04/11/2025
Los niños no aprenden autocontrol cuando los controlamos, aprenden autocontrol cuando nos ven regularnos.
Podemos hablarles mil veces sobre paciencia, empatía o respeto, pero lo que realmente aprenden es cómo reaccionamos ante lo que nos sucede y ante lo que ellos hacen.
Como Luisa.
Cuando llegó con nosotros notamos que se le dificultaba manejar la frustración. Cuando algo no salía como quería o cuando alguien, adulto o niño, hacía algo que no le gustaba, contestaba con frases como “tú cállate” o “pues para qué te pones ahí”. Y no era solo lo que decía, sino el tono en el que lo hacía.
Cada vez que esto pasaba, su maestra se acercaba para ver qué había ocurrido.
Reflexionaban juntos y, en poco tiempo, Luisa volvía a su equilibrio. Sin embargo, estas situaciones eran muy frecuentes, generaban malestar en sus compañeros y frustración en su maestra.
En una de las entrevistas, alguien le preguntó si an ella alguien la trataba así, y fue ahí cuando todo cobró sentido. Luisa solo estaba replicando lo que había aprendido. Estaba tan profundamente instalado en su sistema operativo que le era difícil actuar de otra manera.
Porque sí, el cerebro de los niños es inmaduro, les cuesta controlar impulsos, hacen berrinches, se frustran. Pero más allá de eso, copian nuestras actitudes, nuestras formas, nuestros tonos.
Por eso no funciona solo pedirles que se calmen, necesitan que su entorno refuerce el mensaje.
Cuando nos ven respirar antes de responder, pedir disculpas después de perder la calma o darnos un momento para volver a nuestro centro, aprenden lo que ningún sermón enseña: que las emociones no se reprimen, se regulan.
Ser modelo no significa hacerlo perfecto, significa hacerlo consciente.
Porque la educación emocional no empieza con lo que les decimos, empieza con lo que somos cuando ellos nos miran.
¿Qué aprendieron tus hijos de ti esta semana sin que se los dijeras?
MO