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06/10/2024

El último suspiro de Ana

Ana era una niña que siempre había vivido en las sombras de la pobreza. Su casa, si se le podía llamar así, era una desvencijada cabaña de madera al borde de un río oscuro y fangoso. Las paredes estaban manchadas de moho, y las ventanas rotas apenas dejaban pasar un rayo de luz. Su madre, una mujer que solía ser hermosa, se había debilitado hasta convertirse en una sombra de sí misma, consumida por la enfermedad.

Ana, a pesar de su corta edad, había tomado la responsabilidad de cuidar a su madre. Cada día salía al bosque en busca de hierbas, esperando que alguna de ellas pudiera aliviar el dolor de su madre. Pero nada funcionaba. Su madre se debilitaba más con cada día que pasaba, su cuerpo era un cascarón vacío, y sus ojos, antes llenos de vida, se apagaban lentamente.

Una noche, mientras Ana intentaba darle de comer un poco de caldo, su madre soltó un último y suave suspiro, y quedó inmóvil. Ana no lo aceptó. Se sentó junto a su madre, esperando a que abriera los ojos de nuevo, como si todo fuera un mal sueño. Los días pasaron, y Ana seguía cuidando del cuerpo de su madre, hablándole, peinando su cabello, y arropándola cada noche.

El frío del invierno se colaba por las rendijas de la cabaña. Ana, con sus pies descalzos, comenzó a sentir el hambre y el frío apoderándose de su pequeño cuerpo. Sus manos temblaban, pero ella no podía abandonar a su madre. Pensaba que, si se quedaba lo suficientemente cerca, si la cuidaba lo suficiente, ella volvería.

Una noche, mientras Ana intentaba calentarse con una manta rota, el hambre la invadió de tal manera que sintió que se iba a desmayar. No había comido en días, y su visión se nublaba. Sin embargo, en su mente infantil, pensaba que si ella moría, al menos estaría con su madre.

Finalmente, el hambre, el frío y la tristeza fueron demasiado para su frágil cuerpo. Con un susurro apenas audible, Ana se acurrucó al lado del cuerpo inerte de su madre, envolviéndola con sus pequeños brazos. "Te prometo que no te dejaré sola, mamá", dijo en un susurro quebrado.

El río siguió su curso, imperturbable, mientras la cabaña se llenaba del silencio más profundo y triste. En ese rincón olvidado del mundo, la vida de Ana se apagó con la misma suavidad con la que había cuidado a su madre.

Cuando los aldeanos finalmente encontraron la cabaña, semanas después, vieron una escena desgarradora: Ana, todavía abrazada a su madre, las dos congeladas en un último abrazo eterno. Nadie sabía cuántas noches Ana había resistido el hambre y el frío, ni cuántos sueños rotos habían llenado esa cabaña desolada. Lo único que quedó fue el dolor de una niña que amaba tanto que prefirió morir antes que dejar sola a su madre.

Y en ese abrazo final, el amor y la tristeza quedaron inmortalizados, como un recordatorio de que, a veces, la crueldad del mundo es demasiada para un alma tan pura.

Créditos a su autor..

05/10/2024

Antonio Gómez, de 72 años, estaba en sus últimos días. La enfermedad había avanzado implacablemente, y después de varios meses de luchar, finalmente decidió que era momento de descansar en casa.

Su familia lo acompañaba, pero en esos momentos más íntimos, solo quería estar con quien siempre había estado a su lado: su perro, Max.

Max era un pastor alemán de 9 años, el fiel compañero de Antonio durante casi una década. Desde que lo adoptó siendo apenas un cachorro, Max había sido mucho más que una mascota; era su sombra, su guardián, su amigo incondicional.

Ahora, en su habitación, Antonio reposaba en su cama, con Max acostado junto a sus pies, vigilante y silencioso, como siempre lo había sido.

—Pronto será el momento, amigo —susurró Antonio, acariciando la cabeza del perro.

Max lo miró con esos ojos llenos de entendimiento, como si pudiera comprender las palabras que Antonio le decía. Pero en esos últimos días, Max había comenzado a notar algo más. Aparte del cambio en su dueño, había algo en la atmósfera de la casa que lo mantenía inquieto. Los olores, los movimientos de las personas, todo parecía distinto. Algo no estaba bien.

