
07/08/2025
CORTISOL: LA HORMONA DEL ESTRÉS QUE, CUANDO SE ELEVA DEMASIADO, EMPIEZA A ROMPER EL CUERPO DESDE ADENTRO.
El cortisol no precisamente es un enemigo. Es una hormona vital, necesaria para mantenernos con vida, activos y en equilibrio frente a los desafíos del entorno. Se produce en las glándulas suprarrenales y regula funciones esenciales como el metabolismo, la presión arterial, el ritmo circadiano y la respuesta inmune. Pero cuando se mantiene elevado por demasiado tiempo —como ocurre en estados prolongados de estrés o ansiedad —, su efecto protector se transforma en daño. Y lo que empezó como una herramienta de adaptación se convierte en una fuerza que desgasta el cuerpo desde adentro.
El cortisol se libera naturalmente en ciclos, con niveles más altos por la mañana para activarnos, y más bajos por la noche para permitir el descanso. Sin embargo, factores como el insomnio crónico, la ansiedad constante, una carga emocional sostenida, dr**as, el exceso de cafeína o ciertas enfermedades pueden alterar este ritmo y mantener el cortisol elevado de forma sostenida. Cuando eso ocurre, los efectos empiezan a hacerse visibles… y difíciles de ignorar.
Uno de los primeros blancos es el metabolismo. El exceso de cortisol favorece la acumulación de grasa, especialmente en el abdomen, incluso sin cambios drásticos en la dieta. Aumenta el apetito por alimentos hipercalóricos, altera la sensibilidad a la insulina y promueve la degradación muscular. El resultado es un cuerpo que almacena más, quema menos y se siente constantemente agotado, a pesar de tener reservas de sobra.
La piel también sufre. El cortisol interfiere en la producción de colágeno, lo que favorece la aparición de arrugas prematuras, piel más fina, lenta cicatrización y mayor vulnerabilidad frente a irritaciones. Además, altera el equilibrio hormonal, lo que puede provocar brotes de acné, caída del cabello o trastornos dermatológicos como dermatitis o urticaria. Todo esto es una expresión externa de un sistema que, por dentro, está bajo tensión constante.
Pero tal vez uno de los efectos más preocupantes se da en el sistema inmunológico. El cortisol, en exceso, suprime la respuesta inmune, reduciendo la capacidad del cuerpo para defenderse de virus, bacterias o células anormales. Esto se traduce en mayor frecuencia de infecciones, peor recuperación de enfermedades comunes, reactivación de virus latentes y un mayor riesgo de inflamación crónica de bajo grado, que se asocia a enfermedades autoinmunes, cardiovasculares y neurodegenerativas.
Detectar niveles altos de cortisol puede requerir análisis específicos en sangre, o***a o saliva, pero muchas veces los síntomas hablan por sí solos: fatiga persistente, aumento de peso inexplicable, insomnio, ansiedad, falta de concentración, infecciones recurrentes o cambios visibles en la piel. El tratamiento depende de la causa, pero siempre incluye la regulación de la ansiedad como eje central. Técnicas de respiración, terapia psicológica, descanso reparador, exposición a la luz natural, actividad física y una alimentación antiinflamatoria son herramientas reales para devolverle al cuerpo su ritmo natural.
El cortisol no es malo. Es una respuesta biológica a lo que amenaza nuestra estabilidad. Pero cuando esa amenaza se vuelve crónica, invisible o emocional, su presencia deja de ser una solución y empieza a ser parte del problema. Escuchar sus señales es una forma de cuidar el cuerpo. Y bajarle el volumen al estrés es también una manera silenciosa de sanar.
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Autor: Pág. Diario O.