05/06/2025
𝙋𝙖𝙘𝙞𝙚𝙣𝙩𝙚𝙨 𝙦𝙪𝙚 𝙖𝙗𝙖𝙣𝙙𝙤𝙣𝙖𝙣 𝙨𝙞𝙣 𝙖𝙫𝙞𝙨𝙤
Hay pacientes que simplemente no vuelven. No mandan un mensaje, no cancelan, no explican. Solo dejan de presentarse. Y aunque una parte racional entiende que cada quien tiene derecho a decidir hasta dónde quiere o puede llegar en su proceso, hay algo en el terapeuta que se queda preguntándose. ¿Fue algo que dije? ¿Llegamos a un punto difícil? ¿No le ayudó lo suficiente? Esa incertidumbre se instala como una presencia silenciosa, incómoda. Porque el vínculo, aunque profesional, también es humano.
Acompañar a alguien en su proceso no es una tarea neutral. Se construye intimidad, confianza, pequeños gestos que se entretejen sesión a sesión. Cuando un paciente se va sin avisar, no solo interrumpe su camino; también interrumpe el tuyo como terapeuta. Porque te deja con un fragmento abierto, una historia sin cerrar. Y eso, aunque se normalice dentro del oficio, no deja de doler. Se dice que no hay que tomárselo personal… pero ¿cómo no hacerlo, si el trabajo que haces es profundamente personal?
A veces el abandono abrupto tiene que ver con resistencias, con temas que empezaban a tocar fibras muy profundas. Otras veces es una cuestión económica, de tiempo o de simple agotamiento emocional. Pero como no hay despedida, no hay forma de saberlo. Y la mente hace lo que sabe hacer: llenar vacíos con suposiciones. Ahí es donde el terapeuta necesita herramientas no solo teóricas, sino emocionales, para sostener lo que se rompe sin explicación.
También es cierto que muchas veces ese paciente regresa meses después, o incluso años. Y cuando vuelve, suele haber vergüenza, justificaciones, o simplemente una mirada que dice “no sabía cómo irme bien”. Porque despedirse, incluso en terapia, es un acto que duele. Requiere valentía, claridad, a veces una madurez emocional que no todos tienen lista en ese momento. Por eso el abandono sin aviso no siempre es desinterés o desprecio. A veces es solo una forma torpe de protegerse.
Como terapeuta, aprender a dejar ir sin respuestas es una habilidad que se va desarrollando con los años. No para endurecerte, sino para cuidar tu integridad emocional. Porque no todos los procesos terminan con cierre, y no todos los cierres vienen con palabras. Y sin embargo, eso no invalida el trabajo hecho, ni lo que se construyó en el tiempo compartido. Lo que ofreciste sigue ahí. A veces sembrado en silencio. A veces floreciendo lejos de ti.