
23/05/2025
Nos enamoramos del caos porque es una promesa de cambio, de intensidad, de vivir al límite. En la confusión y el desorden, hay una chispa de adrenalina que nos recuerda que estamos vivos, que estamos sintiendo de forma pura y cruda. Es como si el caos nos obligara a despertar, a no caer en la rutina de la comodidad. Pero cuando no lo tenemos, el silencio de la calma nos parece vacío, como si estuviéramos flotando en un mar de monotonía. Nos acostumbramos a la constante búsqueda de algo que nos desafíe, y sin ello, el aburrimiento se convierte en una sombra que amenaza nuestra paz. El caos nos da la ilusión de control en un mundo impredecible, y sin él, nos sentimos atrapados en una tranquilidad que en realidad es falta de emoción.
Lo que es peor, cuando finalmente tenemos tranquilidad, nos invade una inquietud profunda, como si la quietud nos ahogara.
Sin él caos sentimos que la serenidad se convierte en un enemigo, una calma que nos resulta incómoda y que, paradójicamente, nos empuja a buscar nuevamente la tormenta.
Cuando en realidad, debería ser una forma de vida.
🌻✨