El doctor particular de la familia, el Dr. Martín Fuentes, había estado visitando a Antonio regularmente para asegurarse de que sus últimos días fueran lo más cómodos posibles. Pero esa tarde, cuando el Dr. Fuentes llegó, Max se comportó de manera extraña. Comenzó a gruñir suavemente, algo que nunca había hecho en presencia del médico. El doctor, acostumbrado a la presencia del perro, no le prestó mucha atención y se acercó a la cama de Antonio con una jeringa en la mano.

—Es solo para calmar el dolor, Antonio —dijo el doctor en voz baja—. En pocos minutos, estarás mucho más tranquilo.

Sin embargo, cuando el Dr. Fuentes se inclinó para inyectar el contenido de la jeringa en el brazo de Antonio, Max saltó de la cama con una rapidez sorprendente para su edad. Se interpuso entre el médico y su dueño, mostrando los dientes, gruñendo con intensidad.

—¡Max! —gritó Laura, la hija de Antonio, tratando de apartarlo.

Pero Max no se movió. Sus ojos estaban fijos en el doctor, su instinto le decía que algo andaba mal.

El Dr. Fuentes, nervioso, intentó retroceder, pero Max no dejaba de vigilarlo. Fue entonces cuando algo insospechado sucedió. Laura, confundida por la reacción del perro, pidió que revisaran el medicamento antes de administrarlo. Tomó la jeringa de la mano del doctor y la observó detenidamente. Algo en la etiqueta parecía incorrecto.

—¿Qué es esto, doctor? —preguntó Laura con voz temblorosa—. Esta medicina no es para el dolor… esto… ¡esto es un anticoagulante! ¡Podría haber matado a mi papá!

El silencio llenó la habitación. El Dr. Fuentes se quedó inmóvil, pálido, incapaz de explicar lo que acababa de suceder. Max seguía en guardia, con los ojos aún clavados en el médico, como si supiera exactamente el peligro que había estado acechando a su dueño.

Antonio, débil pero consciente, miró a su perro con gratitud.

—Max… buen chico —murmuró.

Los días siguientes revelaron lo impensable. Tras una investigación de la familia, se descubrió que el Dr. Fuentes había estado manipulando los medicamentos de Antonio con la intención de acelerar su fallecimiento. Se trataba de un médico corrupto que buscaba obtener una jugosa herencia, ya que había logrado colarse en el testamento de Antonio gracias a una relación de confianza que había cultivado durante años.

Pero lo que nadie esperaba es que fuera Max, el leal perro, quien detuviera la tragedia. Su instinto animal, su conexión con Antonio, lo habían llevado a identificar el peligro cuando todos los demás estaban ciegos ante él.

El Dr. Fuentes fue arrestado, y aunque Antonio estaba en sus últimos días, vivió el tiempo que le quedaba en paz, sabiendo que había sido protegido por su fiel compañero. Max, el perro que no se separaba de su lado, se convirtió en el héroe de la familia.

La historia de Max y Antonio se volvió un símbolo de la lealtad inquebrantable entre un perro y su dueño, y cómo a veces, en los momentos más oscuros, el instinto puede salvar vidas. Max no solo había salvado a Antonio, sino que había demostrado que el amor y la protección no entienden de palabras, sino de un vínculo invisible que trasciende todo.

Antonio partió en paz pocos días después, con Max a su lado, sabiendo que, hasta el último momento, nunca estuvo solo.

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04/10/2024

Lucas, un niño de apenas 12 años, había pasado la mayor parte de su corta vida en las calles. Había perdido a su madre a muy temprana edad, y su padre lo había abandonado poco después.

Desde entonces, la ciudad se había convertido en su hogar: los callejones, las estaciones de tren, los bancos del parque. Sobrevivía como podía, pidiendo comida o haciendo pequeños trabajos para los transeúntes.

Era una noche fría de invierno. Lucas estaba envuelto en una vieja manta que había encontrado en un contenedor, buscando un lugar donde guarecerse del viento helado.

