08/06/2025
Hay momentos en los que nos sentimos excluidos, ignorados o simplemente no tomados en cuenta. Esperamos una invitación, un gesto, una señal de que pertenecemos, que somos parte de algo. Pero a veces, esa invitación no llega. Nadie te llama, nadie te incluye, nadie te ofrece un lugar.
Y en ese silencio, en esa ausencia, muchos se quiebran, se rinden, piensan que no son suficientes. Pero es justo ahí donde nace la verdadera fortaleza: en la decisión de no esperar más, de no rogar espacios, de no suplicar aceptación.
Construir tu propia mesa es un acto de amor propio. Significa trabajar en ti, aprender, crecer, levantarte con tus manos, aunque estés herido, y colocar tu plato sobre una mesa que tú mismo levantaste, con esfuerzo, lágrimas y valor. Puede que no haya banquete ni compañía al principio, pero hay algo que muchos no tienen: paz. La paz de saber que lo que tienes es tuyo, que lo lograste sin venderte, sin mendigar cariño, sin traicionarte.
Ese plato de arroz y pollo, esa copa de vino, representan mucho más que una comida. Representan dignidad. Representan independencia emocional. Representan ese momento en que comprendes que no necesitas ser invitado a la vida de nadie para tener valor, porque tú mismo eres un festín de aprendizajes, luchas y sueños.
Y lo más hermoso es que cuando construyes tu mesa, con el tiempo, llegará gente que sí merece sentarse en ella. Gente que no te subestima, que no te usa, que no te descarta. Gente que no se burla de tu soledad ni de tu sencillez, sino que respeta el proceso que viviste para llegar hasta ahí.
Así que si nadie te invitó a su mesa, no sufras más. Agradece, levántate, construye la tuya... y come en paz. Que en la paz hay fuerza, y en la soledad digna, nace una nueva versión de ti: más fuerte, más libre, y mucho más sabia.