
07/08/2025
“Yo no elegí mal al papá de mi hijo. Él eligió ser un mal padre.”
Porque cuando lo conocí, no tenía un cartel en la frente que dijera “voy a fallarte”.
Se reía fácil, hablaba de futuro, decía que quería una familia.
No era perfecto, pero yo creí en lo que me mostró.
Y no me arrepiento de haber amado… me arrepiento de lo que él decidió no ser.
Porque nadie te prepara para criar sola mientras él está de fiesta.
Para ver que a tu hijo le brillan los ojos con la idea de un padre que nunca llega.
Para inventarle excusas a un niño que pregunta por qué papá no llama, por qué papá no viene.
Y tú tragándote el coraje, porque no puedes decirle que simplemente no le importó lo suficiente.
Él tuvo la oportunidad.
Estaba ahí el primer día.
Pero luego se fue yendo de a poco: primero dejó de preguntar, después dejó de ayudar, y al final… dejó de ser.
No fue un accidente.
Fue una elección.
Él eligió no estar.
Eligió la comodidad de desentenderse, la cobardía de borrar el rol que juró tomar.
Así que no, yo no elegí mal.
Yo elegí con amor.
El que eligió fallar fue él.
Y ese peso, no lo voy a cargar yo.
Que lo cargue su conciencia, si es que todavía la tiene.
Yo tengo suficiente con ser madre y padre.
Con no romperme cada vez que mi hijo se duerme sin un “buenas noches” de quien lo trajo al mundo.
Con sostenerme para que él nunca sienta que le falta algo.
Porque si algo me enseñó este abandono, es que el valor de una madre no se mide por quién la acompaña,
sino por lo fuerte que se vuelve cuando la dejan sola.