Mientras caminaba por un oscuro callejón cerca de una panadería cerrada, un grito le heló la sangre. El sonido era débil, pero lleno de dolor. Lucas se detuvo en seco, con el corazón acelerado, y miró hacia la oscuridad del callejón. Dudó por un instante, pero su curiosidad y empatía lo impulsaron a acercarse.

Al fondo, entre bolsas de basura y cartones, vio a un anciano tendido en el suelo. El hombre, de unos 80 años, estaba pálido y temblaba de frío. "¡Ayuda!" susurró con apenas un hilo de voz al ver a Lucas acercarse. Sus ojos reflejaban desesperación.

Sin pensarlo dos veces, Lucas corrió hacia él. "Señor, ¿está bien? ¿Qué le pasó?" preguntó, tratando de mantener la calma, aunque su voz temblaba. El anciano, cuyo nombre era Don Jaime, había sufrido un desmayo tras perder el equilibrio mientras caminaba hacia su casa. Estaba débil y desorientado.

Lucas se quitó la manta y la colocó sobre Don Jaime para darle un poco de calor. "Voy a buscar ayuda, aguante un momento", dijo, pero Don Jaime lo tomó del brazo con sorprendente fuerza. "No, por favor... no me dejes aquí solo", pidió con voz ronca. Lucas, que conocía demasiado bien la sensación de estar solo y desamparado, decidió quedarse. No podía dejar a ese hombre en esa situación.

Con un esfuerzo que le costó hasta la última gota de energía, ayudó a Don Jaime a sentarse. "¿Vive cerca de aquí, señor?", preguntó Lucas. Don Jaime asintió débilmente y señaló hacia el final del callejón. "En la casa amarilla... por favor, llévame allí", murmuró.

Lucas, aunque pequeño y débil, encontró fuerzas que no sabía que tenía. Levantó al anciano como pudo y lo apoyó en su hombro, caminando lentamente hacia la casa amarilla. Al llegar, la puerta estaba entreabierta. Lucas lo ayudó a entrar y lo colocó en un viejo sillón. El calor de la casa los envolvió a ambos.

"Gracias, muchacho... si no hubieras aparecido...", dijo Don Jaime con la voz quebrada, mientras intentaba recuperar el aliento. Lucas sonrió con timidez. "No fue nada, señor. Solo hice lo que cualquiera haría". Pero sabía en su corazón que no todos habrían detenido su camino para ayudar a un desconocido en un callejón oscuro.

Don Jaime, tras unos minutos de descanso, empezó a hablarle a Lucas. Le contó que había vivido solo desde que su esposa falleció años atrás. No tenía hijos ni familia cercana. Lucas lo escuchaba en silencio, sintiendo una profunda conexión con el anciano, ambos marcados por la soledad y la falta de una familia.

"¿Y tú, muchacho? ¿Dónde vives?" preguntó Don Jaime, observando con detenimiento la ropa raída de Lucas y su rostro cansado. Lucas bajó la mirada, dudando si contar la verdad. Pero al final, confesó: "No tengo un hogar, señor. Vivo donde puedo... en las calles."

Los ojos de Don Jaime se llenaron de compasión. Después de un largo silencio, dijo: "Sabes, esta casa es muy grande para mí solo. Si quieres... puedes quedarte aquí. No tengo mucho, pero podemos compartir lo poco que hay. Nadie debería estar solo, especialmente no alguien tan joven como tú."

Lucas no podía creer lo que escuchaba. Después de años de sobrevivir en la calle, alguien finalmente le ofrecía un hogar, un lugar donde dormir sin miedo al frío ni al hambre.

Y así, lo que comenzó como un encuentro en un oscuro callejón, se convirtió en una nueva oportunidad para ambos. Lucas, el niño sin hogar, y Don Jaime, el anciano solitario, encontraron en el otro la familia que tanto necesitaban. Y juntos, construyeron una vida llena de compañerismo y cariño, demostrando que, a veces, el destino puede unir a las personas de las maneras más inesperadas.

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02/09/2024

Había una vez dos pescadores que decidieron embarcarse en la búsqueda de un banco de peces que, según decían los ancianos del pueblo, aparecía solo una vez al año cerca de una isla remota.

