Método Yageriano es un método rápido y eficaz que ha ayudado a miles de personas en todo el mundo a llevar una vida más saludable, feliz y gozosa.
¿Estás pensando en formarte en el INSTITUTO DE TERAPIA YAGERIANA DE MÉXICO?
Conozco personalmente a sus entrenadores y los tengo en alta estima, tanto personal como profesionalmente. Cecilia, Eduardo y Lilli eran amigos íntimos del Dr. Edwin Yager. Sé que también los tenía en alta estima tanto personal como profesionalmente.
El INSTITUTO DE TERAPIA YAGERIANA DE MÉXICO fue acreditado por el Instituto de Terapia Subliminal de San Diego, Cal. Inc. creado y presidido por el Dr. Edwin Yager, para entrenar terapeutas en este método.
Actualmente, tanto el Instituto alemán como el mexicano trabajan en colaboración con el objetivo de formar terapeutas yagerianos/as en países de habla hispana. Por ello, a partir de ahora, la certificación en este método en México y otros países iberoamericanos será impartida por el Instituto de Terapia Yageriana de México, con el aval del Instituto Alemán de Hipnosis Clínica.
Bienvenidos a esta gran aventura que espero cambie positivamente su vida personal y profesional, como cambió la mía y la de muchos de nosotros que hemos sido bendecidos con la oportunidad de conocer, aprender y aplicar la terapia de un gran hombre, genio y profundamente humano, llamado Edwin K. Yager.

Hola, soy la Dra. Cecilia García Barrios, directora del Instituto de Terapia Yageriana de México . En septiembre iniciar...
25/08/2023

Hola, soy la Dra. Cecilia García Barrios, directora del Instituto de Terapia Yageriana de México . En septiembre iniciaremos la formación de terapeutas en este método revolucionario e innovador. Tenemos muchas facilidades de pago para todas las personas que deseen formarse y mejorar radicalmente sus resultados con sus pacientes o iniciarse como terapeutas y así ayudar a muchas personas que lo necesitan. Los esperamos!!! Para información favor de ESCRIBIR un whattsapp al número 5526553161.

22/06/2022

LLEGO TU OPORTUNIDAD DE CONVERTIRTE EN EL MEJOR TERAPEUTA.... ESCRIBEME AL 5526553161 Y TE PLATICARE COMO LOGRARLO Y DE LAS PROMOCIONES QUE TENGO PARA RIIIIIIII

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