Ambos pescadores, originarios de una pequeña aldea costera, sabían que si lograban atrapar esos peces, podrían venderlos a un precio muy alto y asegurar su bienestar durante mucho tiempo.

El primer pescador, ansioso por aprovechar la oportunidad, zarpó en su vieja barca sin pensarlo dos veces, confiando en su suerte y en las corrientes del mar. El segundo pescador, en cambio, decidió prepararse adecuadamente. Pasó varios días reforzando su embarcación, comprando redes nuevas y revisando sus herramientas.

Después de un largo viaje, ambos pescadores llegaron a la isla. El primer pescador, sin perder un instante, lanzó su red en el agua y en poco tiempo atrapó una buena cantidad de peces. Con el corazón lleno de alegría, regresó al pueblo y vendió su captura por un alto precio. Con el dinero, se compró ropa nueva, un reloj de lujo y organizó una gran fiesta para celebrar su éxito.

El segundo pescador, por su parte, se tomó su tiempo. Estudió las corrientes, exploró diferentes partes de la isla y lanzó su red en los lugares donde observó mayor actividad de peces. En poco tiempo, su red estaba tan llena que apenas podía arrastrarla a bordo. En lugar de regresar de inmediato al pueblo, continuó pescando durante varios días, llenando su barco con una riqueza que superaba sus expectativas.

Cuando el primer pescador agotó el dinero que había ganado, decidió regresar a la isla para repetir su hazaña. Pero al llegar, descubrió que el segundo pescador ya había reclamado las mejores zonas y tenía un contrato exclusivo para vender sus capturas a un precio aún mayor.

Mientras el primer pescador lamentaba su mala suerte y el rápido fin de su fortuna, el segundo pescador continuó trabajando con paciencia y constancia, reinvirtiendo sus ganancias en su barco y en mejores equipos. Con el tiempo, se convirtió en el pescador más próspero de la región, mientras el primero apenas lograba sobrevivir con sus capturas esporádicas.

La verdadera riqueza no siempre es cuestión de suerte, sino de preparación, prudencia y visión a largo plazo. Mientras uno gastó su fortuna en placeres efímeros, el otro invirtió en su futuro, asegurando una vida de comodidad y estabilidad.

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01/09/2024

¿Sabes cuánto aporta una mujer🤷‍♀️ mensualmente a su casa sin estar trabajando fuera?😱😳🥺

1- Una mucama
por día cobra………… $110
2- Lavado................ $150
3- Planchado………… $100
4- Enfermera………… $150
cada turno.
5- Cocinar............... $80
6- Cuidar niños....... $50
la hora por niño
7- S 3 x 0 seguro x 1hr……. $600
una sola vez

Ahora multiplica y suma por mes

1- Arreglo de la casa
110 x 30 días =......... $ 3,300

2- Lavado de ropa
150 x 15 días =........ $ 2,250

3- Planchado ropa
100 x 10 días =………. $ 1000

4- Enfermera 24 horas
150 x 5 días= ………… $ 750

5- Cuidar 2 niños
$100 x 8 hrs =........ $ 800
$800 x 30 días = ………$ 24,000

6-S 3 x 0
600 x 15 días =………..$ 9000

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Total ..............$ 31,300

Esto aporta “la floja” de tu esposa a la casa sin trabajar fuera...

Sin contar el ser administradora, psicóloga, profesora, médico, estilista, manicurista, modista, decoradora, diseñadora, electricista, plomero, etc.
Mujer valórate, tu también aportas muchísimo a la casa, a veces mucho más que el hombre que sale a trabajar. lamentablemente a veces ni un par de zapatos, un cambio de ropa digno o ni siquiera las gracias te dan ¿Crees que eso es justo?

Bendiciones a todas las mamás que hacen de este mundo un mejor lugar, trabajando todos los días en su casa o en el cuidado de sus hijos, pero más a aquellas que además de tener la hermosa labor de cuidar su casa, salen a cumplir con otros empleos. La mujer es digna de ser alabada, cuidada, protegida y valorada
¡Vales más que cualquier tesoro del mundo! ❤️

04/06/2023
27/07/2022

Vamos Santi

Dirección

95000
Cancún
9500

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